Enero vuelve cada año bordado en versos y teñido de rosas blancas a lo largo de la geografÃa cubana para esperar al amigo sincero y estrecharlo en un abrazo franco.
Enero vuelve cada año envuelto en llamas para alumbrar la noche, donde el Maestro, a la luz de las antorchas, dialoga entre los humildes sobre el presente y el futuro.
Enero vuelve a recordarnos que él nace, pero no muere; porque mientras palpiten las nobles ideas, el Apóstol emerge como fuente de luz.
Enero vuelve cada año a indicar la fecha en el calendario, sin sospechar que los corazones de la edad de oro y los pinos nuevos le llevan permanente hecho coraza contra las tormentas verbales.
Enero vuelve cada año como un diapasón de sonatas lÃricas que cuentan la historia de aquel hombre no menos héroe, por combatir en las cuartillas, o menos temido por apuntar con la pluma al enemigo.
Enero vuelve cada año a invitarnos a que nos tomemos de las manos junto a Nené Traviesa, Meñique, o la Muñeca Negra, para entender de noblezas, justicias y verdades que se tejen desde el alma.
Enero vuelve cada año a comprender mejor cómo un pueblo enardecido se lanza contra cualquier bandido que pretende mancillarlo, reescribirlo con absurdos o borrarlo de la memoria.
Enero vuelve cada año glorioso y puro para honrarlo sin protocolo, porque no hubo alguien que prefiera más sencillez que aquel que dijo yo tengo de Bayamo el alma intrépida y natural.
Enero vuelve cada año convencido de sus lluvias, de su frÃo, de abrir las puertas, de un nuevo calendario; pero sobre todo seguro de que es un mes que deberÃa llamarse MartÃ.
Enero vuelve cada año, entonces, a coronarse con la dicha de un alumbramiento que puso las estrellas al cielo lóbrego que tenÃa esta nación.
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