A mi hijo Abraham Fonseca GarcÃa,
con el amor de un ferviente martiano.
Hablar y escribir de José Martà en tiempos tan convulsos como los que vive la humanidad es evocarle a la madre tierra que lo abraza en Dos RÃos su ideario de libertador patriótico, anticolonialista e intelectual, para que ilumine nuestra concepción revolucionaria.
La concepción de la nación cubana se basa en la utilidad de la virtud. La virtud de multiplicar los panes y los peces enseñando a un pueblo a labrar la tierra con el sudor de su frente, con el yugo de sus manos, en un archipiélago que no cuenta con grandes extensiones de tierra y sufriendo un bloqueo genocida impuesto por el “gigante de las siete leguasâ€, que lucha por exterminarnos por hambre y desabastecimiento de productos esenciales para el crecimiento de un paÃs.
Pero este gigante olvida que nuestro Apóstol nos legó la onda de David, su palabra viva, sus actos consecuentes con su pensamiento, que nos ilustró que contra el imperialismo norteamericano debemos de andar de cuadro apretado “como la plata en las raÃces de los Andesâ€, permitiendo desdibujar la desunión que se desarrolla como flores de lúgubre en tiempo de crisis, de deshumanización, de valores como la honradez, la honestidad y solidaridad, que hacen imperar el egoÃsmo, la vanidad y el robo como miserias mezquinas de los timoratos, acomodaticios, vendepatrias y coleccionistas de estrellas que olvidan que “el verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber.â€
“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancÃa los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundoâ€.
Pero nuestro Héroe Nacional nos vislumbró el futuro, nos iluminó el porvenir cuando nos expresara: “América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.â€
Trincheras de ideas que deben florecer, desarrollarse, fecundarse con el accionar de cada cubano y cubana de bien, reafirmando el pensamiento colosal de pensar como paÃs, no como eslogan publicitario de masas, sino con la certeza que “la mejor manera de decir es hacerâ€.
Martà definió de forma magistral su manera de pensar como paÃs, cuando enunciara: «La patria no vale por sà misma: vale en la medida que sea justa. No es triunfo, sino agonÃa y deber. Nunca está hecha. Hay que hacerla y rehacerla cada dÃa. Si crear suele ser oficio de poetas, llevar a la vida lo creado, es oficio de hombres«.
La patria vale por el valor justicia de nuestro pueblo para crear “con todos y para todosâ€, con sus manos laboriosas que deben definir todas las aspiraciones precisadas y legÃtimas del pueblo. Solo el pueblo puede llegar a transformar y enaltecer más el paÃs que soñamos, no utópicamente, sino como agonÃa y deber. AgonÃa, porque como escribiera el Apóstol:
“Es probable que ningún cubano que tenga en algo su decoro desee ver a su paÃs unido otro donde los que guÃan la opinión comparten respecto a él las preocupaciones sólo excusables a la polÃtica fanfarrona o a la desordenada ignorancia. Ningún cubano honrado se humillará hasta verse recibido como un apestado moral, por el mero valor de su tierra, en un pueblo que niega su capacidad, insulta su virtud y desprecia su carácter.â€
Deber, para que germine con fortaleza la patria próspera que meditamos, rehaciendo cada dÃa lo creado con nuestros propios esfuerzos, construyendo el patriotismo más bello. Compromiso con los pobres de la tierra, ahà radica nuestra suerte, y un ejemplo de ello son nuestros médicos cubanos que traspasan fronteras y van a brindar su capacidad de amar para fecundar la maravilla de la dignidad del hombre, salvando las vidas de los desposeÃdos de la tierra.Â
El humanismo de nuestros médicos cubanos es heredero de las enseñanzas de nuestro Apóstol, las cuales estuvieron definidas en base al amor; un arma insustituible para unir a los pueblos con lazos de fraternidad; una verdad que hace levantar a los caÃdos, despertar el socorro mutuo y abrir el corazón en gestos sinceros de solidaridad con los pobres y más necesitados; la única ley que le otorga al hombre autoridad y hace renacer la esperanza; la esencia de la obra polÃtica que convierte a esta en indeclinable deber y en respeto pleno a la dignidad del hombre.
La muerte de José MartÃ, el 19 de mayo de 1895, vino hacer un duro golpe para las tropas libertadoras que perdÃan la figura central de la guerra necesaria, quien permitió unificar pensamiento, criterios, entre las máximas figuras históricas de la guerra mambisa. Diseñó el camino sólido para la guerra de independencia en el Manifiesto de Montecristi, un documento que constituye una fehaciente muestra de la unidad y solidez de la Patria.
Al mismo tiempo, expone la comunidad de criterios y los estrechos lazos de las dos generaciones participantes en la guerra del 95.Tras su fallecimiento, transcurrieron 64 años para que un puñado de jóvenes barbudos lo exaltara como autor intelectual, espiritual y material de la Revolución floreciente, no como una frase para la historia, sino definiendo una personalidad y caracterizándola.
Una única Revolución eternamente martiana pensada como emblema, bastión y bandera. Edificada sobre la base que “todo hombre verdadero debe sentir en la mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombreâ€.
Al cumplirse 125 años de su muerte este año 2020, celebremos su vida, porque como expresara Carlos Rafael RodrÃguez en su ensayo José MartÃ, contemporáneo  y compañero: “No es bueno ser profeta de las lamentaciones, sino que hace falta ser profeta de la movilización. Arte gemebundo, no. Arte doliente no. Arte para la creación. Arte para la movilización.â€Â    Â
La movilización de los hechos, de las acciones que edifiquen para la eternidad la sentencia: “En la cruz murió el hombre un dÃa; pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los dÃasâ€.
Seamos los nazarenos de las ideas de nuestro Apóstol nacional José Julián Martà Pérez y recordemos que escribir o hablar de tan significativa figura histórica puede cualquiera, lo que cualquiera no puede es vivir la vida de sacrificio, abnegación, dedicación y coraje que vivió.
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