La primera es su magisterio, humilde y desinteresado, al punto de uno pensar que el Chino ha dejado de hacer buena parte de su obra –esa novela o esas memorias que nos debe– por revisar tus cuentos con toda la paciencia del mundo, mientras te habla de las técnicas narrativas que desconoces citando la obra de sus maestros o que has usado, pero sin saber que estabas utilizando una caja china o un dato escondido en tus historias.
Lo segundo es la amistad: la suya; la de Ivonne Galeano, ese ángel tutelar de inconfundible acento uruguayo que desde hace décadas lo cuida como su bien más preciado; la de tus compañeros de aula, esos amigos de diferentes provincias que ven nacer tus libros-hijos con la misma mezcla de emoción e ingenuidad con que tu admiras los suyos… Pero, además, eres parte de la gran familia del Onelio, formada por casi veinte graduaciones y con alumnos ya de obligada referencia en las letras cubanas. Ser del Onelio es un sello, una marca que no se ve sino en el corazón y que le debemos a Heras.
Pensaba en esto mientras integraba el panel “Eduardo Heras León en la literatura cubana”, realizado en el Pabellón Universitario (Casa de la Prensa) como homenaje a uno de los escritores imprescindibles de la literatura cubana contemporánea, dentro de las actividades de la Feria Internacional del Libro en Holguín. Lo hacía custodiado por dos conocedores de los intríngulis de la literatura y la historia cubanas: Lino E. Verdecia y Juan Isidro Siam. Conocedores y amigos de “armas tomar”, pensé y bajé del librero los libros de Heras León que poseo: Los pasos en la hierba (Mención Única Premio Casa, 1970), Cuestión de principio (Premio Uneac 1983 y Premio de la Crítica 1986), La nueva guerra (1989) que contiene cuentos de La guerra tuve seis nombres (Premio David, 1968), Acero (1977) y A fuego limpio (1981), y su reciente Dolce vita (2012).
¿Qué puede interesar de los cuentos de Heras León a los más jóvenes? ¿Qué llamará la atención veinte o cincuenta años después? Eso me preguntaba mientras Lino Verdecia recordaba las características de la llamada “literatura de la violencia”, en la que Heras León se inscribe, y nos traía a colación el texto “El Quinquenio Gris: testimonio de una lealtad”, leído por Heras como parte del ciclo “La política cultural del período revolucionario: Memoria y reflexión”, organizado por el Centro Teórico-Cultural Criterios.
Aquellos soldados que describe Eduardo en sus cuentos –soldados de Girón, del Escambray, reclutas en los campamentos militares– podían tener miedo, arrepentirse, enamorarse, llorar… eran héroes, pero también seres humanos y eso los hacía reales. No es secreto para nadie el período de ostracismo que sufrió el Chino Heras después de la publicación de sus dos primeros libros, un silencio que lo alejó del plano editorial cubano, pero no del creativo. Un hombre no puede dejar de crear tan fácilmente, pensó. Después de esto publicaría tres libros que los estudiosos han catalogado dentro de la llamada “literatura fabril” y que se desarrollan en una fábrica de acero con sus hornos y ruidos, con su sistema de emulación socialista, con su Sindicato y obreros abnegados… Esta literatura alcanza amplia impronta literaria, recuerda Juan Siam y lee en uno de los cuentos incluidos en A fuego limpio, una magnífica descripción de aquella fábrica.
Vuelvo a hacerme la misma pregunta y me parece que algo sobrevuela en las páginas de Heras León y que hará que volvamos una y otra vez a sus cuentos, más allá de la épica y los estimulantes tiroteos y emboscadas de Girón o del ritmo productivo y emulativo de una fábrica que cuela acero y que se nos muestra ahora tan lejano de nuestra realidad: el amplio humanismo que traslucen sus personajes, ese hálito real y palpable que los hermana con los hombres y mujeres que cualquier momento histórico. Ahí está una de sus grandezas, ahí creo que radica parte de la escencia de su obra.
Del periodista, del crítico de arte amante del ballet, del antologador de ese inmenso y útil volumen que es Los desafíos de la ficción, del creador del Centro Onelio y del primer curso de la ya mítica Universidad para Todos, del Premio Nacional de Edición y del merecidísimo Premio Nacional de Literatura, del amigo, del profesor, del padre espiritual de varias generaciones de escritores, del escritor al que se le dedica esta Feria del Libro, podríamos hablar mucho más… Y a todos esos Heras –que es uno solo– volvemos agradecidos una y otra vez.
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