Hay quien no cree en divisiones ni en clasificaciones y bajo esa idea se enfrenta a la vida, solo confiando en los instintos, desafiando preceptos y echando por tierra la realidad del fatalismo geográfico. Es así que el cantautor Eduardo Sosa, de un pueblecito más allá de Segundo Frente, en Santiago de Cuba, ha podido conquistar los escenarios del mundo.
Lejos de la propuesta fácil, ha compartido sus acordes con músicos de la talla de Ana Belén, Fito Páez y Silvio Rodríguez. Sin embargo, la expresión campechana y calurosa distingue a este artista que, al ser abordado, despeja de un golpe la distancia impuesta entre el periodista y el entrevistado.
Allí, frente a usted, tendrá a un ser sencillo, cotidiano y encantador, que no guarda secretos sobre su trayectoria. Tal vez porque, según afirma, todavía huele a cafetal y algarrobo de Tumba siete, donde vivió hasta los 21 años; y porque aún disfruta reírse de sus propios chistes, algunos de los cuales ya forman parte de su día a día.
«No soy hombre complicado, compay —asevera el trovador. Me molesta tanto no entender una canción como saber la letra con que termina. Cuando compongo, no lo hago para el público, lo hago para matarme los fantasmas. Es como un peso que tengo encima y, al lograrlas, respiro».
De esa manera se define Eduardo Sosa, un músico forjado en las descargas de Compay Segundo, Eliades Ochoa, Sara González y muchos otros grandes que escuchó en la Casa de la Trova santiaguera durante sus escapadas de la vocacional. Y, aunque lamenta no poseer la formación de una escuela de arte, se llena de orgullo al recordar la guitarra fingida en la que aprendió sus primeras tonadas.
«Mi casa no es que fuera muy musical, pero mi abuela afinaba bien y mi abuelo punteaba el tres. Yo crecí escuchando la música mexicana que es la que gusta en los espacios rurales. Luego participé en todos los festivales desde la secundaria hasta la universidad. Pero hoy, como buen santiaguero que soy, vivo en La Habana».
Por ese camino, en el año 1997, inicia su carrera profesional con la formación del dúo Postrova, proyecto que en cinco años lo llevó a incluirse en el Diccionario Enciclopédico de la Música Cubana y a ganar el premio Abril en 1998. Todo eso logrado, también, con un poquito de suerte:
«Un día yo estaba con el dúo Postrova en un acto en el Teatro Karl Marx, que estaría presidido por Fidel Castro y donde haríamos unos versos de José Martí. La canción la iba a cantar yo solo porque mi compañero del dúo estaba afectado de la voz, y cuando terminé de ensayar, me llama Sara González y me dice: “ven acá gordito, a qué empresa tu perteneces”, y le explico que éramos santiagueros y que estábamos en La Habana buscando futuro, trabajando en algunos lugares, pero sin una remuneración, más bien por amor al arte.
»Y Sara montó en cólera y formó un escándalo en aquel lugar. Llamó a un funcionario del Instituto Cubano de la Música y todo aquello fue tan grande que al otro día a las nueve de la mañana yo ya estaba firmando por primera vez un contrato que hasta hoy he venido reeditando desde el 2002, con el Centro Nacional de Música Popular, empresa a la cual pertenezco».
Sosa recuerda esos momentos y decide responder una pregunta difícil. ¿Por qué se separó el dúo?: «Postrova fue una excelente novia que sigue siendo mi amante. Ernesto y yo creamos un estilo y, por suerte, fue visible. Resultaron años muy bonitos. Luego, él se casó en Venezuela y yo tuve que seguir camino solo. Entonces me pasé un año sin cantar porque nuestras composiciones estaban pensadas para dos». Por ello, Sosa tomó sus canciones y fue en busca de sus propios sueños: «Debía ser yo, tomar mi guitarra y ser yo».
Presidente del Festival de la Trova José (Pepe) Sánchez, Eduardo alude sin remilgos a la poca difusión en los medios masivos de la música trovadoresca: «Incultura. Mi generación estuvo influenciada por una serie de valores que se perdieron en los años 90. Hoy los programas se hacen con los intereses de quienes dirigen y a bolina lo artístico».
Sin embargo, cuando habla de este género su rostro adquiere otra expresión. Afirma que no cree ni en la tradicional ni en la nueva y novísima trovas: «Para mí la trova es una sola, lo que todo el mundo ha cantado con los signos y aspiraciones de cada época. Eso lo hicieron los historiadores para dividir las etapas, pero a mí me da igual».
¿Entonces, qué significa ser trovador para Eduardo Sosa? «Trovador —confiesa de la misma manera que en otras entrevistas— es para mí un compromiso ético y estético con el trabajo que se hace, que va desde el arte íntimo hasta la sociedad. A lo mejor también es una palabra que se ha estandarizado un poco más a nivel internacional para comercializar, pero nosotros acá (en Cuba) tenemos una visión bien diferente con el tema de nuestra discografía, por ello prefiero seguir llamándome trovador y seguir siendo fiel a esa trova que conocí desde pequeño».
Revela una anécdota que determinó su vocación cuando todavía no imaginaba el vuelco que daría su vida ni tenía premeditada su carrera como trovador. Allá, en Tumba siete, a este chico le cayó en sus manos el libro Que levante la mano la guitarra: «Yo no entendía nada, pero aquello era maravilloso. Después me dijeron que Silvio Rodríguez se inspiraba en César Vallejo, pero tampoco podía entenderlo, y me resultó tan fabuloso, que hoy soy trovador por culpa de Silvio».
Imagen de portada: Eduardo Sosa, a la izquierda, junto al trovador Pepe Ordaz (Foto: Jorge Luis Sánchez Rivera)
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Me recuerdas d Magueyal
Por primera vez leo una entrevista de Sosa tan volá y que defiende los ideales de la trova cubana