El 28 Salón Provincial, inaugurado en la Sala Principal del Centro de Arte, confirmó una hipótesis que ya poco tenía de conjetura, si añadimos que se estaba haciendo reiterada desde hace varias ediciones y, además, sucedía de igual manera en el Salón de la Ciudad, realizado en enero: la creación joven está posicionándose y legitimándose con fuerza en las galerías de Holguín.
Manual de usuarios, como se titula el Salón, lo reafirma de manera encomiable. Incluso representa un salto cualitativo respecto a ediciones anteriores, pues emergen nuevas e interesantes voces, que son incluso premiadas; y las que ya conocíamos de muestras anteriores han sido capaces de mantener una poética que los hace distinguibles, estables, visibles.
Con una amplia tradición dentro de las artes visuales en el territorio, el Salón Provincial, que alterna su realización con la Jornada de Teoría y Crítica, no deja de estar ajeno a las problemáticas que asolan a los salones a nivel nacional: la ausencia de importantes artistas en su catálogo, aparejado al propio nivel de convocatoria; la práctica curatorial más allá de la lógica colocación de las piezas en el espacio galérico…
Esto a nivel nacional, pues en Holguín, el joven equipo del Centro Provincial de Arte, liderado por Yuricel Moreno Zaldívar, se empeña año tras año en mostrar una curaduría sostenible e inteligente, que ha puesto en tela de juicio cuestiones tan vigentes como el mercado, la propia institucionalización y circulación del arte…
En Holguín, ambos salones no representan, grosso modo, el estado de las artes visuales en la provincia. A falta de los principales exponentes, los nombres reconocidos en el ámbito local y nacional, estos salones se han convertido en una especie de vitrina/plataforma legitimadora de los jóvenes artistas, principalmente los estudiantes de la Academia Profesional de Artes Plásticas El Alba, subrayado en ocasiones el desinterés de muchos creadores en participar en esa suerte de aquelarre multigeneracional, otrora principales escenarios visibilizadores.
¿Apatía? ¿Falta de estímulo? ¿Poca visibilidad y promoción? De todo hay en la variopinta viña del Señor. Aun así, el Salón Provincial es un escenario privilegiado para cualquier artista, sea más o menos conocido, incluso bastante joven, a falta, en cambio, de otras tantas posibles plataformas.
Esta vez el hecho curatorial, sin dudas meritorio, realizado, junto con la museografía, por los jóvenes Josvel Vázquez Prat y Lissett Creagh Frometa, esta última, además, a cargo de la dirección general del Salón, estuvo articulado sobre la base de un “sistema” (la exposición) y sus “componentes” (las piezas que lo integran).
Así –escribe el profesor y crítico Ramón Legón– “la institución, la galería, la exposición, el salón, son una suerte de manuales, de guías de usuario: el mapa que intenta organizar el accidente y el episodio. Organizar y presentar el salón (la exposición), implica, de cualquier manera, manualizar y mediar cada cierto tiempo. Espejo, manual, mapa o guía de usuario que también se convierte en accidente y episodio reiterado”.
En este “sistema” confluyeron –la galería como Aleph borgeano, donde todo confluye y es posible– diferentes poéticas, estilos, técnicas y maneras de acercarse a la creación artística, protagonizadas por jóvenes, estudiantes o recién graduados de los talleres y las aulas de El Alba.
Salvo el caso del naif Salvador Pavón, con Carnaval holguinero 2017, y la sugerente propuesta de Bertha Beltrán Ordóñez, con Proceso mutante I y II, en mixta sobre lienzo, la mayoría de las piezas pertenecen a artistas jóvenes, cuyas obras las hemos visto en muestras colectivas, entre ellas las realizadas en la Casa del Joven Creador de la AHS holguinera.
Si bien es preocupante, como hemos apuntado, la ausencia de reconocidos nombres de las artes visuales holguineras, in crescendo en cada edición de estos salones, el hecho tiene el lado positivo –alguno hay que verle– de que la atrevida y fresca visualidad del “arte joven” se apodera de ellos; aunque, subrayemos, que la juventud no siempre es sinónimo de ruptura o vanguardia; la situación, dada a anfibologías y ambigüedades, es mucho más amplia, sugerente.
Me detendré en algunas de las piezas que más llamaron mi atención –por diversos motivos, incluso algunos puramente subjetivos– en Manual de usuarios. Entre ellas, la obra de la premiada Liz Maily González Hernández, premio único, por la propuesta integradora de las piezas, “donde convergen soluciones formales y conceptuales, que junto a intenciones de interacción y reflexión, abordan problemáticas de la realidad artística”, subrayó el acta del jurado, compuesto por el especialista Martín Garrido, y los artistas Ruslán Torres y Dunieski Martín.
Liz Maily, estudiante de cuarto año de El Alba, construye, reconstruye y deconstruye los cimientos de su obra, en un constante rejuego de aproximaciones visuales, de cercanía interactiva. Le interesa lo lúdico, pero también el aprendizaje, la conceptualización, la evolución misma de un trabajo en proceso. No por gusto incluye la pieza Receta para construir una obra de arte, donde subraya la necesidad de un cuerpo teórico, con referentes y antecedentes, antes de iniciar la construcción de la obra (aspectos formales y conceptuales de esta).
Las demás piezas de este proyecto curatorial –el arte como un sistema– presentado por Liz Maily se nombran: Piensa y construye, interesante calografía de dimensiones variables, a manera de un puzle que nos tienta a ensamblar; y la atractiva linografía El que busca, donde observamos, al parecer, alumnos y profesores trabajando en un taller de grabado, entre prensas y piezas colgando.
Pero lo que la hace sugerente es la suerte de fragmentación y work in progres que la conforman, pues son cuatro grabados, tres de ellos realizados junto a otras personas, incluidos profesores, lo que la componen, cada uno segmentado y seccionado del resto. Así la pieza final de su autoría es el resultado –o tal vez el inicio mismo– de las otras obras.
Quiero destacar otras piezas dentro de la amplia muestra: Happy Birthday!, impresión digital de Claudia Velázquez Carmenate que obtuvo Mención, donde diversos objetos (maracas, un machete, un auto de juguete, un mortero para especies) aparecen envueltos de la misma forma en que se prepara el tamal en la cocina cubana, cociendo la masa de maíz tierno en las mismas hojas que guardan la mazorca; Yo me muero como viví (clara apropiación del verso de Silvio Rodríguez) y Toda convicción es una cárcel, técnica mixta (a partir del ensamblaje de tornillos y piezas similares) de dimensiones variables, de Armando Batista Rodríguez; obras de la serie ¿Quién le pone el cascabel al gato?, de Juan José Ricardo Peña, una de las menciones del Salón; una talla en madera, metal y pasta moldeable, de la serie El silencio de las cucharas, de Vladimir Sánchez Pérez; Alter ego, díptico de Annaliet Escalona Esquivel; Fisuras de luz, grafito sobre madera de Hennyer Delgado Chacón, y Abstracción, de Mariannis Mirabal, reconocida también con otra de las menciones entregadas.
Otras piezas llamaron mi atención: Hecho en casa, instalación duchampiana de Marlin Licea Hervas: dos latas de conservas cuyas coloridas y sui generis etiquetas nos aseguran que estos productos son elaborados en casa a partir del ingenio popular y la inventiva; el óleo sobre lienzo con matices expresionista de Ernesto Luis Bruzón Hernández titulado (…), y Escudo, técnica mixta, a partir del ensamblaje de diversos materiales, de Alexander Hernández Dalmau.
Encontramos, además, en Manual de usuarios, obras de Annia Leyva Ramírez, Artemio Viguera Velázquez, Dariel Bertot Rojas, Héctor Eduardo Rodríguez, Luis Carlos Márquez, Liuba María González Linares, Pady Hill Pupo, Reidy Céspedes de la Cruz, Yohan Tamayo Salgado, Aníbal de la Torre, Antonio Cruz Bermúdez, Anelí Pupo Rodríguez, Daniela Marrero, Heidy Gómez, Julio César Cisneros, Lidisbelis Carmenate, Marcos Suárez, Mariannis Mirabal Ripol, Natalie Francies Infante, Ramón Jesús Pérez, Vladimir Sánchez, Yoel Torres Montero y Yiki González.
Un riesgo de los salones –aun sabiendo que hay detrás un riguroso equipo que recepciona y evalúa cada pieza– es el visible agotamiento. Muchas veces –y no digo que este sea el caso– funcionan más como vitrina del agotamiento creativo, que como espejo de una creación fructífera. Y eso denota, no solo el estado de los salones, sino de la plástica en la provincia o ciudad.
El Salón holguinero ha sabido salir adelante, como espacio legitimador, el más importante en la provincia. Y como trampolín –por esto mismo de legitimar y visibilizar– para los jóvenes creadores. Hacer que relevantes nombres en la plástica local y nacional integren cada edición lograría un escenario más variopinto, y que funcione, al mismo tiempo, como espacio de confluencias, de interacción entre creadores de amplia obra y otros más jóvenes, hoy reinantes.
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social.