Pablo Guerra Martà sabe –como su admirado José Lezama Lima– que “paso es el paso del mulo en el abismo” y que “ese seguro paso del mulo en el abismo suele confundirse con los pintados guantes de lo estéril” y además, suele hacerlo “con los comienzos de la oscura cabeza negadora”. Pero Pablo Guerra, poeta aguzado en los complejos entresijos del idioma, conoce que el “final no siempre es la vertical de dos abismos”.
A estos abismos se ha asomado, al punto de declarase “animal en extinciĂłn”, pero un animal capaz de tomar palabras “del dĂa a dĂa para construir el lecho, la cama y el fogĂłn”. Palabras que terminan siendo legales, proscritas, tiernas, sucias… materia de los versos que ha reunido en Animal de carga, publicado bajo el sello de Ediciones La Luz, con ediciĂłn de Luis Yuseff, diseño de Frank Alejandro Cuesta, a partir de una fotografĂa de RamĂłn legĂłn, y correcciĂłn de Mariela Varona y YailĂ©n Campaña.
La profunda hinchazĂłn del plomo dilata los carrillos del mulo de Lezama Lima; mientras que el buey de Pablo está “herido por la vara, hendido por la vara, guiado por la vara” y “no recuerda para que sirven sus brĂos, Âżhollar en el fango? Âżjalar la carreta, acaso?”. Este buey –insiste en decirnos el poeta, narrador y realizador audiovisual– “ya no es el que determina la pauta, el orden natural de las cosas que han de ser arrastradas”. Sigue el paso lento, el cabeceo… “Entre Ă©l y el lĂmite solo está el palmo de hĂşmeda lengua”. Otros, algo más lentos, le clavan al buey la orden en el lomo endurecido…
El poeta acarrea “cántaros que se han de vaciar para sucesivas vueltas”, “cuentas que han acumulado saldos deudores, intereses multiplicados ante el ojo del publicano y en los bolsillos”, y como el mĂtico SĂsifo de Corinto –aquel reinterpretado por Camus como metáfora de la vida moderna– sube cuesta arriba la empinada ladera cargando la pesada roca. Muchas veces, tambiĂ©n como SĂsifo, cree que está condenado a una inĂştil e incesante tarea, una “bancarrota declarada, a cuestas, en el lomo de los dĂas”. Otras veces, apenas cree distinguir entre la naturaleza del hombre y su agobiante carga. Es entonces cuando “el tigre de las horas” –¿acaso el tigre de Blake?– arroja su gĂ©lido aliento y el poeta deja a un lado el temor a la garra, a la certeza del colmillo, y asegura que el miedo es su arma, el ojo alerta su naturaleza. Aun asĂ, existe, permanece, incluso llega a asegurarnos que “la luz persiste como un perro fiel en seguir guiando nuestros pasos”.
Esa luz –atizada por las circunstancias del alma, “vasto territorio donde nos perdemos desacostumbrados al oficio de los encuentros”– arremete “la muerte inmemorial que padecemos”, y en la poesĂa de Pablo Guerra MartĂ encuentra asideros en los seres que ama y necesita, “la pesada bola del recuerdo que inevitablemente volverá para golpearnos”. Sus hijas, su madre, los amigos como “islas golpeadas por el viento” –y con ellos la impotencia ante la imposibilidad de “alumbrar la soledad”– viven en poemas que poseen algo de esa electrizante y lĂrica estructura lezamiana evidente en sus libros.
Pablo Guerra MartĂ no se encuentra, como Lezama, “entre los toros de Guisando”, pero sĂ está “entre los que preguntan cĂłmo y cuándo”. Y ese cĂłmo y cuándo desbordan su poesĂa. Él sabe que al pasar la página –despuĂ©s de leer sus versos– algo queda, y que ese algo –cercano, vital, palpable, nuestro– nos impulsa a creer que antes de rodar nuevamente, SĂsifo tuvo la certeza de que la piedra habĂa avanzado un poco más.
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