Nos conocimos mientras cursábamos estudios en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Por aquellos días siempre me llamó la atención la huella fotográfica que se palpaba en sus cuentos. Cerrabas los ojos y parecía que estabas viendo una película. Tiempo después supe que estudiaba Dirección de cine.
José Luis Aparicio Ferrera nació en 1994, en Santa Clara. Ha ganado en tres ocasiones la Beca de Guion que convoca la Asociación Hermanos Saíz. Integró el Jurado Mezcal del 33 Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG) y el jurado del Premio Sara Gómez del 40 Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano. Es miembro de la Junta Directiva de la Muestra Joven ICAIC. Sus trabajos han sido seleccionados y exhibidos en festivales de varios países.
Este joven realizador, a pesar de su corta edad, tiene mucho que expresar, y su discurso se va consolidando poco a poco en cada una de sus obras. Entre sus principales fortalezas podrían estar la persistencia, la búsqueda constante y dedicación, armas necesarias para emprender un camino en el complejo universo cinematográfico.
Desde joven tienes una marcada inclinación por el séptimo arte. ¿De dónde proviene esta pasión?
No sabría explicarlo. Mi primera pasión fueron los libros, sobre todo las novelas de aventuras, fantasía y ciencia-ficción. Devoré cuanto título pude de la editorial Gente Nueva, nada más que me enseñaron a leer. Luego, cuando tenía ocho o nueve años comencé a escribir poemas y cuentos policiacos. En ese entonces soñaba con una vida de escritor.
El cine se convirtió en algo serio durante mi adolescencia. Desde niño no me despegaba del televisor, veía todo tipo de series y películas, omnívoramente. El descubrimiento de directores como Woody Allen, Stanley Kubrick o David Lynch me hizo más consciente de las posibilidades expresivas del medio. Después llegaron las cámaras de video caseras, comenzó el rejuego con la técnica, el componente artesanal… El cine se transformó en una obsesión, casi enfermiza, que persiste hasta el día de hoy.
Eres graduado en Dirección de Cine, Radio y Televisión de la Facultad Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA) de la Universidad de las Artes (ISA). Cuéntanos sobre esta etapa. ¿Cómo es el proceso de formación de los jóvenes realizadores en Cuba?
La verdadera formación de los cineastas, en Cuba y en el resto del mundo, es fundamentalmente autodidacta. Las mejores escuelas de cine te proporcionan ciertas nociones técnicas o teóricas que complementan tu desarrollo, pero la pelea real es la de uno mismo con la tradición, y se realiza en privado, en el bullicio de una beca o en la soledad de una sala de cine.
Hay que ver películas, todas las que se puedan, constantemente… y hay que leer, y filmar, y consumir todo el arte posible. Solo así hay esperanzas.
La FAMCA es una facultad muy limitada económicamente, pero esto no debería ser excusa para justificar sus principales problemas. En el último año y medio, por ejemplo, hemos presenciado una vuelta de la censura y el fundamentalismo político, por encima de la libertad de creación de sus alumnos.
Lo anterior, junto al eterno problema de los planes de estudio, rígidos y obsoletos, y a la escasez de profesores verdaderamente capacitados, conforma un panorama difícil. Sin embargo, conservo muy buenos recuerdos de esa etapa. Los debo, en su mayoría, a profesores como Joel del Río, Gustavo Arcos, Mario Masvidal, Jorge Molina, Alán González y Marta Díaz… A ellos y a otros pocos les estaré siempre muy agradecido.
¿Qué propuesta estética ofreces desde tus materiales audiovisuales?
No creo que se pueda hablar de una estética específica, única, bien definida, en los audiovisuales que he realizado hasta la fecha. Tampoco es algo que me quite el sueño. Desconfío de los artistas que encuentran una fórmula que se les da bien y la repiten obra tras obra. Tengo miedo a acomodarme, a no tomar riesgos. Muchos de los creadores que prefiero cambian constantemente, se retan y salen de sus zonas de confort. Mutar o desaparecer, como los Beatles. Ese es mi mantra. Solo me interesa conservar el misterio, la ambigüedad… El camino fácil sería traicionarme. Prefiero el fracaso.
¿Cuáles referentes artísticos han marcado tu obra?
Jorge Luis Borges, Woody Allen, David Lynch, Guillermo Cabrera Infante, Paul Thomas Anderson, Virgilio Piñera, Agnes Vardà, René Magritte, Roman Polanski, Salvador Dalí, Quentin Tarantino, los Hermanos Coen, Stanley Kubrick, Charlie Kaufman, Hayao Miyazaki, Orson Welles, Edward Hopper, Werner Herzog, Martin Scorsese, Maya Deren, David Cronenberg, Chris Marker, Monty Python, Les Luthiers… Es una lista larga que crece constantemente. No estoy seguro de que hayan marcado mi obra, pero sí mi visión del arte y la vida, mis actitudes, mi educación sentimental.
También cursaste el Taller de Técnicas Narrativas del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. ¿Qué te aportó en el proceso creativo de los guiones?
La “Onelio” fue muy importante, no solo por el contacto con profesores como Eduardo Heras León y Raúl Aguiar, sino también porque me permitió tomar el pulso a los escritores de mi generación. Eso como cineasta lo considero fundamental: escapar a la vida cultural fragmentada o sectaria que a veces sufrimos en nuestro país.
La influencia en mi trabajo como guionista es evidente, pues las técnicas narrativas no son patrimonio exclusivo de un medio u otro. A partir de mi paso por el centro, mis narraciones se hicieron más sólidas y conscientes, más complejas y a la vez más precisas en su despliegue técnico.
La FAMCA, por otro lado, carece de la especialidad de guion. La “Onelio” vino a suplir muchas lagunas en mi formación, me hizo recuperar el placer y la pasión por la lectura que experimenté en mi niñez y adolescencia.
Has obtenido diversos premios con tus cortometrajes y has participado en el 39 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano y en el 14 Festival Internacional de Cine de Gibara. ¿Qué influencia ejercen estos eventos en la carrera de un joven realizador?
Una influencia decisiva. Sería ingenuo decir lo contrario. Si no has participado en un festival o recibido algún premio, estás en desventaja a la hora de, por ejemplo, aplicar a un fondo de ayuda a la producción o solicitar una beca de cualquier tipo.
La calidad artística, por estos lares, no siempre es lo esencial para salir adelante. También es necesario algún respaldo o reconocimiento, al menos en un sentido estratégico. Hacer currículo, como solemos decir.
No obstante, la oportunidad de compartir tu trabajo, de polemizar y debatir al respecto, no puede ser tomada por sentado, más en nuestro contexto, donde escasean los festivales y las ventanas de exhibición y distribución, así como los espacios de crítica y pensamiento.
Mantener y desarrollar eventos como la Muestra Joven, con lo difícil que esto resulta en ocasiones, es una preocupación que debería ser de todos los cineastas en el país.
¿Cuáles son los principales retos que enfrenta actualmente el cine independiente en Cuba?
Es una pregunta complicada de responder, sobre todo porque atravesamos un período de cambios, de incertidumbre… Más allá de las dificultades económicas y prácticas de la producción, creo que los principales retos se enfrentan en el campo de lo estético.
El cine cubano tiene muchas deudas, no siempre se hace las preguntas adecuadas. Yo quisiera ver un cine más diverso, más preocupado por la memoria de la nación, más complejo y menos complaciente, donde coexistan las películas de entretenimiento con las de autor, el cine de género con el realismo social…
El principal reto es actualizarse, eliminar el rezago que nos separa de nuestros espectadores naturales y del resto del mundo. Desde hace décadas, salvo contadas excepciones, las películas que hacemos no se ven en ninguna parte, ni siquiera en la isla.
Las que mejor suerte han corrido son las independientes, para mí las más arriesgadas, las más interesantes. Es una lástima que el abandono legal, la censura y la desidia hayan coartado este desarrollo. Sin embargo, no han podido detenerlo.
Una de tus últimas creaciones es el cortometraje de ficción El secadero, ganador de los Premios a la Mejor Producción y del Público en la 18va Muestra Joven del ICAIC, que recientemente en este mes obtuvo el Premio a Mejor Ficción del Bannabáfest, Tercer Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos de Panamá. Háblanos un poco del proceso creativo de esta obra.
El Secadero es un corto de 28 minutos que transcurre en La Habana de 1993, una Habana inventada por nosotros pero que conserva algunos lazos con la realidad.
Su guion está inspirado en algunos personajes y situaciones de La máquina, un cuento del escritor cubano Jorge Enrique Lage, pero en este caso se trata de una versión extremadamente libre. Un asesino en serie decapita policías. Mario, un oficial desencantado, encuentra la cabeza de la séptima víctima. Junto a su compañero, Camacho, debe llevarla a la estación. Una distracción momentánea conduce al extravío de la cabeza, que es robada junto a sus bicicletas policiales. Ambos descenderán al underground habanero para recuperarla…
Así comienza una historia con tintes de neo-noir, pero que es realmente una comedia negra, con mucha influencia de Tarantino y los Hermanos Coen. Es mi último corto y con el que más feliz me siento hasta la fecha.
Debía representar mi tesis de graduación de la FAMCA, pero fue censurada por la nueva dirección de la facultad. Sin preverlo, terminó convertida en mi primera obra verdaderamente independiente. Se realizó gracias a una campaña de crowdfunding y con el apoyo de varias productoras no estatales. Luego de los premios en la Muestra Joven, ha tenido un recorrido internacional por festivales de Chile, Argentina, Alemania, Estados Unidos, Panamá y México. Espero que cuente con más oportunidades de exhibirse en nuestras pantallas.
Recientemente fuiste seleccionando para la III Residencia Internacional de Cine Castello Errante, dedicada a la formación de jóvenes cineastas italianos y latinoamericanos. ¿Qué te llevas de esta experiencia?
Castello Errante es una de las mejores experiencias que he tenido en mi formación profesional. Tener la oportunidad de conocer la cultura italiana, de visitar Roma y recorrer los pasillos del Centro Sperimentale di Cinematografia o los foros de Cinecittà, es algo realmente invaluable.
Más importante aún fue estrechar lazos profesionales y personales con un puñado de jóvenes cineastas de diversas procedencias, italianos y latinoamericanos. Los 35 días que compartí junto a ellos me cambiaron, me devolvieron fuerzas para seguir intentando este oficio tan difícil.
A todos ellos y al staff de la residencia les agradezco mucho, así como a la Muestra Joven, al ICAIC y a la Embajada de Cuba en Italia, que lo hicieron posible.
¿En qué proyecto te encuentras trabajando en estos momentos?
Ahora mismo estoy terminando la post-producción del largo documental Sueños al pairo, sobre la vida y obra del músico cubano Mike Porcel, un proyecto que co-dirijo junto a Fernando Fraguela.
Sigo enfrascado en la distribución de El Secadero y entro en la pre-producción de un nuevo corto, cuyo título provisional es El Tikrit, con guion del cineasta santiaguero Carlos Melián.
También estoy desarrollando dos proyectos de largometraje: La zona muda, una ficción situada en el universo ficcional de El Secadero, co-escrita junto al guionista Daniel Delgado, y Distintos modos de cavar un túnel, un documental sobre el poeta cubano Juan Carlos Flores, que concebí junto al también poeta Ramón Hondal.
Hay más ideas, más proyectos… Es el tiempo que no alcanza.
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