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Un coloso para las artes decorativas en Gibara

“El Museo de Artes Decorativas de Gibara y sus colecciones son fieles evidencias y testimonios de valor incalculable, del contexto histórico donde surgieron y sus diferentes utilidades”, así, a grandes rasgos y por vía telefónica, define María de Jesús Chacón, directora del mismo, la impronta de esta institución, orgullo de los gibareños y de todo el público que se acerque a sus salas.

A pocos metros de la plaza principal de esta ciudad costera, en medio de la transitada calle Independencia, se erige este majestuoso edificio con estilo neoclásico, que además es Monumento Local. El inmueble fue construido en 1866 por orden del comerciante español radicado en Gibara, Atanasio Calderón Villa; y en 1910 pasó a manos del millonario gibareño José Beola y Valenzuela, hasta 1961, cuando fue nacionalizado por la Revolución. Me comenta María, con seguridad de museóloga apasionada (se nota en su conversación y en los detalles de cada uno de los datos que me ofrece) que la familia Beola y Valenzuela era descendiente de españoles y venezolanos; y José fue propietario del 80.9% de las acciones del Ferrocarril Gibara-Holguín.

cortesía de María de Jesús Chacón

María se conoce cada historia que habita las paredes del Museo, entre ellas que la edificación alojó por varios días, en 1898, al Mayor General Calixto García, y me pone al tanto del repertorio de celebraciones, fiestas y otras actividades sociales de la familia Beola, donde sobresale la recepción ofrecida al primer presidente de la República de Cuba, Tomás Estrada Palma, en abril de 1902, cuando llega a Cuba procedente de Estados Unidos, por el puerto gibareño, lo que denota la gran influencia socio-económica de la familia Beola, lo cual influye en las colecciones de mobiliario y piezas domésticas que hoy se exhiben en las salas de la institución. Aunque, me explica, que la cena propiamente en sí no fue ofrecida en este inmueble, sino en una engalanada vivienda, propiedad de la acaudalada familia, convertida después del triunfo de la Revolución en cuartería, y conocida por los gibareños como “la casona”.

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El puerto de Gibara, entre 1860 y 1930, fue uno de los atracaderos preferidos del litoral norte de Holguín para el comercio marítimo con firmas consignatarias tanto locales, nacionales y extranjeras.

Este tráfico comercial posibilitó que los descendientes de españoles, principalmente, se enriquecieran e hicieran una cuantiosa fortuna para levantar muchas de las construcciones coloniales que se alzaron en el pequeño poblado; de este modo se requerían mobiliarios, objetos utilitarios y decorativos para ambientar y ser utilizados en los diferentes espacios de dichas casas.

cortesía de María de Jesús Chacón

Por tanto, Gibara tuvo un fecundo desarrollo de las artes decorativas, con gran variedad de objetos utilitarios y decorativos, que poseen un valor excepcional para la cultura local. Por otro lado, fue una de las ciudades cubanas por donde penetró el estilo art nouveau, principalmente en piezas del ámbito doméstico, no así en otras como Cienfuegos, donde la arquitectura sobresale con rasgos de esta corriente artística, distinguida por la elegancia y las formas curvas que realzan las calidades de los materiales, en perfectas unidades de estructura y decoración.

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Luego del triunfo de la Revolución Cubana, en enero de 1959, el gobierno comenzó a nacionalizar toda una serie de negocios y propiedades de las familias ricas en la isla y con ello, pasan a mano del pueblo, entiéndase a instituciones con fines públicos que iban surgiendo, diversos objetos que componían estas edificaciones.

De esta manera entre 1961 y 1962, aproximadamente, surge la idea de fundar un museo en lo que había sido la casa de la familia Beola y Valenzuela, dado los elementos arquitectónicos, artísticos e históricos del inmueble, y los objetos que poseía la casa. Sin embargo, no es hasta el 25 de julio de 1972 que se inaugura oficialmente como Museo de Artes Decorativas, impulsados por la idea de Antonio Lemus Nicolau, reconocido historiador de Gibara. Este fue instalado en la parte alta de este edificio de estilo neoclásico, convertido en una de las construcciones más significativas de la segunda mitad del siglo XIX en la Villa Blanca.

cortesía de María de Jesús Chacón

En sus inicios se catalogaron para su exposición más de mil piezas de las artes decorativas y mobiliario, y fueron donadas otras de las instituciones de Instrucción y recreo, de la antigua Colonia Española de Gibara y de la Unión Club. “Este proceso de recuperación de piezas patrimoniales se extendió hasta mediados de la década del 70, incluso una vez abierto el museo”, comenta María con exactitud.

A partir de 1972 y hasta la actualidad, “el museo ha salvaguardado, cuidado, gestionado e interpretado de diferentes maneras, las riquezas de ese patrimonio que con el transcurso de los años hemos obtenido a través del concepto, fundamentalmente, de transferencia de piezas de La Habana y donaciones de los gibareños, además mediante la compra-venta, por el cual se completaron las colecciones que hoy se exhiben en el Museo”. Pero lo más notorio, destaca, es que el 95 por ciento de los objetos museables han sido recuperados en la propia Gibara.

Uno de los primeros directores y gestores del patrimonio de la institución fue Lemus, cerca de 20 años cuidando celosamente el Museo, destaca, haciendo énfasis en el papel de este sabio historiador a la cultura de Gibara. También sobresale el trabajo de rehabilitación del acuarelista Luis Catalá Maldonado, quien tuvo a su cargo la restauración de cada recinto del edificio: paredes, muros y falso techos de cada espacio, así como la labor de la pintora y museóloga Liliana Caballero (en este momento hace una pausa, María piensa para decirme el nombre de cada uno de los trabajadores que han pasado por sus salas y han dejado una huella importante, pero se rinde, dice que su memoria a veces falla y no quiere dejar de mencionar a todos los que han contribuido a la impronta del Museo, y además agradece al equipo que actualmente le acompaña).

En el año 2008 el Museo fue cerrado al público por acciones constructivas, hasta el 2017 que se reinauguró, para suerte de sus pobladores y de los foráneos que agradecen su existencia. En su reapertura estuvieron presentes, entre otros, del escritor y etnólogo Miguel Barnet, entonces al frente de la Uneac y hoy su presidente de Honor, y Gladis Collazo, presidenta del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural. “Yo vine aquí hace muchos años y siempre admiré esta ciudad, este pueblo y esta villa maravillosa. Aquí tuve algunos amigos que ya no están, porque han pasado los años, pero siguen los monumentos presentes con colores radiantes. Esta ciudad era la villa blanca, ahora es la ciudad cromática, la ciudad de colores”, comentó Barnet.

cortesía de María de Jesús Chacón

El autor de Biografía de un cimarrón, Oficio de ángel y Canción de Rachel expresó además: “Estoy muy feliz de haber venido. Desde que llegué sentí un calor humano con cierto olor marino muy agradable y muy sensual que lo hace a uno enamorarse de nuevo de esta ciudad. Este es un viejo amor que yo tenía que cumplir y dicen que un viejo amor nunca se olvida ni se deja”.

“Todas sus salas y colecciones se desactivaron y en esos momentos fue un reto para sus especialistas proteger y conservar cada una de las piezas. Fueron casi 10 años de trabajo intenso”, añade María. Hoy esta institución es su orgullo, de sus trabajadores y de los gibareños, que observan su pasado tangible en cada espacio de esta renovada y hermosa edificación.

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El Museo de Artes Decorativas de Gibara figura entre las instituciones culturales más importantes del país, pues atesora una gran colección de obras del siglo XIX y XX, entre los que destacan piezas de cerámica, cristal, esculturas y muebles de estilo, oriundos principalmente de Francia, Inglaterra y Alemania.

Una visita al majestuoso edificio es como revivir la vida doméstica de la época de esplendor gibareño, entre 1870 y 1930. En sus 14 salas de exposición y cinco almacenes se conservan más de dos mil 500 objetos de las artes decorativas de esta época, con gran valor patrimonial y de conservación. Dentro de las colecciones más importantes se encuentran la de cerámica francesa, integrada por más de 700 objetos, donde sobresalen los conjuntos de servicio de manufactura Limoges, otras de manufactura inglesa, resaltando los servicios de mesa.

cortesía de María de Jesús Chacón

Al otro lado de la línea María insiste y me pasea por cada uno de los espacios que componen el Museo; aunque lo he frecuentado en otras ocasiones, esta, su visita dirigida vía telefónica, fue única, pues destaca, entre otros sitios, el salón principal, ambientado con muebles estilo medallón, un piano de cola estilo Pleyel, pasando por un sillón de enamorados, expresión de los cánones del período, piezas de cerámica alemana, austriaca y francesa y arcos de medio punto, que aporta singular belleza a un inmueble bien estructurado.

Muebles cubanos de las primeras décadas del siglo XX, esculturas de bronce y mamparas predominan en la decoración. Las paredes con motivos florales expresan la corriente art nouveau, asentada en la Gibara del siglo XIX, al punto que varios muros del recinto, desde el vestíbulo, la escalera, hasta el sócalo, están rematados con elementos vegetales que son reminiscencia de esta corriente europea.

Se exhiben, además, juegos de salas estilo perillita, lámparas de techo de cristal veneciano, jarrones, pedestales de exótica decoración y motivos mitológicos que realzan la armonía entre la forma y ornamentación de estas piezas Art Nouveau. Allí también se encuentran objetos de estilo rococó, y muebles de firma austriaca Thonet, así como un curioso florero trabajado con la técnica desdorado y decoración floral realizada a mano.

Otra colección importante es la de libros, con más de 300 ejemplares de las sesiones de las Cortes Constituyentes de España y del Congreso español, entre ellas las de Castilla, Bayona y legislaturas que pertenecieron al vicecónsul de España en Gibara, Javier González Longoria.

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Lamentablemente hoy el Museo permanece cerrado al público, como todas las instituciones culturales del país, de manera preventiva ante la propagación de la Covid-19. La misma razón que me llevó a la conversación vía telefónica con María, de no haber sido por este virus que te aleja de tus semejantes por miedo a la muerte habría llegado yo hasta el Museo para recorrerlo con ella (que en su trato me pareció orgullosa de su gente y afable, como todo ser humano que habita ese poblado), mientras me acercaba en su conversación a la historia del Museo.

cortesía de María de Jesús Chacón

María, ahora vía Facebook, me dice que están preocupados por la situación que vive Gibara, donde hace solo decretaron recientemente fin de la cuarentena, sin embargo, mantienen su trabajo interno en el Museo, a partir de la documentación e investigación de las piezas, pues a veces se completan datos de época que no se conocían. Además, se verifica el estado de conservación de cada una. Una vez a la semana, precisa, acuden allí para realizar acciones de limpieza, mientras que otros especialistas trabajan desde la casa en otras actividades dirigidas al Museo, que ha trascendido la curiosidad de los apasionados para convertirse en un coloso del arte y la cultura gibareña y cubana, durante 48 años de labor dedicada al rescate de la memoria.

cortesía de María de Jesús Chacón

 

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