AGNUS DEI: Hoja de Ruta para atravesar la arena

Gusto del teatro que corte mi respiración. Tensa en la butaca hoy es como mejor me encuentro. Sigo las luces, la atmósfera seduce los sentidos, ningún otro pensamiento cruza. Soy parte de la escena. No quiero que termine pero cuando llega el final siento el alivio que trae la conmoción. Intuyo el regreso.

La pieza dramática que por estos días sacude las tablas santiagueras se escribió en 1979 por John Pielmeier y su estreno acaeció en Broadway en 1982. La historia de Agnus Dei es como un viaje que emprenden tres mujeres, y con ellas el público, diría entonces Pielmeier. «Un viaje que ya ha realizado el autor y que como todos los tránsitos importantes es un proceso inquietante y difícil, en sí mismo, un auténtico milagro», apareció en una reseña en El País, tras el estreno oficial en Madrid en septiembre de 1982, montaje dirigido por Ángel García Moreno.

Tomada del Perfil de Facebook de Artes Escenicas Santiago De Cuba

Las tres mujeres que protagonizan la historia, dos monjas y una psiquiatra, representan el enfrentamiento de dos sistemas de pensamiento antagónicos en torno al conflicto que sufre la religiosa más joven, acusada de haber matado a su recién nacido. Agnus Dei plantea la pugna entre racionalismo y religiosidad en clave de intriga policiaca.

La experiencia religiosa, la presencia subyacente de lo sobrenatural en una sociedad tecnológica y laica, son algunos de los motivos que inspiran la obra de Pielmeier, autor que confesara su herencia católica y su obsesión por el tema místico.

Agnes de Dios (Agnes of God, 1985) dio título a un filme estadounidense con la dirección de Norman Jewisony, basado en la pieza teatral homónima. La película tuvo tres candidaturas a los Oscar: a la mejor actriz principal (Anne Bancroft), a la mejor actriz de reparto (Meg Tilly), y a la mejor música.

¿Y qué tengo yo que ver con esto? Indagará el ingenuo. Pareciera un tema anclado en las versiones que nos llegaron vía las radionovelas de la pasada centuria. Nada más ajeno. Todavía aparecen “en-redadas” e impresas noticias en que el instinto animal traiciona lo humano o viceversa. Las contradicciones del ser parecen perpetuarse en un reciclaje de temporalidad. Las tecnologías entre otras cosas, han venido para agilizar nuestros saberes, miedos, vicios e inquietudes.  

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Tal vez sean éstos y un sinfín de motivos por los que formaciones teatrales geográficamente distantes deciden retomar para la puesta en escena sus versiones del Cordero de Dios.

En marzo de 2019 en Córdoba, España, el teatro El Silo acogió una adaptación de Agnus Dei (La Pasión), interpretada por el grupo teatral Farándula Don Bosco como uno de los actos previos a la Semana Santa de Pozoblanco.

Mientras en Santiago de Cuba, Calibán Teatro apuesta por remover los resortes del pensamiento y la sensibilidad, avezándose en un camino independiente de los “ismos”. Esta agrupación distingue en la escena santiaguera por la articulación de discursos sobre personajes y obras que han marcado hitos en las letras y la dramaturgia. Para la ocasión apelan a un texto –solo en apariencias– poco conocido, que junto a los personajes invita a la escena indagaciones sobre los valores, sentimientos, ética, el cuerpo como recinto y sujeto de acción y diálogo respecto a construcciones de vida, entre un sinfín de inferencias en dependencia a las realizaciones de cada espectador.

La interpretación de temáticas y preocupaciones universales a través de códigos particulares de la agrupación en su comunicación con el público nacional le garantizan una actualización al quehacer teatral, a veces saturado de lugares comunes en el abordaje de las problemáticas locales.

La puesta que por estas semanas toma el escenario del Cabildo Teatral, responde a una versión del texto realizada por Eduardo Eimil, con la dirección artística de Orlando González y la dirección general de Maikel Eduardo. El diseño de escenografía y vestuario responden al estilo de Marta Mosquera. Integra además la exposición personal Agnus Dei. La visión de un estigma, de la artista Tahimí Cugat, quien tuvo a su cargo además el cartel promocional de la obra. Las palabras al programa acogen el sello de la dramaturga Margarita Borges, quien ofrece una suerte de paralelo con las ciencias filosóficas.

Calibán Teatro y su público comparten el drama y sus símbolos a través de la estructura que brinda el teatro de arena. Cualquiera de nosotros puede experimentarse dentro del convento católico donde concurre la experiencia de la hermana Agnes con la asistencia de la Madre Miriam y la contrapartida de la psiquiatra Martha Livingstone, porque proximidad física, sensorial e intelectiva se entrelazan desde el comienzo mismo.

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La escenografía es sobria y simbólica, con una decoración minimalista donde el montaje de iluminación y la música enfatizan la acción. La trama acontece en dos espacios escénicos. Por un lado la dirección ha puesto este drama místico en función de la carga actoral de las protagonistas; por otro, destacan los elementos simbólicos en alusión a signos religiosos y la plasticidad que se logra entre las imágenes. Cristo se trasmuta en varias escenas o narraciones bíblicas con apelaciones a momentos cumbres de la historia de las artes visuales. Jesús unas veces desde la cruz, otras desde la performance dialoga con las contradicciones en conflicto.

Pareciera que podemos tocar al hijo de Dios o debatir con la ciencia según sea la postura de cada cual. Los personajes aparecen en su humanidad. La fe y la ciencia coquetean, se abrazan, lanzan a duelo, exhiben sus fortalezas, se lastiman, muestran sus debilidades. Las actuaciones aunque sin excesos, calan hasta la conmoción del espectador. Lo que resulta difícil es quedar al margen, porque si llegas a la arena, si llegas, la atravesarás.

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