Por varias semanas Matanzas ha sido toda creación. Se ha convertido en una ciudad que vibra de identidad, historia y cultura al convertirse en puerto de la Bienal de La Habana con el proyecto Ríos Intermitentes, un concepto de exposición cuya génesis es transformar la Atenas de Cuba con novedosas e interesantes propuestas, donde las artes plásticas y visuales son las protagonistas.
Es así que desde el pasado 15 de abril aquí se vive un espectáculo, y no podría ser de otro modo cuando una docena de espacios oficiales y más de 10 locaciones vinculadas a proyectos comunitarios, acogieron las obras de 64 artistas de diferentes nacionalidades.
Cuatro proyectos oficiales de jóvenes creadores sobresalen entre las muestras más relevantes, por su calidad artística, estética y la innovación hacia la búsqueda de nuevas realidades.
Desde el lente
Bocetos Fotográficos, de Adriana Riera, representa sin dudas una de las más interesantes muestras de la Bienal. La exposición parte de la idea de planificar de manera escrita una fotografía inspirada en historias familiares, resultado de la investigación de documentos históricos que fueron conservados de generación en generación hasta nuestros días, y que se preservaban dentro de la casa número 118, en calle Contreras.
“Lo que busco con estos bocetos es que cada individuo pueda crear una imagen desde su propia visión y experiencia personal, siempre acotados por los detalles técnicos y descriptivos que los conforman. Es una obra fotográfica instalativa, donde me interesa convertir una clásica casa cubana colonial en objeto de arte, como reminiscencia a otros sitios que de igual forma, a pesar del estado constructivo que hoy presentan por el ineludible paso del tiempo, son almacén de historias, energías y objetos del pasado”, compartió Adriana.
Durante el proceso creativo se respetaron los ambientes y espacios originales de la casa, dialogando a su vez con los bocetos creados, y en casi todas las ocasiones responden al lugar real donde suceden las historias. Este constituye un elemento que denota la madurez artística de la autora, refuerza el concepto original, y trae a los espectadores un producto estético de alta factura que posee una marcada sensibilidad en los detalles.
La fotografía es también el pretexto de la exposición El reino de este mundo, de Julio César Gonzáles, ubicada en el estudio-taller de su autor: “Mi propuesta se acerca a lo real maravilloso de varios personajes locales que alteran la realidad y la llevan a planos superiores. Todos salen día a día a ganarse el sustento de una manera especial. Transforman la realidad, la iluminan, la engrandecen”, enfatizó el artista.
Se trata de varios ancianos mayores de 70 años captados por el lente del autor con la intención de reflejar un contexto que los trasciende y una realidad que los supera más allá de sus propias individualidades. Destaca la marcada relación del artista con cada uno de los personajes, reflejada, por supuesto, en el concepto fotográfico.
Julio César se acerca a ellos y logra un vínculo con el mundo interior, de estos “deambulantes”, parte de la generación histórica de la Revolución, personajes que recurren necesariamente a las calles para buscar su sustento, con fe probada en cada retrato.
Por su parte, Alejandro Vega Baró, joven de solo 22 años, también nos presenta tres fotografías que integran la serie Ex-Combros, expuesta al público en el Palacio de Justicia, sede principal del evento en la urbe yumurina.
Tomando como punto de partida las sociedades contemporáneas y su relación con la historia, la serie representa un homenaje a la propia arquitectura y a Matanzas, teniendo en cuenta, además, que todas las imágenes son realizadas en esta ciudad. La obra constituye una revalorización de lo feo y lo destruido, pues Vega Baró reconstruye un producto hermoso, sin ningún agente externo.
“Mi trabajo se centra en un conjunto de exploraciones históricas, arqueológicas y sociológicas, a veces con un carácter autorreferencial. El tema fundamental de la serie es el principio de construir con el residuo, es ante todo un canto a la memoria el hecho de convertir escombros en extrañas formas arquitectónicas”, destacó el también estudiante del Instituto Superior de Arte.
Las imágenes no son más que fotografías cuadruplicadas, creando así un efecto visual caleidoscópico y de simetría radial: “Utilizo esta técnica como pretexto para la construcción de una suerte de nueva arquitectura orgánica que nos recuerde lo que fuimos y, en base a ese recuerdo pasado, nos muestre un mejor camino presente. En síntesis, es una evocación directa a la construcción de lo posible”, concluyó el novel creador.
Escaleras al “San Juan”
Están allí, en las márgenes del río San Juan, llamando la atención de quienes transitan por la calle Narváez. Sus colores brillantes indican un punto de ruptura respecto al paisaje. Fueron puestas en ese lugar, pero… ¿por quién? ¿con qué motivo?¿para qué?
Hay quienes aseguran que no tienen propósito alguno y que no son más que una de las tantas obras de arte contemporáneo sin sentido. Otros, no se detienen a pensar en su significado y se conforman con tomarse un selfie o posar desde lo más alto para inmortalizar su paso por el corredor turístico.
Muchos saben que las escaleras llegaron como parte de Ríos Intermitentes, proyecto de María Magdalena Campos Pons y que constituye el capítulo matancero de la XIII Edición de la Bienal de La Habana, con subsede en la ciudad yumurina; pero pocos conocen el para qué.
Rubier Bernabeu García y Wendy Pérez Lora, ambos graduados de Arquitectura y Diseño, son los verdaderos creadores de Contrahuella, proyecto de intervención urbana desarrollado a partir del diseño de nueve escultóricas escaleras, distribuidas en siete sitios por las orillas del “San Juan”.
Esta es su segunda incursión en estos eventos, pues ya participaron en la anterior edición de la Bienal de La Habana con el proyecto Equis.
Según cuenta Bernabeu García, “la idea surge en 2014 a partir de una intervención llamada Tribuna de Pescadores. Era un proyecto participativo con botes subidos a una tarima que llevamos al Salón Roberto Diago Querol. Entonces trabajábamos en el rescate de la Calle Narváez y quedó la preocupación de qué hacer por las márgenes del río San Juan y el área de la comunidad de pescadores.
“En un momento se pensó hacer un nuevo paseo, pero no lo incluyeron en los planes, y entonces partimos de la idea de presentar un diseño futuro de cómo pudiera quedar. Después, llegó la oportunidad de Campos Pons, quien invitó a varios artistas de la ciudad de Matanzas a formar parte de Ríos Intermitentes”, comentó.
Y al río llegó Contrahuellas para incentivar la reflexión y sensibilidad de los espectadores hacia un desarrollo ecológico y sostenible en pos de la conservación de los valores materiales e inmateriales del área entre los dos puentes centenarios de la ciudad: el Calixto García (o el de Tirry) y el Sánchez Figueras.
Propicia, además, un acercamiento a la importancia que tuvo antaño el río, en cuyos costados se ubicaban los almacenes de azúcar, que posibilitaron el desarrollo económico y comercial de Matanzas en el siglo XIX.
“Lo nombramos Contrahuella, pues la escalera se compone de huella y contrahuella. Esta última te permite avanzar y llegar a algo, no solo a un lugar, sino también a una idea, a una intención, que no es otra que la conexión de los dos márgenes, que traería consigo la mejora de la imagen del área en la que se ubican los pescadores”, añade Wendy Pérez Lora.
“Ellas también son símbolos de cambio y desarrollo y desde un plano superior se visualizan como cintas que unen. Así quisimos relacionar Narváez con la Calle Comercio, en la que también se encuentran las ruinas de los almacenes y la grúa, que tenemos que rescatar porque son vestigios del patrimonio industrial, enclavados en un área declarada Monumento Nacional de la ciudad”, explica Bernabeu.
Como defensores del arte contemporáneo, y del arte público y conceptual, emplean en Contrahuellas colores como el rosado, que atrae a los niños; el rojo, que acentúa los problemas existentes en un punto determinado; el amarillo, en alegoría al río y a Ochún; y el metálico, para simbolizar la industria.
“La primera impresión que tiene el visitante cuando llega a Narváez es el paseo peatonal y cultural de la ciudad, y viendo esto surgen inquietudes respecto con lo que sucederá al frente”, señala Pérez Lora.
Ella es complementada por Bernabeu García, quien añade que: “La Calle Comercio aporta una visual más interesante hacia la parte urbana y la arquitectura, además de resultar mucho más tranquila. La idea es potenciar eso, y son las escaleras un punto de acercamiento para que vengan proyectos que permitan sanear el río, y evitar la contaminación de tan importante patrimonio subacuático”.
¿Permanecerán las escaleras luego de la Bienal o tan solo será otro proyecto efímero que viene a redimir sueños inconclusos?, indaga el Portal del Arte Joven Cubano.
“Nosotros como artistas quisiéramos que se quedara la obra, pero esa sería una decisión de consenso. Quizás podría permanecer hasta que se logre concientizar sobre la trascendencia del afluente, pues la creamos como símbolo para que las personas piensen y vean el río”, expresa Pérez Lora.
Las escaleras, como referencia a la libre y espontánea circulación para acceder al interior del río, por el momento están ahí, llamando la atención sobre el rescate de espacios y tradiciones que forman parte indisoluble de la identidad del San Juan y la ciudad.
Sin dudas, Ríos Intermitentes nos regala estas cuatro muestras vinculadas entre sí, por la integración que logran dentro de los diferentes espacios y por sus visiones críticas a la sociedad como punto de enfoque y de partida para desnudar nuestras realidades, en función de construir nuevos conceptos y repensar una ciudad donde el arte nazca imbricado al destino de una urbe renovada.
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