Revisando mi libro de entrevistas descubrí que estaba lleno de hombres, directores y dramaturgos, pero había pocas mujeres, y aún menos, mujeres que no fueran dramaturgas o actrices. Eso me alarmó mucho porque reconocí en mis propias elecciones lo mismo que veo repetido hasta el cansancio en miles de espacios, a la hora de seleccionar o de ser seleccionadas solemos ser menos, a no ser en espacios que se declaren especialmente de “mujeres”.
Pues bien, empecé a observar (a veces mientras más cerca tienes a las personas menos las ves, es triste pero pasa todo el tiempo) a mi alrededor, y estoy rodeada de grandes mujeres de todas las disciplinas.
Rápidamente pensé en Yudd Favier, que también ha editado numerosos libros del sello Ediciones Alarcos. Teatróloga y profesora de la Universidad de las Artes, con quien podría hablar además, honestamente, sobre la crítica, en tiempos en los que muchos creen descubrir el agua tibia y le ponen nuevos nombres a problemas añejos y proponen soluciones descabelladas e impuestas que demuestran ignorancia e insensibilidad.
Yudd es graduada de Teatrología, asesora grupos que están entre lo mejor de la escena cubana (Teatro de Las Estaciones, La Salamandra…). Agrupaciones en las que no se desempeña como asesora, reconocen en sus criterios una buena parte de los aciertos y de las alertas necesarias para construir su camino y poética.
¿Tendrá que ver con el oficio de una espectadora especializada, con el talento para mirar y descubrir lo que no está funcionando, con la valentía de decir aquello que todos piensan y no se atreven a decir sin medias tintas…?
Para ejercer el criterio no necesitas un título universitario, y ahora con las redes sociales, escribirlo y hacerlo público tampoco precisa avales. Sin embargo, cuando te has decidido por una carrera donde el ejercicio del criterio es un puntal dentro de tu profesión, más que tener la verdad como una adarga siento que debes estar comprometido, no sólo con la opinión que ejerces, que siempre es estética, debe ser ética y por supuesto, es una visión particular y por tanto perfectible; sino con la utilidad de esa gestión.
En mi caso lo que sostiene mi manera de “interactuar” con la puesta de teatro, sus dramaturgos, directores y equipo general está relacionado con mi compromiso con ese ejercicio. Yo empecé a trabajar en el Consejo en cuanto me gradué y por supuesto, pregunté cuáles eran mis responsabilidades dentro del departamento y recuerdo que lo esencial se reducía a una frase: mi deber era estar actualizada sobre el quehacer del teatro para niños y de títeres en todo el país y poner este conocimiento en función de colaborar en su desarrollo.
Por tanto, durante todo este tiempo de ver mucho teatro, de viajar a todo el país año tras año viendo los repertorios, haciendo talleres de intercambio donde ofrecer una opinión inmediata era obligatorio y directo, eso me dio cierto entrenamiento. Nunca se trataba de hacer sentir mal o mejor al artista sino de desestructurar-valorar el espectáculo que acababas de ver.
Por supuesto, esta frontalidad siempre resulta agresiva para ambos lados: el que opina está ante un colectivo entero que ha trabajado (más o menos, mejor o peor) y ha presentado ante un espectador “malicioso» su trabajo. En efecto, para el crítico también es una labor dura y siempre creí que la mejor manera de hacerse responsable con ese criterio era siendo sincera, lo cual genera más ofensas que alabanzas.
Cuando una puesta de tpn o tt terminaba, era mi responsabilidad emitir un criterio de lo visto y en ese momento mi compromiso era con mi “deber” laboral por muy atroz que suene. Ese era mi trabajo en el Consejo y yo lo hacía e intentaba ser lo más consecuente posible. De todas formas hasta hoy, después de 18 años de carrera, jamás he podido decirle a un director que su obra es maravillosa o espléndida cuando no lo creo.
¿Es posible decir la verdad sin ser cruel? ¿Importa la crueldad o hacer sentir mal a alguien si está en riesgo la calidad de lo que está haciendo como creador? Has escrito textos duros por la forma descarnada en que manifiestas y dices tu opinión, eso ha provocado que haya creadores que te buscan, prefieren y respetan por esa actitud, y otros que sencillamente te odian. ¿Cómo lo llevas?
Eso que llamas la verdad y que yo prefiero llamar el compromiso, también tiene mutaciones. Porque ahora mismo como asesora teatral no pienso en “mi rol” o función como algo primordial si no en la responsabilidad que tengo ante todo un colectivo concreto con dramaturgos, directores, diseñadores, coreógrafos y actores.
Ahora me siento una intermediaria entre la obra y el público, (antes lo era ante el creador y la institución que lo subsidia) y de forma intuitiva todo lo que me parece perfectible de ser pensado dentro del proceso lo señalo, confío en la inteligencia de las personas con las que trabajo que saben escuchar, revertir y también decantar o desoírme.
Como asesora teatral no me callo nada, ningún detalle por pequeño que sea, porque siento que si identifico algún aspecto discordante y no lo digo, estoy traicionando la confianza que se ha puesto en mí, y como ves retorno al rol.
Pero los colectivos con los que trabajo hace más de cinco años en función de asesora de manera oficial o no, son amigos míos y profesionales de excelencia por los que siento una profunda admiración. Y eso ubica el trabajo en otro nivel y también hace diversos y muy particulares los canales de comunicación. Cuando trabajas con personas que sabes que les van todas sus energías y pasiones en su profesión, el respeto hacia “la obra” está implícito; y de esta manera jamás, hasta hoy, alguien ha creído que hay menosprecio en cualquiera de mis frases –a veces insolentes– cuando quiero señalar un punto.
Y sí, ese canal de comunicación límpido, sin concilio de egos, permite incluso intercambios virulentos de opiniones que crean anécdotas deliciosas y que sólo apuntalan la confianza mutua. Y aunque parezca naif –casi demagógico– sigue siendo la sinceridad la que logra este tipo de relación. Creo que el día en que trate de alegrar a alguien con mi discurso retórico y bien compuesto sobre su ensayo o texto… ese día soy inútil.
Sí, he escrito y déjame citarte: textos duros, algunos son producto de una catarsis en la que has estado viajando por tres meses viendo centenas de espectáculos, muchos de muy mala calidad, con personas y espectáculos con los que has dialogado por años infructuosamente y ese cansancio y decepción emerge… casi ebulle.
Algunos de esos textos probablemente no los escribiría hoy en ese tono; sin embargo, esos textos duros, todos han sido antes debatidos con sus creadores, así mirándole a los ojos “face to face”. Y por supuesto que tengo muchos creadores y te cito de nuevo, “que me odian”, tengo nombretes, apodos, gente que no me contesta el saludo… pero también tengo relaciones de armonía con muchos profesionales excelentes y aunque no tengo dudas de que este grupo podría ser más pequeño que el primero… es el grupo que prefiero a la hora de entender la profesión y seguir apostando por ella.
Estuviste muchos años vinculada al CNAE como especialista, has visto el teatro que se hace en la Isla y también has escrito y leído mucha crítica. ¿A qué le atribuyes la crisis de fe que hay alrededor de la crítica? Hace poco un crítico me decía: “El problema es que los teatrólogos de ahora no quieren ser críticos, quieren ser artistas, hacen documentales, son performeros y la crítica y lo teatrológico está en un último lugar”. ¿El fracaso o poca atención a la crítica tiene que ver con que los teatrólogos de hoy quieren ser artistas? ¿Qué ha ocurrido con la crítica en estos últimos años en tu opinión?
En verdad he pensado mucho en esta pregunta sobre la crisis de la crítica. No creo que sea este el espacio para tratar un tema que tiene tantas aristas posibles, pero como es un buen espacio para opinar, te confieso que a mí en lo personal me lastima mucho la manera descarnada y peyorativa en que casi todos se refieren a nuestro ejercicio, pero a veces las razones que argumentan no se pueden refutar.
Y siendo muy, muy global, creo que la matriz del problema tiene su base en los abruptos y contrastantes cambios de políticas culturales de las artes escénicas y me explico: desde el 60 hasta el 89 (casi 30 años) los grupos fundados eran como vacas sagradas, inamovibles pero muy controlados por el Consejo Nacional de Cultura, había una estructura muy centralizada y, por supuesto, esto generó estanco. Dentro de esa composición la crítica tenía un rol fundamental y a la vez muy focalizado en los grupos que existían; para decirlo mal y pronto, la crítica jugaba un rol importante y hasta determinante.
Luego, en un segundo período, se aprobaron los proyectos desde el 89-2019 (son 30 años más), con la excelente intención de ofrecer opciones para los creadores jóvenes, al principio sólo podría ser aprobado por el Consejo Nacional, y en su reglamento actual siempre, aún hoy, debe ser así; pero lo que verdaderamente empezó a ocurrir es que cualquiera con cierto cargo o poder podía crear un nuevo proyecto.
Yo creo que la crisis llegó a un tope cuando los directores se iban y dejaban a cargo de un actor la dirección del grupo como una herencia (Muchas veces llegábamos a provincias dónde existían nuevos grupos y nuevos directores que jamás habían sido conocidos por el Consejo).
En papeles, el tipo de contratación que era por seis meses o un año, en la realidad se convirtieron en grupos vitalicios. Te puedo confirmar que existen personas que hace 10 años no hacen un estreno y viven campantes. Luego, si antes había 24 grupos y 15 eran de buena calidad profesional, pero cuando se convirtieron en 200, los 15 se tornaron minoría y aunque en un principio se conformó lo que hoy constituye la vanguardia también proliferó mucho teatro de mala calidad.
¿Qué comenzó a suceder con la crítica?
Yo creo que la crítica comenzó a desechar paulatinamente al teatro deficiente y al principio lo escribía pero con esa información no sucedía nada en absoluto. Los críticos comenzaron a desechar proyectos –y no creo que esto haya sido cosa de un día– y en la actualidad nos hemos convertido en promotores del teatro que nos interesa profesionalmente. No está bien.
También surgió el pluriempleo, que es la única manera en que los teatrólogos podemos tener un salario para llegar a fin de mes y convertirnos en seres multifacéticos, y empezó a relegar la crítica como un ejercicio de vocación y no como la única vía de “mostrar” el valor de una profesión que se expandió hacia experiencias más protagónicas y productivas dentro del teatro. Muchos críticos encontraron labores más atractivas como gestores de festivales, editoriales, revistas, talleres y eso también crea una disyuntiva “ética” y, al final, efectiva, sobre qué ejercicio profesional priorizar.
Otros han querido dirigir, escribir, hacer cine y hasta actuar, eso a mí me parece fabuloso porque la teatrología sencillamente la ejercen personas que aman el teatro y el derecho a experimentarlo de formas prácticas para mí es irrefutable: es eso un derecho. Que quede bien, regular o mal… ya es otro asunto.
Es un deber de la crítica verlo todo y dar su opinión de todo. Pero seamos francos, casi ningún creador tiene un verdadero respeto por la disciplina polémica y se tornan agresivos, con lo cual el problema de la ética afecta a todos los bandos.
Nadie acepta absolutamente nada excepto los halagos sin máculas y hay enfrentamientos e insultos y, el crítico, que también es un individuo cotidiano de guaguas y colas, se agota de que el único resultado de su ejercicio especializado sea el malestar personal.
Al final del día escribas lo que escribas, y lo digo por experiencia propia, esos grupos de calidad de amateurs que llevan décadas digiriendo el presupuesto estatal, se presentan en los mismos teatros que una vanguardia consolidada y repito, cobran los mismos salarios blandiendo sus primeros niveles como si de verdad lo fueran. Si la crítica no tiene una función social ni ofrece una guía para jerarquizar y también, por qué no desechar, porque estamos hablando de teatro profesional, no subvertir valores con lo comunitario. ¿Entonces para qué sirve?
Yo misma al salir del Consejo me libré del “deber” de opinar siempre de cuánto veía y por eso cuando algo no me gusta salgo calladita como una espectadora triste y esquilmada; cuando no me gusta no aplaudo, eso sí, por algún lado debo mostrar mi insatisfacción, es mi derecho como espectadora.
Hace dos años no ejerzo la crítica escrita porque precisamente estoy trabajando de manera asidua con, al menos cinco grupos de este país y si escribo una crítica con aspectos negativos (aunque sean más que evidentes) de los otros 40 grupos con los que no trabajo, siempre será visto como predeterminadamente tendencioso y lo mismo pasa si quisiera escribir algo sobre esos cinco grupos.
Y por supuesto, uno es adulto y por tanto responsable de sus decisiones. Y me dan ganas de hacerlo porque hay espectáculos que son casi ofensivos por su falta de coherencia total y como nadie habla de ellos, tienes que leer publicaciones con autohalagos de éxitos que nunca existieron.
Tengo ganas de escribir porque quien calla otorga, pero he elegido. Existen grupos de 15, 20 años que jamás han hecho una sola obra meritoria de ser llamados profesionales y nadie quiere tener a su cargo el cerrar colectivos que no abrió. Entiendo que existe una gran espada de Damocles sobre la responsabilidad civil que generaría desestimar esas agrupaciones parásitas del presupuesto tan reducido del Consejo, pero hay entre ellos agrupaciones que en 20 años tienen cuatro obras en su repertorio, obras malas además, y eso debería cambiar porque en el igualitarismo desequilibrado también radica una forma de injusticia.
¿Cuáles títulos y antologías has compilado y prologado para la Casa Editorial Tablas-Alarcos? ¿Cómo ha sido ese trabajo?
Tablas-Alarcos es la editorial donde me he estrenado como antologista y hasta editora. Para mí ha sido un lugar de promoción superimportante del teatro para niños; ella se produjeron los libros Dramaturgia cubana para niños (1943-2013). 30 obras en 70 años. (La Habana: Ediciones Alarcos, 2014); Teatro Migrante para niños. Un caribeño en Nueva York (una selección de textos del autor Manuel Antonio Morán, La Habana: Ediciones Alarcos, 2016) y Teatro sombrío para niños curiosos (Una selección de textos del autor Christian Medina, La Habana: Ediciones Alarcos, 2016).
He editado un par que están en producción y tengo en el horno uno mío que, claramente, estoy superansiosa por ver convertido en materia. Ella escribía… prólogos de libros es una selección de ensayos sobre textos dramáticos para niños en Cuba cuyo título remeda un libro de Magie Mateo, que fue el primer libro de crítica (literaria) que amé.
Tienes textos que se salen del marco teatrológico y recientemente estuviste en el hapenning Hogar de Omar Batista y Dania del Pino Más como performer. ¿Estás interesada en alguna línea artística fuera del trabajo como crítico e investigadora?
No tengo ganas de hacer algo más. Por ahora mi intervención como performer fue una cuestión de fuerza mayor: quien estaría allí era Dania del Pino…, pero los procesos tienen sus tiempos propios y el estreno llegó junto con el nacimiento de Ernesto y pues Hogar era un proceso en el que todos estábamos muy comprometidos/involucrados y no quedó de otra que ponerse a “levantar las torres de casitas”. Más que como una actuación yo lo asumí como un ritual y cuando hacía mis endebles construcciones pensaba en esa gran masa anónima de personas que viven albergados, hacinados o en peligro de derrumbe y eso adquiría un carácter de acción simbólica. Fue el único recurso que me hizo estar del otro lado. No creo que pueda actuar y no me apetece hacerlo, pero quién sabe
Estas preguntas a continuación, me preocupan a mí, y no son teatrológicas ni importantes para el resto del mundo ni del arte, o tal vez sí. Las pregunto porque necesito la opinión y sensibilidad de varias mujeres respecto a estas interrogantes, porque creo que tú puedes decir algo que a mí, nuevamente en lo personal, me sirva, me alivie, me inquiete. Son tan simples que son las de siempre, tan comunes que son difíciles, tan sencillas que responderlas cuesta la vida.
Yudd, ¿qué es la soledad para ti?, ¿qué es la tristeza?, ¿qué es la nostalgia?, ¿qué es el amor?, ¿qué es el sexo?, ¿qué es la lealtad?, ¿qué es la felicidad?
¿Qué nos diferencia de los hombres en lo poético, en lo humano, en lo esencial, en lo general?
La soledad: es la constancia que yo he tenido en esta vida de que en verdad dependo de mí misma. Son los duros momentos de crecimiento: saber que recogerás sólo lo que hayas sembrado. Es dura pero te hace fuerte.
La tristeza: Los tiempos de desesperanza. Cuando existen falta de proyectos simples e inmediatos.
La nostalgia: idealización del pasado. Lo que te dice que ser extranjero es la peor condición humana a mi forma de ver.
El amor: literal: lo que hace que uno se levante cada mañana. Y cuando no has tenido amor de pareja aprendes a valorar los otros amores que son espectaculares y vitales.
El sexo: un ejercicio imprescindible, productor de dopaminas al que no deberían darle tanta importancia la gente, menos las mujeres que hacen un gran barullo en torno a él.
La lealtad: a mí me rige como código personal, Ámbar querida, y creo que va muy relacionada con el amor y la sinceridad.
La felicidad: unos raticos.
Mujeres: Para mí si fuéramos un árbol seríamos las raíces. Es duro pero una se afianza en muchas cosas y le cuesta desprenderse en la familia, en los hijos, en las materialidades, pero también en los ideales y hasta en las discusiones… nos arraigamos a todo. Los hombres son las frutas, las flores, el polen, salen hacia afuera y comienzan los ciclos una y otra vez con mucha facilidad.
*Parafraseando el título del libro que Yudd Favier prepara con una compilación de sus ensayos.
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