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Analektas poéticas de La Luz

Witold Gombrowicz arremetió una vez contra los poetas. Gombrowicz, el amigo de Virgilio Piñera, quien participó en el equipo que tradujo al español Ferdydurke, esa obra maestra del modernismo europeo publicada por el novelista polaco en 1937, escribió para eso Contra los poetas.

Gombrowicz aseguraba que la poesía entonces se realizaba “en el vacío casi completo”. ¿Pero cuál es el vacío del que habla Witold? El vacío de la falta de sensibilidad, del estilo hermético y unilateral, la poesía del exceso de versos, la poesía que necesita un buen aire fresco…

Mucho de ese aire fresco, de sensibilidad y desenfado lírico –a pesar del sarcástico Gombrowicz– encontré en los tres más recientes cuadernos publicados en la aparentemente sencilla y modesta –comparada con las tantas proezas editoriales de La Luz– colección Analekta de este sello de la AHS: Cerrado por incapacidad, del habanero Ricardo Acostarana, que mereciera el premio del concurso Nuevas Voces de la Poesía Cubana en 2018; Distintas formas de habitar un cuerpo, de la camagüeyana Martha Acosta Álvarez, y Las contemplaciones, del holguinero Rubiel G. Labarta, que obtuvieran el Premio El árbol que silva y canta en 2017 y 2018 respectivamente, organizado por la sección de literatura en Holguín y la AHS en el municipio de Báguanos, en la jornada de trova y poesía Del verso y la miel.

Presentación de título de ediciones la luz en el pabellón cuba durante la feria internacional del libro 2020/ Foto Vanessa Pernía Arias

Eso pensaba mientras leía estos poemarios. En Cerrado por incapacidad la poesía llega como constructo, posibilidad, edificación de sentidos… Acostarana va armando una arquitectura de efectos como quien arma un mosaico epocal o una maquinaria para deglutirlo todo o casi todo sin miramientos. Eso es también la poesía: engranajes, mecanismos, piezas, estados de la mente, un dolor momentáneo que cae al cesto, donde encontramos todos los convencionalismos y la sagrada idea de ser original, escribe. Como en ese túnel por el cual avanzamos con los sentidos alertas leemos el cuaderno, sabiendo que la realidad nos espera fuera, que nada sirve tener un dios antidisturbios pendiente, pues acabamos confirmando que el poeta también es un ladrón que desea escapar de este país a un no país como este. Y que la poesía –cuando todo está cerrado por incapacidad–nos da la posibilidad del viaje: anticipa la huida, nos abre las puertas de la libertad en versos como los de Ricardo Acostarana.

A Martha Acosta la conocíamos, en cambio, más por su obra narrativa, galardonada con premios como el César Galeano, Pinos Nuevos, Calendario, Celestino y el Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar. Martha posee méritos en la narrativa que la ubican, sin dudas, entre los jóvenes escritores más laureados e interesantes en el contexto literario contemporáneo en Cuba. En su poesía –que fue una sorpresa grata y que viene a calzar una sensibilidad otra, que ya entreveíamos en sus cuentos– la lírica y la narración se complementan como un todo amplio. Hay una evolución en la historia, un discurso poético que bebe de la construcción de sentido, en poemas como “La mesa del domingo” y “En Cuba no hay glaciales”. Familia, identidad, contemporaneidad… se cruzan y como Delfín Prats, Martha asegura que no existen caminos que nos lleven de regreso a los sitios donde he sido feliz¸ por eso nos invita a que sea puesta la verdad sobre la mesa. A esa verdad, la suya, nos llevan sus versos.

Después de publicar su primer cuaderno, Los dioses secretos, por La Luz precisamente, y que el mismo recibiera el reconocimiento La Puerta de papel, que otorga el Instituto Cubano del Libro con su consiguiente reedición, el holguinero Rubiel G. Labarta ha obtenido muchos de los más importantes premios del panorama nacional, como el Pinos Nuevos, Manuel Navarro Luna, Ciudad de Ciego de Ávila, Paco Mir Mulet, América Bobia, Hermanos Loynaz, Ciudad de Holguín y la Beca Prometeo de La Gaceta de Cuba, que le han hecho publicar otros tantos libros. Muchas de sus obsesiones –como si fuera hilvanando un amplio poema que atraviesa sus textos– se encuentran también en Las contemplaciones: la familia una y otra vez, sumergida en la cotidianidad asfixiante que las ayuda a soportar el paso de los años, la dura rutina de los años, pues –nos recuerda más adelante– el arduo transcurrir del tiempo, puede ser, sin dudas, una traición imperdonable. Y además, cierta nostalgia hacia un pasado en donde la vida –como síntoma de la cotidianidad de muchas familias– se reduce a la cruel espera. Hay mucho de melancolía cuando se desea medir el verdadero tamaño de lo que perdíamos, aunque estemos seguros de que ya nada hará que recobremos el verdor de antaño.

Foto Vanessa Pernía Arias

La Luz estrenó en 2011 la colección Analekta. Al sencillo formato horizontal y su breve tirada, se añade la ventaja de su fácil elaboración, en comparación con otros libros de mayor hechura, y el hecho tangible de haber publicado el primer texto de muchos autores locales y otros de varias partes del país. El libro que inició la colección, la Analekta 1, fue Los mundos y las sombras, de Delfín Prats. Le seguirían otros autores a esta, ya con 37 títulos: Lina de Feria, Zulema Gutiérrez, Yonnier Torres, Eilyn Lombard, Frank Castell, Jamila Medina, Eldys Baratute, Irela Casañas, Elaine Vilar, Israel Domínguez, Elizabeth Reinosa, entre otros. Ahora se suman las voces poéticas de Ricardo Acostarana, Martha Acosta Álvarez y Rubiel G. Labarta. Y cada una de ellas resulta un atractivo encuentro, un viaje hacia muchas direcciones.

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