Codanza ha sido, por mucho tiempo, mi compañía. Me explico: Yo apenas sé mover los pies, ni tras los ritmos más pegajosos que desatan en otros el frenesí del baile, y no me imagino, ni remotamente, en un escenario (salvo alguna que otra experiencia reciente, pero que nada tiene que ver con la danza). Pero ellos, la Compañía de Danza Contemporánea Codanza, que arriba este 25 de septiembre a su aniversario 28, fueron quienes me abrieron los ojos y los sentidos, por primera vez, al arte de la expresión danzaria.
Y además es mi compañía porque nacimos casi juntos. Codanza fue fundada a finales de septiembre de 1992, y yo nací en noviembre, también a finales, separados por dos meses.
Después vendrían otras compañías, reconocidas puestas, grandes intérpretes, pero Codanza fue la inicial (aunque ahora mismo no recuerde la primera obra de ellos que vi).
En mis años universitarios éramos asiduos a casi todo lo que en materia cultural ocurría en Holguín, una ciudad donde los eventos y los acontecimientos se suceden uno tras otro. Entre ellos frecuentábamos las temporadas de aniversarios de Codanza, los estrenos y también las reposiciones de obras que llenaban la sala principal del Teatro Eddy Suñol. Sus bailarines copaban, además, los espacios públicos en eventos como la Semana de la Cultura, las Romerías de Mayo o la Fiesta de la Cultura Iberoamericana. Así Codanza –liderada por la maestra Maricel Godoy– fue creciendo hasta hacerse vital en mi memoria afectiva, como lo ha sido para muchísimas personas.
Con Codanza llegó Vladimir Malakhov y su primera presentación en estos predios, en 2013. El mítico bailarín ucraniano, considerado por la revista Dance Magazine como el mejor bailarín del mundo en cinco ocasiones, obsequió su “Regalo de Malakhov para Cuba”, que consistió en interpretar las coreografías La muerte del cisne, de Mauro Di Candia, y Voyague, de Renato Zanella. Los holguineros entregaron, entonces, “Un regalo a Malakhov de bailarines cubanos”; momentos estos que, al decir de Maricel Godoy, resultó “piedra fundacional, la primera piedra de un templo mayor que hemos ido construyendo”: el Concurso de Danza del Atlántico Norte y Grand Prix Vladimir Malakhov.
A partir del siguiente año, la compañía es anfitriona del Malakhov, como le decimos, surgido en 2014 para estimular a jóvenes bailarines cubanos y de varias partes del mundo. La cita reúne a coreógrafos, intérpretes, investigadores, críticos y especialistas, quienes ofrecen talleres, conferencias, clases magistrales, con el deseo –subraya Maricel– que cada certamen convierta a Holguín en la capital cubana de la danza, plataforma para el intercambio y el desarrollo escénico, para el crecimiento y la creación (incluso la AHS entrega un premio, de cuyo jurado he sido parte más de una vez).
Pasó el tiempo, y entre estrenos de los que escribí, como Casita, Tráiler, Muerte prevista en el guion en su más reciente puesta, El segundo sexo, Árbol de fuego, Ofrenda de toro, entre otras, llegué incluso a trabajar con Codanza. Y con ellos me fui a Matanzas, a las jornadas del Danzandos, y a Manzanillo, donde presentaron varias obras. Incluso mis amigos bailarines son –o fueron– de Codanza. Los vi crecer, rozar la perfección en varias obras, tantear búsquedas creativas en otras. Madurar en cada puesta. Incluso rearmarse después de menguar el colectivo, y volver al escenario con idénticos bríos, con la consabida exigencia que caracteriza a Maricel y que hace suya la compañía.
Este 2020 –como viene haciéndolo desde hace varios ediciones– Codanza realizaría una jornada de celebración por su aniversario en los días del Grand Prix; pero este, en su VI edición, quedó pospuesto para similar fecha de 2021, dada la situación de excepcionalidad epidemiológica causada por la Covid-19 en el país (al igual que las presentaciones). Aun así, sin llenar, como acostumbran sus estrenos, las salas del Complejo Teatral Eddy Suñol, o las calles y parques, Codanza celebra la fuerza, vitalidad y destreza que la caracteriza –como reza su lema– en el escenario de la danza insular.
La compañía –escribe Ana Lourdes Estrada Fernández en su libro Codanza. Espíritu vivo del fuego, publicado por Ediciones Holguín en 2010– es la precursora del movimiento danzario profesional en el territorio, “pues con la excepción del cuerpo de baile del Teatro Lírico, cuyo trabajo –como es de suponer– no se dedicaba solamente a la danza, la provincia no contaba con ninguna compañía profesional de ballet, danza o folklore”. Fundada por un grupo de jóvenes bailarines graduados de la Escuela Nacional de Arte (ENA) y liderados por la bailarina, maestra y coreógrafa Maricel Godoy, se lanzaron a la creación escénica a propósito de la edición XIII del Festival Internacional de Ballet de La Habana, pues Holguín sería nuevamente subsede del evento. La pieza fundacional fue Tridireccional y estuvo interpretada por Rosario Arencibia, Gilberto Pérez, Rosario Hernández y Wilber Pérez. Aunque la obra no llegó a presentarse en el Festival, fue la primera coreografía de un grupo de jóvenes que fueron, para bien, el embrión de Codanza.
Con el apoyo del Consejo Provincial de las Artes Escénicas (CPAE) y la Asociación Hermanos Saíz (AHS), Codanza surgía con el objetivo de la “aprehensión e interpretación contemporánea de las aspiraciones más sublimes y nobles de cuanto mueve y concierne al ser humano a través de la danza, utilizando la validez de la actuación ya en la expresión, la palabra o la acción física”, añade Ana Lourdes, quien subraya que cuando es aprobada por el CPAE en 1994 ya tenían unas quince obras creadas.
Ese fue el origen del “mito Codanza”, un colectivo que es considerado por la crítica especializada como una de las mejores compañías escénicas del país y que ha realizado múltiples giras internacionales en España, México, Venezuela, Alemania, Suiza y Austria.
Importantes premios de interpretación y coreografía avalan también su trabajo, entre ellos el Premio de la Ciudad de Holguín en varias ocasiones; en el Concurso Nacional de Coreografía e Interpretación Danzandos, en Matanzas; el Concurso Nacional Solamente Solos; el Festival Internacional “Un Desierto para la Danza”, en México; y el Encuentro Internacional de Danza en Paisajes Urbanos, en La Habana.
Ninguna de sus obras –herederas del estilo cubano de danza moderna, unido a conceptos proporcionados por Pina Bausch, Merce Cunningham, el body contact, enriquecidos mediante lo que le aporta el trabajo con creadores de compañías nacionales y extranjeras, y entre las que podemos mencionar las siguientes: Ritual, Año cero, Pasajera la lluvia, Muerte prevista en el guion, El banco que murió de amor, La fuente de agua salá, Memoria fragmentada, Casita, Árbol de fuego, Tráiler, El segundo sexo y Ofrenda de Toro– busca ser complaciente, ni con el público ni con la crítica, ni mucho menos con una Compañía que ha asumido los riesgos como parte de su concepción fundacional. Solo lo difícil, aseguraba el escritor José Lezama Lima, resulta estimulante. Y uno de sus principales logros es la osadía conceptual en la que articulan sus discursos. En la mezcla de múltiples significados y aleaciones culturales propios de la danza contemporánea, encontramos uno de sus principales atractivos: la complejidad con que asumen la belleza para entregárnosla palpable en cada una de las piezas.
Por eso, en su 28 aniversario este 25 de septiembre –creciendo, trabajando, impulsando, además, nuevas coreografías– celebro la fuerza, vitalidad y destreza de Codanza.
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