Palabras del catálogo de la muestra fotográfica Otra isla… otro peso, de la joven artista Aneli Pupo Rodríguez (Holguín, 1987), expuesta en la galería Antón Morales (CPAP) como parte de la Jornada literaria La isla en peso, realizada en Guantánamo, del 15 al 17 de enero, con dedicatoria a la joven poesía del Oriente cubano y al escritor santiaguero Eduard Encina (1973-2017).
Virgilio Piñera reconfiguró la isla en toda su dimensión. La isla antes y después de Piñera, uno de los más insubordinados, lúcidos y necesarios escritores cubanos, no es la misma. Es la isla en peso. Esa que, además de estar sumida en la metafísica y palpable maldita circunstancia del agua por todas partes que ha signado al poema, es una isla cargada, desde los días genésicos, de un desbordante erotismo. De cuerpos que invitan a despojarse de sus ropas para nadar, cuerpos que intentan poner en claro el primer contacto carnal en este país, y el primer muerto. He dado las últimas instrucciones. Todos nos hemos desnudado, escribe Virgilio.
Desnudos, como hubiera querido Piñera, entramos a la isla de cuerpos y significantes que nos propone la obra fotográfica de Aneli Pupo; una, a mi entender, de las más interesantes artistas jóvenes en Cuba. Los cuerpos en la misteriosa llovizna tropical, en la llovizna diurna, en la llovizna nocturna, siempre en la llovizna, los cuerpos abriendo sus millones de ojos, los cuerpos, dominados por la luz, se repliegan ante el asesinato de la piel, los cuerpos, devorando oleadas de luz, revientan como girasoles de fuego encima de las aguas estáticas, los cuerpos, en las aguas, como carbones apagados derivan hacia el mar, leemos en una de las sinfonías más sensuales y procaces de la lírica cubana. Nos adentramos en las piezas fotográficas de Aneli ––cuyos títulos, además, se regodean lúdicamente con versos del poema–– casi instintivamente, de manera sensorial, para palpar cuerpos, contornos, laceraciones, sensualidad… Y para preguntarnos además: “¿Qué trajo la metamorfosis?”. Otra isla, ¿otro peso acaso?
Los cuerpos de Aneli Pupo ––cuerpos femeninos que insisten en “el desentrañamiento de una identidad–– han recorrido, e insisten aun en hacerlo, diferentes ruedos antes de adentrarse en los caminos de la isla: la fragilidad corporal (la silueta humana, el dolor, los objetos del dolor) en antagonismo a la fortaleza del carácter femenino, en series como Manual de la artista; el hecho plástico y la aptitud femenina (un acto, además, de liberación imprescindible como ser social) en Matriarcado y Perestroika; el cuerpo como receptáculo de la psiquis (la ansiedad, la depresión, la agresividad, las dudas, los miedos) en Insight y Plegaria; lo efímero de la existencia humana en Monocromos de un ocaso y Estampas de la memoria; “la figura que constantemente se acopla y se renueva” en Evoluciones; las marcas del embarazo, los cambios físicos evidentes en el cuerpo femenino que niegan los cánones de belleza, en InPerfectas…
Los cuerpos desnudos de Aneli ––Piñera insiste en quererlos así, desnudos–– se adentran aquí en la inmensidad vegetal de la isla. Ella cava esta tierra para encontrar los ídolos y hacerse una historia. Son cuerpos incorporados naturalmente a la flora, a las variaciones del verde, al agua, a las formas (troncos, ramas) de los árboles… Árbol del poeta, árbol del amor, árbol del seso. Cuerpos que recuerdan la inmensa obra de la también cubana Ana Mendieta; cuerpos sufridos (colgantes, en equilibro) como muchas piezas de Marta María Pérez y Cirenaica Moreira, pero que se reconocen libres, autónomos, posibles, en la cosmogonía poderosa de esta artista.
Bajo la lluvia, bajo el olor, bajo todo lo que es una realidad… Aneli Pupo sabe que la isla, ese amplio bosque difuso, erótico, maternal, como la luz o la infancia, aún no tiene un rostro fijo. Desnudos entramos a los territorios de la isla; desnudos también salimos, pero menos livianos. Hemos dejado, para cargar en cambio más. La isla, sobre los hombros, realmente pesa.
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