(performance y memoria)
- ¿Puede un actor superar sus espacios vacíos a partir de la escena?
- ¿Puede reconciliarse/salir distinto?
- ¿Es la escena un espacio medicinal para quienes practicamos este arte?
- ¿Sanación?
Cartografía para Elefantes sin manada es un texto de la dramaturga cubana Laura Liz Gil Echenique. La obra llega a mis manos para ser leída en la primera jornada teatral Repique por Mafifa 2017. Evento que organizó el Consejo Provincial de las Artes Escénicas en Santiago de Cuba y el Estudio Teatral Macubá, cuyo enfoque era direccionar la mirada teatral a la joven dramaturgia cubana. Recuerdo que me dieron a escoger entre varios textos, pero fue este el que me atrapó de inmediato.
No estaba escrito bajo resortes convencionales, más bien parecía poesía pensada para la escena. Un gran monólogo del cual se desprendía un sinfín de emociones. Ante mi lectura, la historia de muchos amigos que han pasado su vida despidiéndose, añorando el reencuentro y reinterpretando sus recuerdos. Parecía la historia de un gran porciento de la juventud cubana, la que vivieron mis padres, abuelos y la que estarán sentenciados nuestros hijos. La juventud y el desborde de nuestras agonías/frustraciones. La juventud bajo una letalidad miserable/inolvidable.
Mis primeras impresiones con la propuesta de Liz fueron incontrolables. Las múltiples imágenes e historias que se desprendían en cada página no me dejaban aterrizar un proyecto escénico concreto. Temía que a mis actores les sucediera lo mismo. Teníamos la experiencia de haber tratado con la dramaturgia de Angélica Liddell y un texto cuya construcción escritural eran muy parecidas, pero Cartografía… no me inspiraba a la fabricación del artificio. Entonces decidí hurgar en lo aprendido durante el V Taller de Altos Estudios de Dirección Escénica, organizado por el Laboratorio Ibsen y la Compañía Danza Unidos, en conjunto con el Consejo Nacional de las Artes Escénicas y la Casa Editorial Tablas-Alarcos.
Fui invitado en mayo de 2017 por Yohayna Hernández González al taller con el director teatral mexicano Aristeo Mora de Anda, líder de la Compañía Opcional. Durante esos días conocí a Laura Liz (que también era participante) y convertí nuestras charlas en un interrogatorio sobre su obra. Desde la primera conversación supe que el texto se trataba de ella, de su experiencia real con una serie de acontecimientos que marcaron su vida. Laura había convertido en poesía el desastre y la ilusión de días pasajeros. Días que bien pueden repetirse como una constante a la que no se puede evadir. Cuando se busca algo, se corre el riesgo de descantar cosas/opciones/caminos. Toda búsqueda conlleva a olvidos. Buscar es también seleccionar.
Laura me dijo que escribió el texto cuando vivió en Argentina. Allí tuvo una vivencia ajetreada, se mudó varias veces, resistió a los apagones eléctricos y a la lejanía. Me dijo que lo peor en esas circunstancias es no saber “qué te llevas” y “qué dejas”. ¿No es esa la máxima de la vida? Noté que el texto en ella emuló como tabla de salvación. Como vínculo con los elementos alrededor de su biografía que no quería dejar/olvidar. Cartografía… es un texto sobre el olvido. Páginas para detener el curso y enumerar las pérdidas involuntarias. ¿Podemos dejar de olvidar?
El contenido del taller también fue útil para entender el texto, o por lo menos para consolidar la lectura que más me interesaba hacerle. Aristeo Mora es conocido por su teatro experimental, un trabajo que va de lo colectivo a lo colaborativo. La investigación realizada para su obra: Ciudades Imposibles formó parte de los ejercicios trabajados durante la cita. Recuerdo que nos habló de su experiencia al regresar a Guadalajara después de terminar sus estudios en España y cómo se cuestionaba por qué era tan difícil sentirse parte de aquella ciudad. De su necesidad de explorar los sistemas de inclusión y exclusión que regían cualquier urbe. De cómo su encuentro con la ciudad y su arquitectura necesitó una interpretación lejos de la ficción teatral.
El taller nos mostró distintas vías para crear dispositivos escénicos e interpretar la memoria. Mecanismos que permiten otra relación con la ciudad y sus residentes como objetos de estudio. El trabajo con el archivo y su utilización como interferencia en la historia oficial en todos sus niveles y la idea de hacer teatro como herramienta de diálogo, acción y pensamiento fuera del marco del arte, fueron los preceptos asumidos como mi mayor aprendizaje.
Ese taller modificó la manera que tenía de interpretar la realidad desde la escena. Durante esos días ejercitamos como compartir una investigación desde diversos formatos, haciendo de ello un encuentro teatral. El taller Visualizador de ciudades Imposibles representó un enlace vital con nociones estéticas e investigativas que luego terminarían por definir mi proyecto de puesta en escena.
Al organizar el proyecto de Cartografía… con el Grupo de Experimentación Escénica LA CAJA NEGRA, surgió un segundo espectáculo: Polígrafo. Pero este no pudo ser representado, los organizadores del evento no entendieron las razones por las cuales la función solo permitía 15 espectadores. Un ejercicio donde el público se convertía en performance sin entender su condición de espectador. Un concepto al que volveremos, ahora que quizás sea obligatorio reducir el número de personas en salas teatrales y espacios de representación. Lo cierto es que Polígrafo es de esos proyectos destinados a salir cuando la obra del creador ha avanzado en el tiempo, antes es inentendible/cuestionable/absurdo.
El texto de Laura corrió con más suerte, mis actores se involucraron en el proceso desde sus propias biografías y materiales imprescindibles. El juego del teatro se convirtió en el juego de sus vidas.
La lectura colectiva de la obra transformó el escenario en un tratado sobre la soledad/la distancia/la memoria familiar/el tiempo como imposible y las posesiones materiales. Es el último día en una casa con la que tienes una conexión familiar/energética/emotiva, es el último día que estarás entre esas paredes y tienes la necesidad de revivir situaciones, elegir “qué te llevas” y “qué olvidarás”.
Los actores entraron y salieron de escena con sus propias pertenencias, sus padres y amigos. Nuestros ensayos fueron comprender un cuestionario de una veintena de preguntas diseñadas para vivir sobre las tablas. ¿Si te encontraras en esa situación qué harías? Cada actuante tuvo que vivir durante 50 minutos una historia real, una historia donde mostraron sus deseos y miedos. La propuesta como en otras anteriores del grupo, también cuestionaba el hecho teatral en sí mismo. Había un marcado interés por mostrar al teatro como un espacio de supervivencia real.
Las complejidades más angustiosas en este trabajo yacen en la elección de cada actor para vivir un suceso real ante los espectadores. El primero de los tres actores, José Alfredo Peña Ortiz, escoge pasar esa noche con sus amigos, e invita a cuatros compañeros de la infancia, trae su guitarra y su ropa friki, trae su mochila llena de recuerdos que evidencia la amistad, algo que repiten sus cuatro invitados. La actriz Maibel del Rio Salazar escoge a su madre, la persona que más significa para ella y lo muestra, su canción preferida, el biberón donde tomó leche hasta los 25 años de edad. El último actor, Alexis Martí Veranes, prefiere estar solo. Una elección que lo desnuda frente a su mayor conflicto. Trae pocas cosas con él, no tiene nada de valor ni a nadie para despedirse, su elección es su única posibilidad. En esencia, la selección de cada uno es un reflejo profundo de sus vidas, de sus tribulaciones, de sus dudas. Estas elecciones convierten a la obra en un acto de sinceridad absoluta. ¿Autoficción?
La verdad es utilizada para conducir al público por una historia que sucede en el momento, que se construye mientras el espectador se replantea su relación con sus amigos, sus padres, consigo mismo, pero sobre todo su relación con el teatro. Un elemento significativo en el trabajo del grupo, la preocupación ideo-estética sobre el imaginario colectivo que se tiene sobre el teatro.
¿Qué te gustaría cenar en una noche como esa? Les pregunto durante el trabajo investigativo. De la respuesta nació el final de la obra. Una comida confeccionada por todos, una mesa donde se comparte por última vez. El público sabe que es el final pero que la acción no va a parar, es real, nadie dejará sus platos para saludar, para recibir los aplausos. El público se retira, mientras en la mesa, la teatralidad de la vida hace de la obra, un ejercicio humanamente hermoso.
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