Daniel Burguet: “Nunca he deseado ser mejor escritor que persona”

Casi siempre luce serio y muy metódico. Su pasión por las letras contrasta con su labor como trabajador en el Centro de Inmunología Molecular, institución cubana dedicada a combatir el cáncer. No come carne, aunque uno de sus personajes en el libro Cuando despiertes la devora de manera enfermiza. Tiene el pelo largo y un aire de asiático en sus facciones.

Daniel Burguet, nacido en el año 1989, egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso (2014) y miembro de la Asociación Hermanos Saíz, resalta entre los jóvenes escritores del país por sus pasos en la narrativa de ciencia ficción, con reconocimientos como el Premio Calendario (2018), el Luis Rogelio Nogueras (2017), el Aquelarre a mejor libro (2016), el César Galeano (2014), el Oscar Hurtado (2014), Mención Única en el primer Premio Guantanamera-Balcells (2018) y Mención tres veces consecutivas en el concurso David, convocado por la UNEAC.

Historias del más acá fue su primer título, compuesto por cuentos de humor, que confeccionó durante varios años. “El personaje principal es El muerte, una Muerte masculina y burocrática que debe llenar formularios, acuñar documentos, cumplir horarios, y trabajar según lo planificado. La inspiración salió de todas mis horas de vida hasta ese momento en trámites que, al menos según mi sentido común, me parecían innecesarios.

“Ese texto me ha dado varias satisfacciones, fue mención en un concurso David, ganó un premio Aquelarre, y fue lo primero que publiqué, lo cual hice a través de la Editorial Guantanamera, sello editorial español que se ha dedicado a publicar a autores cubanos. Lamentablemente, hasta ahora, no ha sido publicado aquí”.

¿Cuán difícil o fácil es publicar hoy en el país para un escritor joven, especialmente historias de ciencia ficción?

“Hasta ahora todo lo que he publicado en Cuba son libros que han merecido premios. Por eso mis obras llegan directo al sistema editorial y, casi siempre, un año después ya están a la venta. Por otra vía pueden demorar mucho más, y la obra que presentamos a evaluación en una editorial puede salir a la luz, si es aceptada, hasta cuatro años más tarde. En ese sentido es frustrante y desmotiva a muchos jóvenes; debido a esto se preparan, casi que, por obligación, para ganar algún concurso que agilice el proceso; o prueban suerte, se arriesgan, con editoriales foráneas.

No creo que publicar Ciencia Ficción sea más difícil o fácil que el resto de la literatura. En cuanto a nuestra gestión literaria todo está permeado por los mismos mecanismos y dinámicas”.

Pareces un muchacho muy tranquilo y noble, lo cual no suele corresponderse con muchos de tus personajes. ¿Cómo logras construir seres tan diferentes a ti o es que no lo son tanto? ¿Cuánto de ti hay en tus historias?

“Quienes escriben deben estar de acuerdo conmigo en que nuestros personajes llevan bastante de nosotros, y mucho de lo que no somos. Es muy fácil hacer un personaje que sea idéntico al autor, en criterios y maneras de actuar, siempre que el escritor sea extrovertido y tenga algo de exhibicionista.

El verdadero reto está en construir otros ajenos, que sean capaces de tomar vida mientras nacen en las páginas llenadas por nosotros, e incluso logren sorprendernos. Esos personajes que podemos llegar a odiar, son los que más ayudan en nuestro desarrollo como creadores.

“Siempre trato de enrumbar mis personajes en ese sentido. Intento que cobren vida lo más rápido posible, y que sean ellos quienes guíen el desarrollo de la historia. No podemos dejar que el proceso se vaya de las manos, pero sí darle libertad”.

¿Cómo enfrentas el proceso creativo, es un acto serio que te exiges como autor, o lúdico y espontáneo?

“Parte y parte. Planifico muy bien lo que voy a escribir. Trato de atar todos los posibles cabos sueltos en la historia, analizo hasta que me convenza la lógica de lo que narraré, intento interiorizar lo planteado. Luego, cuando me siento a trabajar, prefiero olvidar lo planificado y dejo que todo salga como espontáneo. Si no me divierto mientras escribo, es porque estoy haciendo algo mal”.

¿Qué referentes tienes en la literatura de ciencia ficción, cubanos y extranjeros?

“Yoss es un autor nuestro de ciencia ficción que ha marcado a muchos autores cubanos de las últimas generaciones. Algunos para imitarlo, otros para evitarlo. En mi caso, mucho de su obra me ha servido de guía a la hora de abordar ciertos temas. Considero que se puede aprender muchísimo de él, y su lectura es obligatoria para quienes comienzan en este género.

“También los cuentos de humor con ciencia ficción, o de ciencia ficción con humor, de Eduardo del Llano me ha influido bastante; así como su sentido agudo a la hora de reflejar nuestras realidades.

“De los autores extranjeros a Isaac Asimov y Ray Bradbury los tengo en un lugar especial. Fueron los primeros que leí y los que despertaron mi fascinación por el género; y ningún otro escritor que he leído luego, de mejor calidad literaria incluso, han logrado desplazarlos”.

¿Qué significó para ti pasar el curso de técnicas narrativas en el centro Onelio Jorge Cardoso, del cual saliste con el premio César Galeano?

“Al Centro Onelio, y a la labor de Heras León e Ivonne Galeano, tengo que agradecer enormemente. Ellos han consagrado parte de sus vidas a orientar a escritores jóvenes en el camino de la creación.

“Me acerqué al centro con la cabeza llena de ideas que pensaba buenísimas. Luego de terminado el curso ya pude organizarlas mejor y otorgarle a cada una el nivel de importancia que se merecían. Sinceramente, casi ninguna logró sobrevivir. El centro Onelio me ayudó a ganar certeza, que hubiese tardado años en descubrir.

“Haber obtenido el César Galeano, concurso convocado cada año entre los alumnos, fue como la confirmación, íntima y pública, de que había dado, al menos, un buen paso. Es un premio que crea bastante expectativa entre los estudiantes. “Durante las clases todos experimentamos un descubrimiento del autor que queremos ser. Ganarlo me emocionó y lo disfruté cantidad. Me tuvo flotando varios días, aunque traté de no creérmelo mucho. Considero que los egos internos debemos pasarlos rápido por las armas. Nunca he deseado ser mejor escritor que persona”.

 Algunos consideran que la literatura cubana no vive un buen momento. Comparan a los autores actuales con los de otras generaciones. ¿Qué piensas?

“Si nos comparan con generaciones anteriores siempre vamos a perder. Porque la obra de generaciones pasadas ya está hecha, es sólida, y tiene la ventaja de poder ser juzgada con distanciamiento.

“El autor de generaciones pasadas que ha llegado hasta hoy, lo ha hecho porque es bueno, porque su obra demostró tener la calidad, o la claridad suficiente como para resistir el juicio de los años, que son los más despiadados críticos literarios y los que otorgan los verdaderos premios. Pero, ¿cuantos autores de esas generaciones han quedado olvidados? ¿Cuantos parecían sólidos en su momento y luego el tiempo los borró?

“En la producción literaria actual, y sobre todo en la más joven, eso no se sabe. No hemos sido juzgados por el tiempo, no se conoce realmente la repercusión de lo que escribimos ahora, muy pocos se atreven a hablar de sobrevivientes.

“No creo que vivamos mal o buen momento, sencillamente vivimos el actual; y como narrador te digo que llegamos a verdaderamente comprender las historias cuando ya están terminadas. La nuestra es un trabajo en proceso”.

Si pudieras promover a diez autores jóvenes o libros específicos de la literatura cubana más reciente, ¿cuáles serían?

“Sé que de hacerlo ganaría amigos y también terribles enemigos; y los segundos serían de esos para toda la vida.

“Lo que sí instaría al grueso de los lectores cubanos es a volverse hacia la literatura joven que se publica. Muchas veces se prefiere leer a cualquier foráneo, antes que darles una oportunidad a nuestros escritores”.

¿Cómo conjugas el tiempo de redacción literaria con el dedicado a la familia y las responsabilidades profesionales?

Confiesa que no puede cambiar las horas de juego con mi hija por sentarse a redactar. Foto: Cortesía del entrevistado.

“Siempre que leo las vivencias de grandes autores descubro sistematicidad y un asumir el acto de escribir como trabajo, defendiéndolo a capa y espada. Yo no he podido nunca hacer eso.

“Escribo en los ratos libres que tengo en el día. O por la madrugada, cuando todos duermen en casa. No he podido cambiar las horas de juego con mi hija por sentarme a redactar; porque las ideas las tengo en la cabeza y puedo sacarlas cuando quiera, pero no siempre puedo jugar con mi hija.

Desde hace diez años formo parte, orgullosísimo, del gran colectivo de trabajo, y familia, del Centro de Inmunología Molecular, institución dedicada por entero a combatir el cáncer.

“Debido al sistema especial de horarios bajo el cual trabajo, mis actividades literarias y mis responsabilidades laborales han coincidido muy poco. Y las veces que ha ocurrido, siempre se ha encontrado la manera de que no se afecten entre ellas. También debo agradecer enormemente a mis superiores, que durante todo este tiempo me han brindado un apoyo tremendo”.

 ¿Cómo te defines como escritor y persona?

“Una vez escuché decir a Raúl Aguiar, escritor a quien respeto y admiro, que en algún momento de su vida él pensaba que alguien, por el mero hecho de ser escritor, ya sería buena persona. Porque todo acto de creación debe ir acompañado de sensibilidad, algo recalcado más en la creación literaria y la actuación, dónde uno debe vivir los personajes e identificarse con ellos para dotarlos de verosimilitud.

“Aguiar terminó su intervención diciendo que, al madurar en el medio literario descubrió estar equivocado, no por ser creador y tener sensibilidad se es buena persona. Por eso agradecía mucho a los escritores y artistas en general que anteponen el ser buenas personas a su condición de creadores.

“De definirme, lo haría así. Sin etiquetas. Sin decir o decirme soy escritor. Sencillamente yo soy. Lo que además de ser, también escribo, y me gusta cierto tipo de música, y me siento identificado con cierto tipo de actitudes. Todo eso me puede definir de alguna manera; pero todo eso, no soy yo”.

¿Cariño especial hacia algún libro o premio?

“Mi primer libro, porque fue el primero, y porque me divertí cantidad haciéndolo. Con él gané un premio Aquelarre, en 2016, a mejor libro; y ese premio en particular me hizo sentir muy bien, y le tengo tremendo cariño, puesto que el humor es un género que me encanta y sobre el cual siempre vuelvo. Además, que un jurado te diga oficialmente: ‘eres gracioso’ y te entregue un diploma para acreditarlo no es algo que se logre todos los días”.

¿Cuáles son tus principales sueños en el mundo creativo?

“El saber que algo de lo que escriba influencie para bien a alguien, lo ayude a comprenderse mejor, o a afrontar con más ánimo y buena actitud sus problemas; es un gran premio que solo otorga la constancia y el trabajo bien hecho. A eso aspiro”.

Daniel agradece la preparación que recibió en el Centro Onelio, y la labor de Heras León e Ivonne Galeano. Foto: Cortesía del entrevistado.

 

Muestra de la obra

 

Hasta 296

La viejecita acomodó el maletín sobre sus piernas. Le dio un tirón a la puerta y la carrocería del auto vibró de manera preocupante.

Todos en el almendrón la miraron sorprendidos. El hombre vestido de gastronómico, que iba detrás del chofer, comentó por lo bajo: «la ha cerrado para un mes», a lo que la mujer que iba en el medio, recostada a él e igual vestida de gastronómica, le respondió con una sonrisa y un beso rápido en los labios. Incluso, el joven de pantalones rotos y pelo largo que iba junto a ellos, hizo contorsiones para ver el rostro de la anciana por el retrovisor.

El chofer del almendrón casi baja a la viejecita en el acto. Pero mirando bien su cuerpo enjuto, con más de ochenta y cinco cumplidos; la cabeza llena de canas y aquellas gafas oscuras, enormes, sintió cierta lástima por ella. Pensó que de seguro le quedaba poco y que «para qué descargarle a una vieja, al final no iba a ganar nada». Así que se limitó a maldecir al aire; comentar del maltrato de los clientes al vehículo y la necesidad que había de que la gente dejara de tirar las puertas. Haciendo una pausa para una respiración profunda, le preguntó a la anciana que para dónde iba.

—Hasta 296… ¿llega? —respondió la viejecita con voz muy baja, apagada, casi en un susurro.

El chofer ni le habló. Puso en marcha el almendrón. Prendió el reproductor de música y luego, retomando el monólogo de hacía pocos momentos, volvió a hablar para todos del maltrato que sufría el auto. De las puertas que casi no le duraban. De cómo se montaba la gente con bultos incomodísimos.

Y la viejecita, tranquilita en su lugar, aguantando toda la descarga. Incluso, cuando el chofer dijo lo de los bultos incómodos, tomó su maletín y lo apretó contra ella, como para que no estorbara; y se acomodó las gafas y trató de despegarse un poco de la mujer a su lado. Quería molestar lo menos posible.

Del bolso de la anciana comenzó a salir una melodía que llamó la atención de todos. El chofer, molestísimo, apagó el reproductor y siguió murmurando por lo bajo. El joven de pelo largo reconoció, en el tono del celular que la viejecita acababa de sacar, la versión acústica de Paranoid, de Black Sabbath.

—¿Síííí? —respondió la ancianita con voz baja y susurrante—. Sí, ya voy en camino. Téngalo todo listo. Sí. Para no perder tiempo.

La mujer junto a ella no dejaba de mirarla. Es que, en pleno agosto, la vieja iba vestida de negro y con mangas largas. O estaba loca, o se estaba asando.

Terminó la llamada. Dejó el celular sobre el bolso y de manera muy natural se traqueó los nudillos. Pero no lo hizo de un golpe, qué va, fue uno por uno, lentamente presionando hasta que sonaban. Metacarpiano por metacarpiano. Dedo por dedo. Tres traqueos por dedo. Ya a la altura del dedo del medio, de la mano izquierda, tenía a todos nerviosos. Cuando terminó, e igual de natural, agarró su cabeza y la hizo traquear a un lado y luego al otro. Por un momento, los de atrás pensaron que se partía la nuca.

El chofer volvió a poner la música. Aunque esta vez la puso un poco más baja. Dentro del auto nadie hablaba.

Paranoid, de Black Sabbat, volvió a sonar. La anciana con mucha calma llevó el celular hasta su oído derecho.

—¿Síííí? —respondió—. ¿Qué no ha llegado Samigina?… Ese asno. No importa… ¿Qué? ¿Tampoco Valefor? ¿Y quién está preparando los cuerpos entonces? Sí, yo llevo todo, sí.

La vieja abrió el maletín y comenzó a rebuscar dentro. El sonido de metales chocando salía del interior del bolso.

—Sí, las pinzas las llevo… Las que me pidió Lilith. Sí, con el adaptador para sacar ojos.

La gastronómica, preocupada, se apretó contra su gastronómico.

—¡Cómo que no han conseguido todavía un pelirrojo! ¡A estas alturas! ¡Cinco cuerpos y ni un pelirrojo! ¿Samael lo sabe? Ah ¿Y nos faltan tres lenguas frescas?… ¡Pero sean creativos por Dios! ¡La casa debe tener vecinos!¡ ¿No?!Entonces miren a ver que se hacen.

La vieja había subido el tono de voz. Acercó la mano que tenía libre hasta el reproductor y lo apagó. El chofer no la contradijo.

—Pero ¿cómo quieres que salga bien, si no tenemos un pelirrojo? Bueno, sí, trataré de conseguir algo antes de llegar… espérate.

La anciana apartó el teléfono de su rostro. Giró la cabeza hacia la mujer junto a ella y acercó un poco la cara, como para detallarla mejor. La mujer comenzó a sudar, no sabía qué hacer. Miró hacia el chofer buscando apoyo, pero este miraba hacia adelante, desentendido por completo de la situación.

La vieja se volvió hacia la parte trasera del auto. El gastronómico era mulato, por lo que descalificaba. La gastronómica tenía el cabello pelirrojo.

—¿Eso es teñido, no? —peguntó la vieja a bocajarro.

La gastronómica asintió, temblorosa. La vieja miró hacia el joven de pantalones rotos. Era trigueño, tampoco servía.

—Nadie, no tengo a nadie a mano —dijo—. Así que no sé qué se van a hacer cuando llegue Samael y se entere de que no tienen pelirrojo… sí, veré qué resuelvo por el camino, me voy a ir fijando.

Dejó el celular sobre el bolso.

—Vaya por la derecha y baje la velocidad —le ordenó al chofer.

Este miró de pasada el rostro blanco y demacrado de la vieja. Las enormes gafas no dejaban ver siquiera parte de los ojos, dando la sensación de dos enormes agujeros en la cara. Tuvo miedo. Arrimó el auto a la derecha y bajó la velocidad.

—¿Tienes espacio suficiente en el maletero? —preguntó la vieja.

El chofer asintió con un gesto tímido. No se atrevía a hablar. Eso de «lenguas frescas» no dejaba de darle vueltas en la cabeza.

El trayecto continuó con la vieja mirando a cuanto transeúnte pasaba por la acera. En una ocasión le preguntó a la mujer a su lado si veía pelirrojo a un tipo que estaba en una parada. La mujer negó y la vieja dijo que ella tampoco lo veía muy pelirrojo.

—En la esquina que viene —ordenó la vieja.

El chofer fue aminorando la marcha hasta que se detuvo en la esquina de 296. La vieja acomodó el celular dentro del bolso y, al bajar, le dio otro tirón a la puerta.

El chofer giró levemente la cabeza hacia la anciana. Un acto reflejo para cobrar el pasaje. Pero solo fue eso, un giro leve, no se atrevió a más. Arrepentido, volvió a mirar hacia adelante y dejó que la vieja se alejara sin haber pagado.

El auto arrancó y, en lo que quedaba de viaje, nadie se atrevió a decir palabra alguna.

Junta directiva

A la mesa ovalada no cabía un asiento más. El jefe máximo estaba en una silla destacable por su altura y espaldar reluciente. Los arcángeles se miraban serios. La situación era crítica, debían resolver el problema cuanto antes.

―Ya lo habíamos advertido hace quinientos años ―comenzó un arcángel en voz alta―. No podemos seguir así. Debemos reducir gastos.

―No es cuestión de reducir gastos, si no de explorar otros materiales ―apuntó otro de los arcángeles.

El jefe máximo se acomodó en la silla. Todos se detuvieron a mirarlo.

―¿Cuánto oro nos queda? ―preguntó.

―Nos da para terminar este siglo, con suerte de que los nuevos ingresos sean pocos… Los halos y el ribete de las túnicas es lo que más consume ―explicó el primer arcángel que había hablado.

―¿No podemos sustituirlo por latón? ―preguntó el jefe máximo.

Los arcángeles guardaron silencio.

―La burguesía hizo algo parecido, ¿o no? ―continuó el gran líder.

―Eh… bueno, señor, sí podríamos hacerlo, aunque si la noticia se filtra y llega a manos de esos demonios… imagínese usted las connotaciones políticas.

El jefe máximo quedó pensativo. Seiscientos años antes habían enfrentado la misma crisis. En aquel entonces hicieron que los europeos conquistaran el nuevo mundo y se llevaran todo el oro de los salvajes. Esta vez no quedaban más territorios por descubrir, debían hallar otra solución.

―¿Han analizado alternativas? ―preguntó.

El segundo arcángel en hablar asintió con un gesto.

―Nuestro departamento aboga por la utilización de nuevos materiales. Los halos, en vez de oro, podemos hacerlos con tecnología led, al igual que los ribetes de las túnicas. Alumbrarían igual. Y las luces celestiales para subir o bajar gente, en vez de suspender partículas de oro, podemos hacerlo con partículas plásticas refractantes. Ya hemos hecho pruebas. Diez ángeles se presentaron a mil personas en diferentes partes del mundo, todos bajaron en este haz experimental, con sus halos de led al igual que los ribetes de las túnicas.

―¿Resultados? ―preguntó el máximo líder.

―Bueno… ―el arcángel se aclaró la garganta―. El cincuenta y cinco por ciento pensó que eran abducciones o visitas de extraterrestres, como la luz queda muy blanca e intensa. Un veinte por ciento que se trataba de nuevas armas del gobierno. Otro quince por ciento dijo que era un helicóptero de noticias y el otro diez por ciento que se trataba de la propaganda de algún nuevo centro nocturno.

―¿Nadie reconoció nada? ―preguntó el líder.

―Solo un sacerdote y una monja identificaron la presencia divina… Aunque el sacerdote dudó un poco al principio.

El jefe máximo negó levemente con la cabeza.

―No podemos permitirnos equívocos. Debemos hallar otra solución.

Un arcángel pidió la palabra levantando la mano.

―Soberano, creo que tengo una alternativa viable.

―Hable.

El arcángel comenzó su exposición.

Un tiempo después, ahí estaba él. Uno de los cien ángeles seleccionados para llevar a cabo la primera fase de la tarea. Había descendido esa mañana en las afueras de la ciudad. Sin luces ni cantos celestiales. Fue un descenso silencioso, tranquilo. Nadie debía saber que estaba en la tierra. Así lo quería la junta directiva, que desde hacía meses venía preparando la misión. Si daba resultado enviarían más ángeles.

Llegó a su zona de operaciones, en un barrio central de la ciudad. Se detuvo al inicio de la cuadra. Respiró lentamente, estaba nervioso. El futuro del cielo dependía de él.

Echó a andar. Se aclaró la garganta y gritó lo más fuerte que pudo:

―¡Se compra cualquier pedacito de o

 

*Publicado originalmente en Cubadebate

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