“Ahora mismo estoy revisando una nueva obra de teatro”

Novelista, guionista y dramaturgo, mucho ha colaborado Reinaldo Montero con Tablas-Alarcos. La violación, Liz, Áyax y Casandra, y el Teatro brasileño que compiló para nosotros son solo algunas de estas alianzas que compartimos.

Cuando le pedí algunas consideraciones para contribuir a esta serie de entrevistas con las que queremos promover a los autores de nuestro catálogo en medio de la situación especial que vivimos, fue muy escueto y muy él, acostumbrados como nos tiene al verbo afilado que lo caracteriza, pero luego me habló de su extrañeza, de lo nada que había cambiado su rutina y de que “ahora mismo estoy revisando una nueva obra de teatro”, de la novedosa pasión con que su mujer, la directora de teatro Sahily Moreda, estaba disponiendo un protocolo para todo en función de mantenerlos a salvo ―ya sabemos que no exactamente detrás, sino al lado de todo gran hombre tiene que haber esa gran mujer― y de cómo no lo dejaba sacar las manos “salvo para aplaudir a la hora del cañonazo”.

Cuando el mundo era habitable (Reinaldo Montero junto a su esposa y directora de teatro Sahily Moreda )/ foto Ernesto Ortega/ cortesía de Reinaldo Montero

Me tentaba pedirle que me dejara publicar tal correo, no quería dejar de compartir su chiste acerca de cierta herencia o “tufo” mesopotámico, “es fama que Nabucodonosor no salía de palacio sin nasobuco”, o su descripción del “acto coqueto” de Sahily al enredarse en una especie de hiyab, a punto de convertirse en “demencial” porque iba camino del burka.

“Coronavirus a dos velocidades”, me decía, y yo lo imaginé contemplativo. Me habló de lo elegantes que se vistieron para celebrar los años que cumplía, “nos vestimos a lo rotundo (…) y a cenar fuera, es decir, pusimos la mesa plegable en la terraza, prendimos velas amarillas que nos volvieron espectros” y dieron cuenta a su mejor manjar y vino.

“Que esta visitación al Medioevo, y antes aún tebana, acabe de tener fin, porque el fin, lo que es el fin, no lo traerá, o eso espero”, y se despidió con “abrazos a la antigua”.

Antes ya me había respondido tres preguntas:

“De la editorial tengo la mejor opinión, lo digo con la mano izquierda levantada a la altura del hombro.

“De mis publicaciones con ustedes tengo la mejor opinión, lo digo con la mano izquierda levantada a la altura del hombro.

“Del estado actual de la crítica tengo la peor opinión, lo digo con la mano izquierda descendida a la altura de salva sea la parte.”

Sí, mi querido Reinaldo, esta visitación del Medioevo acabará teniendo fin, lo digo con la mano derecha levantada a la altura del esternón.

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