Tomado de La Jiribilla
En tiempos en que pareciera que el poder económico y no la cultura vuelve a decidir entre los cubanos, siempre llama la atención la viabilidad de un proyecto intelectual, más aún si se hace en los rincones del archipiélago, alejado de los planes editoriales, la promoción, el reconocimiento y las recompensas materiales. Los talleres dedicados al uso de los espacios públicos para el debate y la investigación del arte, que sesionaron como parte del evento “Pensamos Cuba” de la Asociación Hermanos Saíz, evidencian la existencia de esa inquietud joven, alejada de manoseos monetarios convencionales.
Pero más allá de la sorpresa que nos recorre está el hecho mismo de que La Habana sea el lugar de confluencias de creadores que apenas rebasan los 25 años, que decidieron, por ahora, quedarse en Cuba y además, hacer en este país algo distinto que trabajar en el turismo o cualquier otro sector de mayor remuneración. Innovar la cultura, en tal sentido, es casi una heroicidad, más aún si se trata de un espíritu crítico e inconforme.
Para que se tenga una idea, un espacio como “A rajatabla”, de Ciego de Ávila, ha estado al tanto de inquietudes que ni siquiera la prensa local refleja, siendo el suceso alternativo de artistas y públicos para descargar y proponer, ello sin que el ejercicio pretenda sustituir los habituales mecanismos de gobernación. Dicho empoderamiento abarca cada una de las sedes de la asociación, con menor o más éxito, así en el caso de Santa Clara la peña “La caldera” se propone no quitarle presión al medio social, sino ponerle más, a partir de los criterios que allí se vierten, las más de las veces provenientes de un contorno intelectual.
En el caso villaclareño, hay además una revista exitosa, Zona crítica, de pensamiento puro y duro, en la que participa mi colega José Ernesto Nováez, un profesor de filosofía de la Universidad Central que le ha dado un impulso nuevo a una provincia mayormente de poetas como lo es Villa Clara. Colocar el debate en el centro de la vida cotidiana ha sido la ganancia de ese grupo de intelectuales que se hacen a sí mismos, mientras hacen su medio. Eso, en este mundo regido por el trap y el trapo, no es poco, y tampoco resulta justo que se ignore algo así.
Pareciera que se trata de un ejercicio de Onán, sobre todo porque son jóvenes que quizás empiezan una obra, pero sin sucesos como estos no existiera la cultura, que siempre se concibe primero como un acto de transgresión, casi inaceptable. Para cierto capitalino, adaptado a las grandes instituciones y los eventos internacionales, “Pensamos Cuba” pareciera un hecho provincial, donde los asociados de otros lugares vienen a debatir sobre cuestiones que a ellos, los de La Habana, no les reportan nada. Muy al contrario, es hora de abandonar el mapa centrista y vernos más como un país que quiere quedarse, para pensarse entre todos.
Esa es la visión de país que prevaleció en el encuentro, una que mira más allá de las diferencias de criterio y que existe gracias a la divergencia. Una revista como La Liga, de naturaleza digital, ha hecho de Camagüey una potencia con fuertes matrices de opinión en el mundo del arte, donde participan colaboradores que viven fuera de Cuba, pero que no quieren ser una diáspora total. En la construcción de esos sentidos, lo menos que existe es unanimidad, así es como se comporta la verdadera sociedad civil.
Hay que evitar los elitismos injustificados, aquellos que vayan más allá de la esencia y ponderen la forma, lo fenoménico. Una obra como Selfie, actualmente en los teatros de la capital, logró esa resonancia ya en provincias y une lo mejor de cada uno de los contextos, logrando esa movilidad del espíritu de lo auténtico. Con los hacedores de dicha pieza se debatió en el taller sobre la viabilidad de la investigación para las artes, en presencia de críticos de todo el país, porque no conviene dejar que pasen los sucesos sin que el escalpelo y el consenso los lleven de la mano a buen recaudo.
Selfie es una obra madura, una autoficción de generaciones, concebida para dialogar con el universo todo, así como con las eras cubanas. Mereció una importante beca de la AHS y las salas repletas han sido el mayor premio, el único auténtico. Ante una crítica nacional, a ratos anquilosada en tecnicismos, que son la forma de un cuadro sin figuras centrales ni líneas de fuga, el evento “Pensamos Cuba” se acercó y dio su mirada esclarecedora del fenómeno de una generación que ya tiene qué contar.
Cómo hacer un periodismo dentro de la crítica y una crítica dentro del periodismo fue uno de los tópicos, además de la naturaleza de los medios de prensa, muchas veces desvirtuada de las realidades más inmediatas de los contextos. Por eso, la relación de esta sección de la AHS con las instituciones es tensa por productiva, difícil por inconforme, correcta por divergente. La asociación no está para asentir, sino para la disensión más plena y abierta, en pos de intereses creativos.
La crítica no es un gueto ni un ejercicio inútil, como suele mostrar determinada academia, tampoco ese producto manipulado que se arroja desde portales webs adonde fueron a dar algunos de los nuestros, alelados por pagos superiores, que en realidad los subvierten a ellos y les corroen forma y contenido.
Para el logro inaplazable hay que ponderar que la academia y las vanguardias estén más cercanas y articuladas y no temerle a la divergencia ni pensar en convencionalismos. Una crítica obediente, o falla o ya se vendió al mejor pagador. Y el futuro de este país necesitaría de voces no destructivas, sino con vistas de águila. En otras palabras, no voy a decir como un amigo en las redes sociales, quien me respondió —al yo hablarle del evento “Pensamos Cuba”— que eso es de Teofilito. Las mayores apuestas de la historia comenzaron en un juego, en algún café, entre jóvenes sin obra; a eso hay que mirar con atención y sin intención, como seres auténticos.
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