Tomado de Escambray
Convencido de que sería criador de caballos finos en Loma del Potro, finca de sus abuelos maternos situada a tres kilómetros de Cabaiguán, Hamlet Fernández Díaz, Premio Alejo Carpentier 2019 en Ensayo, confiesa que fue en aquel “paraíso natural”, como él mismo lo describe, donde absorbió por todos los poros la auténtica cultura campesina cubana, “montaba a caballo, ordeñaba vacas, alimentaba animales, comía frutas y todas las delicias que cocinaba mi abuela”, comenta.
Sin embargo, unos tres lustros han transcurrido desde aquel día en que, separándose de esas aspiraciones de la infancia, partió de su poblado natal rumbo a La Habana para estudiar Historia del Arte. En su mochila, algunas provisiones, pocas certezas y un montón de sueños.
Hoy, aun cuando su extenso currículo casi aterrorizó a esta joven reportera o cuando la distancia geográfica, mar Caribe de por medio, lo separa de Cuba, aquel adolescente, convertido ya en todo un intelectual, regresa a sus raíces mediante este diálogo vía correo electrónico.
Quizás porque, a pesar de los estudios doctorales y conocimientos de arte, Hamlet sigue siendo el mismo joven accesible y conversador de siempre; ese que en sus años de preuniversitario no se perdía una fiesta o el que descubrió su pasión por las letras hurgando en la biblioteca personal de Orlando Fernández Aquino, su padre, quien —aunque Hamlet no lo menciona— fue colaborador del suplemento cultural Vitrales durante varios años.
“Como profesor de Literatura mi papá armó su propia biblioteca, meticulosamente organizada y fichada. Así que de niño tuve mis etapas de lector, pero sin mucha sistematicidad. Comencé a leer en serio al entrar al preuniversitario. Cuando llegaba de pase los fines de semana seleccionaba una novela y me la llevaba para la escuela, y así cada 11 días más o menos, que era el tiempo de estancia en la beca. En ese momento ni siquiera era consciente del privilegio que significaba tener una biblioteca en casa con clásicos universales, latinoamericanos y cubanos a mi entera disposición.
“De manera que, cuando llegó la hora de escoger una carrera, tenía claro que lo mío eran las humanidades; además, siempre fui pésimo en Matemática y Física. Me decidí por Historia del Arte a última hora. Estaba debatiéndome entre Filología y Psicología. Pero en grado 12 tuve la suerte de conversar con Ramón, el hijo de un profesor del Pre que estaba estudiando la carrera, lo que contó me gustó mucho. Tuve una intuición fuerte, la mítica Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana se me develó como el lugar al que quería ir”.
De tu etapa adolescente en Cabaiguán, muchos te recuerdan como el Tom, ¿por qué ese calificativo?
Se lo debo a mi hermano. Imagínate, cuando yo nací él tenía tres años, me pusieron Hamlet, y se reveló creativamente. Me comenzó a decir Tom, seguramente por los dibujos animados. Al resto de la familia le pareció maravilloso y le siguieron la rima, así se libraron de tener que pronunciar ese nombre raro. A la gente del barrio le pareció lo mismo, y así sucesivamente. El hecho es que cuando tuve uso de razón todos me llamaban el Tom. Solo mis padres (a veces) y los maestros en la escuela me llamaban por mi célebre nombre. Así que, en Cabaiguán, aún soy el Tom.
Fuiste alumno de Rufo Caballero, quien te confió algunos de sus proyectos. ¿Cómo describirías esta etapa en tu vida?
Rufo fue mi profesor de Televisión y Video en la carrera, también del Taller de crítica audiovisual. Después en quinto año fue quien comenzó a prepararme en la disciplina de Teoría de la Cultura para asumir la docencia una vez graduado. Me acompañó en ese difícil proceso. También fue quien me motivó a escribir crítica de cine, publicó mis primeros textos en la sección que editaba en la revista Cine Cubano. Cuando salió su compilación que reúne 20 años de crítica de artes visuales, Agua bendita, me invitó a que fuera uno de los presentadores del libro. Fue un privilegio y un honor enorme, pero entré en pánico total.
Le debo mucho a Rufo, me abrió la puerta de su casa, me trató con mucha familiaridad, me hizo sentir que me consideraba uno de sus discípulos. Le gustaba mi manera de escribir. Eso me dio mucha fuerza y confianza. Todavía, hoy, me sorprendo imaginando qué pensaría Rufo sobre esto o aquello, qué postura asumiría; cuán severo sería hoy con mis textos.
Ensayista, curador, crítico de arte o profesor, ¿cuál te define más?
En verdad todo está muy relacionado, son facetas diferentes de un mismo proceso de trabajo, de formación y creación. La docencia y la investigación son la base, es el proceso que te forma; y los resultados se van canalizando en un ensayo, una curaduría, la manera de hacer crítica, etcétera.
Revisando algunos de tus logros y habilidades me percato de que el ensayo es tu fuerte. ¿Por qué tanta comodidad con él y cómo consideras la salud de ese género en la Cuba actual?
Sí, he llegado a sentirme cómodo en el ensayo. Es un género rico, muy flexible, te da mucha libertad, te permite ser creativo al tiempo que denso en términos teóricos, de argumentación. En el ensayo puedo combinar historiografía, análisis culturológico, incorporar la crítica de arte, ponerme metafórico, especular, desarrollar tesis atrevidas.
Pienso que en Cuba sigue habiendo excelentes ensayistas, es un género con una gran tradición en América Latina. Pero considero que hay que estimularlo más desde el ámbito editorial, sobre todo en revistas. Tenemos muy pocas revistas dedicadas en exclusivo al ensayo de enfoque culturológico. Si tienes un texto extenso, poco convencional, resulta un tanto difícil encontrar dónde colocarlo.
Recientemente recibiste el Premio Alejo Carpentier en ensayo y publicaste en Facebook que existían dos personas que habían influido en la realización de La acera del sol…, una de ellas tu esposa y la otra Desiderio Navarro. Coméntanos al respecto.
Comencé la investigación que se convirtió en el libro que obtuvo el premio porque Desiderio me convocó a que escribiera un ensayo sobre las artes visuales durante el ‘quinquenio gris’, para un proyecto editorial organizado por él. En ese momento yo estaba en proceso de defensa de mi tesis de doctorado, por lo que no tenía en planes comenzar ninguna otra investigación de inmediato. Pero a Desiderio no podía decirle que no, así que enfrenté el reto e intenté estar a la altura de su expectativa.
Me involucré tanto en la investigación que terminé escribiendo de más. Desiderio enfermó y no pudo alcanzar a ver el libro concluido, aunque llegó a leer más o menos la mitad. Así que podrás imaginar lo doloroso que fue. En el manuscrito que entregué al concurso escribí: A la memoria de Desiderio Navarro; y así quedará en el libro cuando se publique.
Ariadna es Historiadora del Arte también, muy inteligente y perspicaz. Es mi lectora modelo. Se fue leyendo el ensayo apartado tras apartado, como si se tratara de una novela de folletín. Casi que escribía en exclusivo para ella, para ver su reacción; pero sabiendo que me daba la perspectiva modelo de toda una generación. Tener a alguien que te acompañe así durante todo el proceso de investigación y escritura es un privilegio. Después revisó y pulió el manuscrito final. Así que trabajamos codo a codo.
Aproximadamente un año y medio de investigación debió transcurrir para que La acera del sol…quedara finalmente listo. Escribí de manera afiebrada. A la sazón, me fui a Brasil a comenzar un posdoctorado; así que tuve que terminar el libro al tiempo que comenzaba otra investigación, lo que significa que estoy pronto para unas buenas vacaciones…, relata el cabaiguanense.
¿Cuán difícil fue realizar una investigación histórica donde abordaste la relación entre cultura, poder político y arte?
Es un tema espinoso, con muchas variables, dos décadas muy complejas (60 y 70). Encontrar el tono adecuado, el equilibrio, escapar a los lugares comunes, despejar el análisis de connotaciones políticas e ideológicas resultaba difícil en verdad. Pero así me lo planteé. Es una investigación de reconstrucción arqueológica de problemáticas, al tiempo que de deconstrucción crítica de esas problemáticas para lograr ver el fondo histórico que las constituye, las relaciones de poder que subyacen a los procesos culturales y la manera en que los afecta, para bien y para mal.
El Premio Alejo Carpentier es el más importante y mejor remunerado que concede el Instituto Cubano del Libro. Además del valor económico, ¿qué otras connotaciones tuvo para ti?
Aún no alcanzo a medirlas. Por supuesto, da una alegría enorme. Creo que cuando se publique el libro y comience a llegar la retroalimentación de los lectores, ahí concientizaré realmente el alcance del premio. También es una garantía para que el libro salga rápido, tenga buena circulación y visibilidad, y eso favorece mucho a cualquier obra. Que tu trabajo sea reconocido por un jurado integrado por intelectuales del más alto nivel te da algo de seguridad. Pero la verdadera prueba de fuego aún está por llegar.
¿Cuánto existe de Hamlet, el cabaiguanense, el Tom, en este intelectual que eres hoy?
Como me has hecho mover recuerdos con algunas de tus preguntas, me doy cuenta de que la reescritura y autoapropiación de lo que he sido es lo que soporta por entero mi identidad actual.
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