Desiderio Navarro: “He logrado bastante, pero no logro convencerme”

*Tomado de Adelante

Desiderio Navarro no suele conceder entrevistas. “Cada palabra se me convierte en un drama”, me dijo, pero había accedido en seguida a nuestra petición. Alguien se preguntaba el porqué de un homenaje a este camagüeyano en  un evento para mirar el audiovisual. Quizá no se conocía de su entusiasmo de medio siglo atrás, donde está parte de la génesis del Taller Nacional de Crítica Cinematográfica, ni se “sospechaba” que desde Adelante comenzó a estimular el pensamiento crítico en el vórtice de la cultura.

—¿Cómo recuerda al Desiderio que vivía en Camagüey?

—Ese período inicial, sobre todo a partir de los seis años, fue, ante todo, el de la búsqueda ávida de libros y la lectura incesante –primero, de química, biología, psicología, filosofía y lingüística. Fui un autodidacta nato: un día, mis padres descubrieron que había aprendido a leer solo, y desde entonces estimularon en mí el estudio y procuraron mi desarrollo intelectual en la medida de sus limitadas posibilidades económicas. Mi mejor regalo de Reyes Magos fue un escritorio, hecho por mi papá en calidad de Gaspar, Melchor o Baltasar. Gracias a una licencia del entonces Ministro de Educación, Armando Hart, a los quince años pude ingresar en la Universidad de las Villas para estudiar Química, pero pronto me vi obligado a dejar la carrera.

Con el Premio Literario de Cuento de la UNEAC Provincial en 1965, me descubro a mí mismo como escritor y mis lecturas se reorientan hacia la literatura, el teatro, el cine y las artes plásticas –sin abandonar la filosofía. Poco tiempo después, la Dirección Provincial de Teatro me contrata como asesor del Conjunto Dramático de Camagüey me contrata como Asesor del Conjunto Dramático de Camagüey en su período de oro, que transcurrió en un contexto nacional de luchas ideo-estéticas entre ideas de vanguardia, de un lado, y realistas-socialistas, populistas, sovietizantes, cuyo desenlace, como es sabido, fue favorable a estas últimas.

Hay que recordar que el primer ataque público contra Lezama Lima, publicado en Bohemia, provino de Camagüey, y el único ataque contra la extraordinaria puesta en escena de Vade Retro por Pedro Castro, con actores de la talla de Héctor Echemendía, Yolanda Cuéllar, Mercedes Arnaiz y Rogelio Meneses, provino de un escritor del propio Camagüey. En ese tenso contexto también hacían sus obras los artistas plásticos Juan Vázquez, Santos Serpa y Gabriel Gutiérrez, así como los escritores Carlos Victoria, José Rodríguez Lastre y Francisco Garzón. Y por entonces escribí sobre algunos de ellos. En 1968 dejé Camagüey, y, poco tiempo después, también lo hicieron casi todos los creadores mencionados.

—¿Cuáles influencias del ambiente familiar y del contexto de su ciudad natal reconoce en la forja de su personalidad?

—Tuve las mejores influencias culturales que puede tener, en una ciudad muy conservadora, un autodidacta cuyas lecturas se adelantaban a su edad y cuyos intereses se salían de las materias y bibliografías establecidas: las influencias de quienes ante esa voluntad de saber “heterodoxa” no ponían obstáculos, sino ofrecían las mejores sugerencias y préstamos que podían: Eduviges Montalbán, maestra en la Escuela Primaria 6; Adela Rivas, profesora de Química en el Colegio Pinson; Osvaldo Morán Arteaga y Antonio Martínez Caballero, profesores de Química y Psicología, respectivamente, en el Instituto de Segunda Enseñanza, y Josefa Cruz, bibliotecaria de la Biblioteca Provincial. Las sugerencias de Fefa y las de Carlos Victoria Olivera, a quien conozco en ocasión del mencionado premio, abrieron ante mí un extraordinario mundo de obras modernas y de vanguardia –Kafka, Joyce, Eliot, Eluard…—cuyas inquietudes existenciales, sociales y estéticas nada tenían que ver con lo poco de literatura de otros tiempos que me habían hecho leer –un tanto formalmente– como asignatura.

—¿Qué sentimientos le producen los términos Cineforum y Adelante?

—En el periódico Adelante se publicó no sólo mi primera obra literaria premiada, sino también mi primera obra “crítica”, más informativa que propiamente analítico-interpretativa, según las exigencias de la época y el objetivo que me había propuesto de ganar nuevos receptores “no-iniciados” para la literatura y las artes de vanguardia. Así, seguí escribiendo en Adelante lo mismo sobre La muerte de un burócrata que sobre La felicidad de Agnes Varda, labor crítica que, ya en La Habana, continuaría en las páginas de Unión, Granma, La Gaceta de Cuba y Cuba Internacional.

“En ocasión de la primera Semana de Cine Cubano que organicé en 1966 con la participación de las más destacadas figuras y obras del cine nacional del momento, pude informar en Adelante sobre el Cineforum, que no era más que el sueño de un Taller de Apreciación y Crítica Cinematográfica como el que muchos años después realizarían con inimaginables creces Juan Antonio García Borrero, Luciano Castillo y Armando Pérez, nucleando a un equipo de excelentes colaboradores, atrayendo a los mejores representantes del cine y la crítica nacionales, y dando acceso a enormes caudales de selectas obras nacionales y extranjeras.

“Lamentablemente, una repercusión de la polémica sobre Vade Retro me alejó de las páginas de Adelante hasta la presente entrevista. Y, entre muchas otras cosas, agradezco al Taller de Crítica Cinematográfica el motivo de este reencuentro con sus páginas”.

—El dominio de otras lenguas no le invalida hablar en buen cubano. ¿Qué significa para usted ser políglota?

—El traducir múltiples lenguas es la parte menos importante de mi trabajo, pero es lo que yo llamo ”la parte circense”,”malabarística”, la que llama la atención y que, lamentablemente, alguno que otro utiliza para desviar las miradas de lo más importante de esta faceta divulgativa de mi trabajo: el rigor del trabajo de investigación, lectura y selección practicado en el oceánico pensamiento mundial sobre las más diversas disciplinas artísticas y culturales. También esa labor de divulgar traducciones propias y ajenas de textos valiosos comenzó en Adelante, cuando publiqué un artículo sobre el surrealismo del destacado crítico francés, José Pierre, miembro del Grupo Surrealista.

“En mayo próximo arribaré a la cifra de 500 traducciones de textos teóricos de 38 países en traducción de veinte idiomas. A diferencia de tantos que, cuando, en medio de nuestras carencias informativas nacionales, consiguen un libro valioso del extranjero, lo usan, lo citan, pero lo mantienen “enguacado” en su casa, yo no soporto la sensación de estar leyendo un texto importante, interesante, sea en español y, más aún, en otro idioma, mientras a mi alrededor críticos, investigadores, profesores, estudiantes y otros interesados en el tema no tienen acceso al mismo. Y me duele no tener más tiempo para darle a tanta gente todo lo extraordinariamente valioso del pensamiento teórico cultural mundial que desconocen y necesitan, cada vez más”.

—El conocimiento humano está en Internet, donde lo que vale, cuesta. ¿Cómo ha logrado para el Centro Cultural Criterios la gratuidad de lo sobresaliente del pensamiento teórico contemporáneo?

—Durante décadas lo he logrado gracias a mis propios recursos –los de mis becas y premios internacionales–; pero, sobre todo, gracias a la generosidad de editoriales, revistas, bibliotecas, universidades, ministerios de cultura y academias de ciencia de Europa y Norteamérica; y, aún más decisivamente, gracias a la simpatía hacia mi trabajo de cientos de las más importantes figuras teóricas internacionales, algunos de los cuales, como Iuri Lotman, me han cedido todos sus derechos en español por gran parte de su obra, o solidariamente han pagado ellos mismos, por mí, a su casa editora los derechos ya cedidos.

—Si tuviera que definir, en términos de apertura intelectual, ¿qué color le daría al más reciente quinquenio? ¿Dónde estamos en presente después de tanto debate de pasado?

—Creo que no se podría hablar de un único color, sino de algo así como un cuadro neoexpresionista en el que todavía a veces sobre grandes planos verdes y azules se ven bruscos brochazos grises. Un cuadro, por lo demás, en expansión, como una obra de Cesare, pero no en todas direcciones.

No creo que haya habido tanto debate de pasado: ha habido un poco de historiografía, y bastantes memorias –que algunos tratan de devaluar calificándolas de “catarsis”–, pero muy poco análisis, reflexión e intercambio de argumentos y contraargumentos.

“Ya el sólo hecho de que se siga haciendo referencia al propio debate de 2007 con la expresión “guerrita de los emails” revela cuán poco ha habido de reflexión. Pues no hubo ninguna guerra: los que fueron objeto de crítica nunca respondieron”.

—¿De qué se piensa en Cuba ahora, según su opinión? Este país trascendió en otros siglos por la hondura y alcance de grandes pensadores, pero en las últimas décadas pareciera que, más allá de la ejecutoria política directa de varias figuras, no abundan las personalidades que marquen pauta por esa labor invaluable de pensar un pueblo. ¿Coincide con eso?

—Resulta difícil saber lo que se está pensando en el medio intelectual, así en general. Entre otras cosas, porque desde los 70 se desalentó la figura del intelectual público revolucionario, o sea, crítico, y ahora estamos pagando los costos de ello. Habría que ver cuánto pensamiento afloraría en nuestra vida pública cuando se le ponga fin a la invisibilización del intelectual en la esfera pública en general y en los medios masivos en particular, donde su presencia, más allá de dos o tres programas sobre temas rodeados de una previsible unanimidad, se ve reducida a la información sobre aniversarios, premios, eventos internacionales, o al espectáculo de la puesta a prueba de su cultura general. Y hablo de intelectual no en la acepción débil de trabajador no manual, sino en el sentido fuerte original del que interviene en la esfera pública sobre asuntos extra artísticos, sociales.

—¿Cuál siente sea el lugar del intelectual cubano en ese acercamiento Estados Unidos-Cuba que muchos ven solo desde términos políticos o comerciales? ¿No estamos abocados ya al tiroteo principal de esa guerra de pensamiento?

—Hasta ahora, a lo largo de décadas, gran parte de las contradicciones ideológicas se han resuelto no por vías propiamente ideológicas, sino sobre todo por vías administrativas –parametración en los 70, depuración, el «tapabocas revolucionario», invisibilización mediática, exclusiones y obstaculizaciones, etc.–; en este nuevo período de democratización tecnológica y máxima apertura a la presencia personal y cultural extranjera es cuando, si se quiere defender las propias ideas, se tendrá que hacerlo mediante una verdadera lucha ideológica: escuchar, analizar, explicar, argumentar y contra-argumentar. Del imponer habrá que pasar al proponer. Para defender no se podrá ofender. Y para vencer habrá que convencer.

—Ahora regresa a Camagüey para celebrar medio siglo de vida intelectual. ¿Qué ventajas le ha brindado pensar de todo?

—El título de mi libro al que haces referencia — A pe(n)sar de todo–, como puedes imaginar, no es un mero juego de palabras. Esa voluntad o impulso de pensar de todo, pero de manera independiente, al margen de los cambiantes pensamientos «ortodoxos» dominantes en cada momento, más bien me ha dado desventajas en muchos órdenes –hasta un bruxismo arrasador desde los 70. A veces me digo que, para ser el hijo de un hojalatero nacido y criado en calle de tierra, totalmente autodidacta, he logrado bastante, pero no logro convencerme. La gran desventaja de ser realmente intelectual es que se te va la vida y nunca has pensado, estudiado o hecho lo posible, lo suficiente, lo necesario. La única verdadera ventaja es que te realizas en esa lucha de Sísifo.

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