“No construyo universos cotidianos, sino nuevas realidades”

Taimi Dieguez Mallo despertó mi interés en aquellos años —no tan lejanos, pero sí— en que ambas compartíamos las aulas del Instituto Superior de Arte. Desde entonces, Taimi ha crecido como autora y se ha esforzado por mostrar una poética donde la mujer y la madre aparecen como epicentros, raíces de sentido que han enrutado su escritura. Entrevistarla, es pretexto para conversar con la amiga y la creadora.

 

La madre, la matria y las figuras femeninas son parte indiscutible de tu escritura. ¿Cómo has ido construyendo a la dramaturga que eres?, ¿cómo estos temas han llegado a ti?

Mi historia de vida me ha propiciado hablar sobre la figura femenina y, en especial, sobre la madre. Yo perdí a la mía siendo niña, por lo que a través de la escritura y la creación he reinventado esta relación, ya bien para saldar esta ausencia o para profundizar en el fenómeno de la maternidad, y del sistema de relaciones que se establece entre las madres y sus hijos; si bien nuestra sociedad, por más patriarcal y machista que sea, sigue teniendo a la madre como fuente de vida y alimento. Es en realidad esto lo que me interesa: las potencialidades creadoras de una mujer. Al menos, es de esto de lo que ahora me ocupo. Quizás a la vuelta de unos años me preocupen otras cuestiones. Pero creo que es muy difícil abandonar algo tan complejo como es la creación. ¿Qué creamos? ¿Cómo lo hacemos? ¿Para qué lo hacemos? Son preguntas filosóficas, si tomamos la creación como existencia. En resumen, creo que soy una autora que se ocupa sobre la posibilidad de nacer, de ser… con esto quiero decir: elegir nuestro propio destino.

 

¿Cuándo y cómo supiste que querías ser dramaturga?

Decido estudiar dramaturgia porque quería cursar estudios en una escuela donde me enseñaran a escribir bien, donde me cultivara como artista. Pensaba apropiarme de las herramientas dramáticas para perfeccionar mi narrativa y mi poesía, que fueron los primeros géneros en los que incursioné. Pero antes de escribir y encontrarme con el mundo de la literatura, hice teatro como aficionada y fui por algún tiempo instructora de arte. Por esto, el teatro me era familiar.

 

Los hechos de la vida, oscuros o esplendentes, ¿sirven como material dramático?, ¿de qué manera resemantizas la existencia para escribir tus propias obras?

Cuando escribo una obra —dramática, narrativa o simplemente un poema— lo hago porque hay algo que quiero decir, algo que he descubierto o intento descubrir; por eso mismo lo escribo, para verlo. Ese “algo” puede ser cualquier cosa que tenga que ver conmigo, con mi vida y mi relación con el mundo. No escribo desde otro lugar que no sea desde mí, como creo que les sucede a todos los artistas. Lo interesante, en cada caso, es la estrategia que seguimos para crear. En mi caso, me interesa la fusión de las realidades, la hibridación, lo ambiguo, lo poético. Y esto porque me importa la propia creación como tema de creación, así como hay dramaturgos interesados en mostrar con su obra los propios procedimientos del teatro y se sirven de una estrategia metateatral, o quienes prefieren los términos de la autoficción o teatro documental. Yo acudo más a la poesía.

 

Muchos de tus personajes viven en mundos de cruda belleza. Incluso dentro de sus oscuridades se ve lo hermoso. ¿Por qué? ¿Qué universos te interesa construir, nuclear, mostrar?

La vida nunca ha sido para los humanos en blanco y negro. La vida está llena de colores, tonalidades, matices, texturas, volúmenes; en fin, la forma de la vida puede ser sorprendente. Generar sorpresa, asombro, misterio, es algo que me cautiva en la creación. Por ello no construyo universos cotidianos, o al menos, intento distanciarme de la cotidianidad, aunque una historia pueda desarrollarse en un edificio multifamiliar, en nuestros días y el conflicto de los personajes ser el más mundano. Yo logro conducir esta realidad por los caminos de la poesía, que me permite generar lo insólito, decir sin ilustrar, sino produciendo nuevas realidades. Por ejemplo, en una obra como Manzanas sobre la nieve. Drama semiepistolar, no puede el lector esperar que estas manzanas sean rojas o verdes, tendrá que prepararse para verlas de otro color.

 

A qué tributas primero, ¿a la escritura o a la escena?

Primero tributo a la escritura, porque como dice el maestro Juan Mayorga: dirigir es escribir sobre la escena. Pero también porque me siento más lista para asumir la página en blanco que la escena vacía. Quizás es una cuestión de formación, de entrenamiento. Sin embargo, los dos mundos son electrizantes, cuando uno se abre camino por ellos.

 

En 2018 obtienes Premio Literario “Hermanos Loynaz” por el libro de cuentos Piedras a los varones. Al parecer tu escritura se enrumba también hacia la narrativa, ¿llegarás a la poesía y a otros géneros?

Piedras a los varones es una deuda que tenía con la narrativa que, junto a la poesía, fueron mis géneros de entrada a la literatura. Es un libro de cuentos que estuve escribiendo por años, incluso antes de entrar al ISA. No son esos primeros cuentos de la vida, ya había ensayado antes, cuando cursé el Centro Onelio. Estos cuentos los escribí sintiéndome ya más confiada como narradora y están contaminados por el teatro, por las voces de los personajes, por sus monólogos o diálogos internos, por las acotaciones, por la multiplicidad o simultaneidad de espacios. También hay un coqueteo con la epístola y, sobre todo, una fuerte presencia de la poesía, del lenguaje poético. Yo quería escribir cuentos en los cuales se cruzasen otros géneros literarios. Los temas fundamentales son la muerte, la violencia, la soledad, el sexo, tratados desde el deseo de los personajes por vivir, personajes, por lo general, femeninos y jóvenes. Y sí, pienso seguir escribiendo narrativa, me gustaría mucho hacer una novela. Nunca he dejado de escribir poesía pero no la he publicado, no he tenido esa suerte.

 

La idea de llevar tus propios textos a escena, ¿cómo nace y qué experiencias te ha reportado hasta ahora?

Llevo mis textos a la escena, en primera instancia, para que se conozcan. Lo contradictorio es que no los llevo tal cual, porque cuando creo en la escena, me gusta vivir un proceso de descubrimiento, como en el papel. Por tanto, no puedo reproducir mi obra tal cual. Mi paso por la escena, que todavía es muy breve, me ha valido para comprender que en cualquier acto de creación, el artista tiene, como más importante deber, el de decidir. El artista tiene que decidir qué hace, cómo lo hace y para qué, y debe ser coherente con sus decisiones. Ahora bien, nunca debe renunciar a la posibilidad de experimentar.

 

¿Crees que la escena cubana actual es compatible con todo tipo de escrituras o existen algunas que quedan marginadas?

Si hay alguna escritura marginada es porque el autor no ha sabido moverla hacia las tablas. El autor no puede encerrarse en la soledad de su escritorio, a no ser que no le interese llegar a la escena o a una simple lectura dramatizada. Yo, generalmente, hago teatro con mis amigos, aunque he tenido la suerte de querer ser estrenada por Teatro El misterio, que dirige Delia Coto.

 

¿Qué narradoras, poetas y dramaturgas te interesan?

Me gusta mucho Virginia Woolf, su novela Las olas y Orlando las envidio, en el buen sentido de la palabra. También me gustan mucho las poetas Emily Dickinson, Elizabeth Bishop y Dulce María Loynaz.

 

¿En qué momento creativo de tu vida te encuentras y cuáles son tus horizontes más próximos de escritura?

Ahora mismo estoy próxima al estreno de Con la ropa de mi madre. Obra para ser dicha por el perro hembra, que hago en colaboración con Nadianys Boudet. Esta obra también verá la luz por Ediciones Matanzas este año. Y estoy reescribiendo un texto dramático sobre el inicio de las guerras de independencia, que también será mi próximo proyecto para la escena, en colaboración con un artista visual.

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