En la poesía de Verónica Aranda viven los adioses y las bienvenidas, una fabulosa cartografía de viaje que es también la cartografía del alma humana frente a las circunstancias cambiantes de la vida. Verónica ha sabido recoger, en el poema, el mapamundi de la experiencia: para ella, el verso es sinónimo de ese territorio de la concreción donde todo, efectivamente todo, es contemplado con lupa.
La conocí en un Encuentro de Escritores en La Habana. Llevaba sus libros y fue el nuestro un saludo rápido, casi agolpado, que se concretó en una conversación en un café de la ciudad, muchos meses después. Leí su obra. Entonces supe: desde su poesía, Verónica respira.
Al leer tu poesía pienso, en ocasiones, en un mapa de viajes y de experiencias que, de una forma y otra, dialoga con tu vida, ¿es así?
Así es, muchos de mis poemas trazan cartografías poéticas, mapas sentimentales de las ciudades visitadas y vividas, mapas que la memoria va ordenando en el deambular errante y a través del recuerdo, mapas impregnados de nostalgia ante el constante devenir del paisaje y los personajes que nos vamos encontrando por el camino. Por tanto, viaje y vida están estrechamente ligados en mi poesía: dialogan intimismo y trashumancia.
¿Cuáles son los temas y las obsesiones que ponen en movimiento los motores de tu creación?
El viaje, la interiorización de los lugares vividos intensamente, que regresan a través de la palabra; el oikós o el lugar del amor y el deseo; la ausencia o búsqueda a través de la piel, que conecta con el tema de la identidad y la incomunicación; la meta poesía; la saudade, pues me nutro mucho del fado, la música popular y la tradición portuguesa. Otra de mis grandes obsesiones y pasiones es el haiku. Mis versos se impregnan de ese aware o asombro ante los pequeños cambios en la naturaleza, el paso de las estaciones o los instantes de belleza profunda que el haijin tiene la necesidad y el compromiso de comunicar.
¿Confías en la disciplina de la creación o en los momentos reveladores?
Creo que es difícil que lleguen los momentos reveladores si no te sientas a escribir. Aunque la poesía exige menos disciplina que la novela, por ejemplo, donde conviene ser metódico y tener un horario de creación de oficinista. En poesía puedes trabajar los poemas uno a uno, dejarlos reposar, volver a ellos tiempo después para acabar de hilvanar el poemario. En mi caso, trabajo fragmentariamente, vuelvo a las anotaciones de los cuadernos de bitácora, tomadas muchas veces a vuela pluma en los viajes, aunque después corrijo y pulo mucho. Soy bastante perfeccionista.
En tu experiencia, ¿qué define y hace distinta a tu poesía de otras voces ya existentes?
Por un lado, cultivar con constancia el subgénero de la poesía de viajes y su capacidad evocadora no es algo tan habitual en la poesía española actual. Trato de hacer esa alquimia entre el asombro, el paisaje y lo colectivo a través de la inmersión en otras culturas. Por otro lado, el ritmo y la musicalidad, y que a través de la métrica clásica (heptasílabos, endecasílabos, alejandrinos) desplegada en versos blancos, trate temas más contemporáneos. Asimismo, a mi poesía la define el estilo hímnico, que intenta buscar un equilibrio entre la emoción y el pensamiento.
El mundo interior y su reflejo en el mundo exterior, y viceversa, aparecen constantemente en tu trabajo, ¿cuál es el proceso que te permite acceder a esas memorias emotivas y convertirlas en material poético vivo?
Es un proceso largo e intenso. Está el viaje físico que se transforma en viaje iniciático y en viaje interior. Luego llega la actitud contemplativa: impregnarnos de lo otro, reverenciarlo, percibirlo a través de los cinco sentidos. A esto le siguen las anotaciones que se amplían con las lecturas. Y de regreso del viaje, llega la hora de trabajar más los poemas, ejercitar la memoria, dar a través de ella vida definitiva a las cosas y devolverlas a su verdadera naturaleza. Al fin y al cabo, el viaje nos alumbra con palabras y queda su vibración en el poema, que es lo que deseo transmitir al lector.
En una entrevista anterior, afirmaste: “podemos sentir el mismo aislamiento y soledad que se siente a veces en una isla”. ¿Piensas que la creación requiere de la soledad?, ¿el autor se halla a sí mismo en ese espacio del aislamiento que puede ser su encuentro, a solas, con la realidad del poema?
En el acto de creación hay un desplazamiento que nos sitúa al filo y un profundo ensimismamiento al que se llega a través de la soledad, en una intemperie que puede llegar a ser gozosa. Me identifico mucho con las reflexiones de María Zambrano cuando dice: “Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable en que, precisamente, por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas.”
Luces y sombras también integran tu obra. Hay en ella de pintura y de fotografía, ¿qué imágenes de tu mundo interior te interesa que el lector pueda perseguir?
Sobre todo, las imágenes que nacen del extrañamiento que se va interiorizando. Esa extrañeza es la que hace posible el asombro, la revelación que precede al canto. A veces el paisaje, las atmósferas, la lluvia, se me meten tan dentro que llegan al poema casi como ensoñación o ebriedad. Me interesa que el lector persiga esa especie de catarsis plástica y se enfrente a imágenes insólitas cuya contemplación implica un rito.
Entonces, ¿es el creador, por necesidad, una criatura nómada?
No siempre. Hay casos de escritores anti nómadas, que hacen del sedentarismo su manera de estar en el mundo. Pienso en Emily Dickinson, en Fernando Pessoa, que no sentía la necesidad de salir de Lisboa y en Orhan Veli, arraigado en su Estambul. En mi caso, necesito el movimiento, el desplazamiento a la hora de escribir, porque propicia una reflexión muy ligada a la sensación y a la vivencia. En ese sentido, la India, ese mundo agresivamente atractivo y conmovedor, cambió mi forma de escribir poesía y de acercarme a las imágenes.
En tu experiencia como poeta viajera, ¿qué te llevas de esta isla llamada Cuba? ¿Qué sensorialidad de esta isla te arrastra o conmueve?
Me llevo, por encima de todo, la experiencia humana. Lo arropada que me siento siempre allí. La algarabía, el sentido de la solidaridad, las largas conversaciones con amigos y escritores, cada atardecer habanero, cada paseo por la Habana Vieja, donde siempre descubro algo nuevo. En Cuba, el tiempo discurre de otra manera y sin la espiral de hiperconexión a Internet que tenemos en Europa, y que puede llegar a ser asfixiante. Allí, todo es más humano y comunicativo.
Háblame un poco de la experiencia con “Lenguas de marabú”. ¿Cómo nace el proyecto?
Esta antología de poesía joven cubana (Generación cero), que se publicó el año pasado en la editorial Polibea de Madrid, empezó a tramarse en 2015, tras mi participación en la Feria Internacional del Libro de La Habana y el Encuentro Iberoamericano de Jóvenes Poetas, donde tuve el privilegio de introducirme de lleno en la poesía cubana actual y compartir con escritores locales que me enseñaron muchísimo sobre la actualidad literaria del país, recomendándome lecturas imprescindibles. Al repetir invitación en febrero de 2018 y regresar con la maleta cargada de antologías, poemarios, cuadernos y revistas, con los que amablemente me obsequiaron los poetas, por no hablar de la cálida hospitalidad con la que siempre me reciben, supe que era el momento de completar el proceso de investigación y apostar por difundir la nueva poesía cubana entre los lectores españoles. Se presentó en la Feria del libro de Madrid y en Cuba nos llevó a hacer un tour de presentaciones por toda la isla, gracias al apoyo de algunas instituciones culturales cubanas. Una experiencia maravillosa.
El poeta se enfrenta, constantemente, a la lucha con/contra el lenguaje, ¿cuán importante es para ti encontrar la palabra justa?
Es fundamental. En el poema trato siempre de buscar la síntesis y la pureza del lenguaje. La poesía es el territorio de la concisión, pero también de la precisión. Me identifico mucho con el verso de Juan Ramón Jiménez, que pienso que resume muy bien esa búsqueda de la palabra justa que es, en parte, el oficio poético: “Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas”.
Si tuvieras que mencionar algunos de los poetas jóvenes indispensables de tu país y del mundo, ¿cuáles serían?
Creo que en España actualmente son las mujeres las que están realizando un trabajo poético más arriesgado y de indagación en el lenguaje. Poetas jóvenes que trabajan en esa dirección y que están construyendo una obra muy sólida son Ana Gorría, Ángela Álvarez Sáez, Laura Casielles, Berta García Faet, Laia López Manrique, Martha Asunción Alonso. Y entre las más jóvenes, las nacidas en los 90, Sara Torres y Dafne Benjumea. De poesía joven internacional, más que nombres concretos, me gusta enfocarlo por países. Me nutro mucho de la poesía portuguesa contemporánea, que también traduzco, y de la poesía latinoamericana actual, especialmente la cubana y la argentina.
¿Las redes sociales, la eclosión del mundo digital y del Internet, influyen positiva o negativamente en el desarrollo de la poesía y, más aun, en sus hacedores?
Tiene sus ventajas e inconvenientes. Depende del uso que le demos. Lo positivo es que nos conecta con poetas de todo el mundo y las publicaciones digitales pueden tener miles de lectores y un mayor alcance internacional, lo cual no pasa con los libros. Cuando editas un poemario, por muy pequeña que sea la tirada, cuesta agotarla. Lo negativo del mundo digital es que no hay filtro. En España actualmente está el fenómeno de los poetas youtubers, que cultivan una poesía simplona, previsible y muy poco elaboraba, pero tiene un impacto mediático que ya se empieza a estudiar en las universidades. Y vende miles de ejemplares. Por otro lado, las redes pueden tener un efecto nocivo en los escritores, quitan tiempo de lectura y de reflexión, y exigen estarse promocionando constantemente, en vez de volcar las energías en la creación.
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