A propósito de la premier de un documental ineludible
Siempre supuse que Repique, repique Juan, el documental de Jorge Luis Neyra, sería un buen material y necesario, aunque adolece de algunos detalles que no le permiten un desenlace mucho más feliz del que ya tiene.
Y voy a verlo en su premier porque, además de ser un amigo, lo soy de Liudmila Fonseca (Bayamo, 1983), una joven productora de televisión que obtuviera con este proyecto la beca de creación El reino de este mundo, que otorga cada año la AhS.
Ese es el detonante para que el audiovisual se realizara. La propia Liudmila reconoce que el proyecto estaba mucho antes que el producto audiovisual, “yo insistía en buscar opciones para poder realizarlo por varias vías. Como no lo lograba, vi la posibilidad de arriesgarme a enviarlo a la beca de creación de la AhS, y ya estamos viendo el resultado.”
El estreno ocurre en la Sala Abdala, sede del guiñol Polichinela de Ciego de Ávila, y percibo con agrado que la divulgación del mismo tiene sus frutos: hay más de 100 personas. Entre amigos y trabajadores de cultura, representantes de la UNEAC, la AHS, la televisión avileña y radio Surco… las butacas no se ven marchitas.
Llegan las presentaciones formales del equipo de realización, Liudmila Fonseca en la producción, Eric Yanes en la dirección de fotografía, Lizardo Gómez en la edición, y Jorge Luis Neyra como guionista y director, quien aclara que “nunca creí en el proyecto, ni veía la necesidad de hacer el documental, hasta que el mismo proceso de investigación me hizo ver la importancia del mismo y más allá, porque era necesario dar a conocer el arte declamatorio de Juan que sigue siendo excepcional”.
Se apagan las luces y la magia aún vigente, más allá de aquel 1895, se vuelve a sentir.
Los presentes, embrujados desde las primeras imágenes en plano cerrado de una carretera en movimiento, tienen en las caras el retrato de la satisfacción. Es un viaje, sí, es la idea de una huida no total, sí en apariencia efímera, hacia el centro de un hombre feliz, realizado.
Juan, el protagonista, realiza el viaje más maravilloso de su vida y no esconde los pormenores del mismo con tal de compartirlo con todos. Pero, luego, consigue que los espectadores sean parte de su ventura. Fue el último alumno de Luis Carbonell, el acuarelista de la poesía antillana, y lo consiguió con muy poca edad, a fuerza de talento.
El hecho en sí pudiera ser baladí, pero el contexto en el que ocurre, y la parte humana, lo hacen muy interesante porque aviva la sed de pasión que cohabita en el ser humano contemporáneo. Además de que la estructura que asume la entrevista pretende ser afable y muy cómoda, aunque no novedosa.
En este viaje de Juan somos partícipes de todos sus encuentros con los otros entrevistados. A veces son aparentemente sorprendidos en sus puestos de trabajo, en las casas, o simplemente, en la vida social. Y se complementa con ellos un diálogo que resulta creíble y hasta hermoso, porque cuenta la anécdota y brinda una información extra, no verbal. Y es la admiración que sienten por la facilidad del verbo que tiene Juan y por su capacidad de consagración al trabajo.
Aquí creo que pudiera estar uno de los primeros resbalones dramatúrgicos que da el audiovisual, porque ni todos los entrevistados aportan anecdotario sobre el entrevistado, ni todos fueron lo debidamente aprovechados en las indagaciones.
Pongo el solo ejemplo de la maravillosa Niurka Reyes, otra de las discípulas del Maestro. ¿Por qué no aprovecharla más en su visión de haber sido también alumna del gran declamador, y confraternizarlo, en un diálogo sabroso ante el propio Juan?
Sin embargo, esto sí se aprovechó, al nivel de parecer una escena dramatizada, cuando visita a Alden Knight. No solo el hecho fue muy bien montado, sino que se dieron detalles importantes de la vida personal del Maestro y de la veneración que le profesa su último alumno.
Lo mismo ocurre en uno de los encuentros finales con el hermano de Luis Carbonell. Su parecido físico conmueve, le acerca tanto al Maestro, que pareciera una ensoñación.
El documental trata sobre esta vivencia que se materializó durante cinco años, en una cita acordada para cada martes del mes a las cuatro de la tarde, en la casa habanera de Carbonell. Todo detalle omitido en aras de ahorrar metraje, pudo atentar con la hermosura del mismo.
De la misma forma, todo detalle de más, le resta vivacidad y lo hace reiterativo.
Esto último sucede con un final que llegó con sutileza, febril, con la imagen del Castillo del Morro musicalizada por la canción “Habáname” de Carlos Varela. Aquello era el cierre perfecto. Incluso, esperé ver los créditos ya enseguida y, luego, el backcolor. No fue así. Detrás reapareció Juan volviendo a decir lo que a todo lo largo del material ya había dicho. Y entonces alaba a otro de los personajes secundarios, La Habana.
Un personaje que está presente en la historia y que no era necesario dedicarle más minutos ni darle otra oportunidad a Juan para que declame un último texto sobre la ciudad. Ya viene declamando durante los minutos que dura el documental. Incluso, en los momentos iniciales se logra un montaje hermoso entre Luis declamando, y Juan después. Voces que nunca se encuentran allí, pero están juntas.
Como lo está La Habana
El documental como género ha de dar mucho en pocos minutos. De eso depende su existencia. Por eso, cuando se puede prescindir de pormenores ya reiterativos o innecesarios, pues será más que bienvenido y hará que la delicia sea mayor.
La edición a cargo de Lizardo Gómez está basada en la limpieza de los cortes directos, y de un buen diseño en el trabajo tipográfico. Las pocas transiciones que tiene no entorpecen la lectura, sino, más bien, le aportan al goce del espectador porque permite el sosiego y la concentración. Facilita el visionaje del mismo que, en definitiva, es lo importante.
A través de la imagen se logra reconocer las dos ciudades en donde ocurren las entrevistas, pero algunos planos detalles le hubiesen dado más vida. En sentido general, todo el trabajo de las cámaras permite un producto final sin rupturas de color o de saltos de luces y tonalidades innecesarias. También esa unión entre lo que vemos y cómo lo vemos es el logro del trabajo en equipo. Pero, sobre todo, es el mérito de Eric Yanes detrás de las cámaras.
Y una de las cosas que más me motivaron al disfrute pleno, fue el trabajo con las fuentes y la posproducción. Hubo material para graficar y eso permite que el tempo ritmo de la obra no decaiga ni por un segundo. Es como la pelea de boxeo donde se gana a golpes de imagen.
Cuando suben los créditos y veo a Liudmila ya iluminada, sé que está satisfecha. Su trabajo es admirable. Y es un logro para una productora de televisión que hace realidad un sueño que ha dormido ya dos años y consigue ver la luz. Tiene sus planes muy bien definidos con este esfuerzo artístico, “tratar de promocionarlo por todas las vías para dar a conocer la obra de Juan y mostrarle a la gente quién es ese Luis Carbonell que muchos jóvenes no conocen. A través del documental y de muchas maneras se ve su obra y cómo Juan mantiene vivo su legado.”
Ya la suerte está echada y todo listo para que Juan siga con su repique. Este merecido homenaje le hará dar la vuelta por toda Cuba y el mundo, como el más avezado de los discípulos del acuarelista de la poesía antillana.
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