Deben quedar pocos cubanos y extranjeros que no hayan vivido la experiencia de caminar Obispo arriba y abajo y escuchar “sopa”. Sería muy simple hablar de ello como la música que acompaña desayunos, almuerzos y cenas en restaurantes, hoteles y centros turísticos.
Quedaría fuera las jerarquías visibles entre las diferentes agrupaciones; se estaría olvidando que en múltiples momentos esta es la banda sonora de turistas nacionales e internacionales que visitan nuestra Habana. Aunque esta labor constituye un ingreso económico para estos hacedores, su estandarte no debiera ser el crear la música que más vende. Esto es un facilismo, es ceder ante la mercantilización de la cultura.
Me parece que algunos ya nos estamos cansando de Chanchanes, Yolandas y Los cuartos de Tula. Repertorio que se repite hasta la saciedad y cansan a nuestros oídos que saben de la riqueza rítmica y melódica de la música cubana, sus compositores e intérpretes. Puede que con ese tiroteo sonoro no se esté ayudando a la educación musical del habanero y del turista.
No siempre les falta calidad en su interpretación, el fallo generalmente está en la selección del repertorio el cual no explora en la diversidad apabullante de canciones creadas para y en la ciudad; y qué hablar del repertorio internacional que generalmente parece precisar de algún melómano extranjero que lance su petición al aire y en ese momento el ingenio y la destreza hacen que suenen los acordes del tema deseado. Pienso que los cubanos ya no somos, solamente, rumba, mulatas, tabaco y bongó; y por extensión diría que el habanero también es mucho más.
El paisaje sonoro de la ciudad debiera mostrar las sonoridades, timbres, entonaciones y ritmos que identifican nuestra historia musical. La Habana canta en ritmos tan diversos como la trova, el pop, el chachachá o el jazz. ¿Por qué nuestra “sopa” no se condimenta con esos y otros sabores? Sería un proceso necesario el mostrar nuestro ADN, los códigos genético-musicales que identifican a cada habitante o transeúnte de nuestra ciudad. Digamos, “la música que corre por nuestras venas”. ¡Que la sopa suene como La Habana misma!, esa debiera ser la premisa para que música y turismo caminen en la misma dirección por la defensa de la identidad musical de nuestra urbe.
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