Ariel Fonseca nos habla en sus obras de la violencia y también de la belleza de lo cotidiano… y lo ha hecho bien, sin seguir las modas literarias, sin prestar oído a los atractivos y efímeros cantos de la reproducción seriada. Por eso, quizás, es que su voz es diferente a tantas otras. Esta entrevista es, para mí, deuda con uno de los autores cuya creación me resulta, más que atractiva, necesaria en estos tiempos artísticos que vivimos.
¿Piensas que, en la actualidad, le es esquivo al joven autor cubano llegar al mercado internacional del libro? ¿Son las publicaciones, más allá de las fronteras de nuestra Isla, una utopía? ¿Seguimos cercados por “la maldita circunstancia del agua por todas partes”, a decir de Piñera?
Ahora ya no tanto. Muchas editoriales extranjeras abogan por la literatura de jóvenes creadores de la isla, y ellos no temen enviar sus libros. A veces lo que se dificulta es llegar físicamente al lector, estar mientras esos libros son vendidos, verles los rostros a las personas que deciden arriesgarse a leerte. No estar resta un poco de credibilidad al libro a lo hora de ser presentado y vendido. A veces, yo he comprado determinado texto porque he estado en la presentación y he conocido al autor y he querido llevar su autógrafo a casa. Luego he descubierto que es un libro excelente, y entonces eso me pone a pensar en cuántos otros he dejado de obtener por el solo hecho de no verle el rostro al autor mientras se presenta, por no oírlo hablar sobre su obra o conocer detalles acerca de la creación de esta o de la recepción en otros lugares. Imagino que esto debe pasarle a muchos.
Recuerdo, con especial afecto, tu libro El circo invisible, texto donde te concentras en hablar de personajes que viven en los márgenes, para los cuales orquestaste un espacio narrativo sumamente simbólico. ¿Cómo nace este libro y cómo sabes cuándo a una historia le ha llegado su tiempo de ser contada?
Estas historias estuvieron tantos años en mi cabeza que pensé nunca llegarían a convertirse en libro. Eran personajes inseguros que aún nos sabían qué camino querían o necesitaban tomar; yo tampoco tenía las suficientes técnicas para ayudarles. Pero todo se gestó gracias a una amiga, que me propuso como reto continuar el camino de estos personajes… y después fue muy rápido, casi de un tirón tenía todas las historias. Solo tuve que sentarme y escribirlas. Y sí, el circo es un símbolo en mi libro, porque es el lugar que usa mi personaje para refugiarse cuando necesita escapar de su entorno y de la soledad.
En mi caso, la historia y los personajes van mezclándose en mi cabeza, así como su discurso, su diálogo, incluso aquellos detalles de su vida o proceder que luego no quedan escritos, y que solo sabemos ellos y yo. Estos personajes hablan, viven, caminan, fallan e interactúan como lo hace una persona en su entorno. Pero hasta que la historia no colapse en mi interior y el personaje no comience a gritarme en el oído, no me siento a escribirla. También debe haber insomnio y el hecho de tenerme desconcentrado durante mis tareas diarias: esos son los dos requisitos indispensables que debe hacerme sufrir una historia antes que decida escribirla.
¿Crees en el llamado fatalismo geográfico regional, en la llamada visión “habanocéntrica” de la cultura?
El fatalismo regional es un gran problema que afecta a muchos. En mi caso recuerdo con tristeza haber enviado un libro de cuentos a un concurso importante y un miembro del jurado, después de confesarme que mi obra le había gustado mucho, acabó diciéndome que debía premiar el libro de un escritor habanero. También está la poca posibilidad de acercarme a espacios de promoción, talleres, tertulias. Pero he tenido que olvidar esas nimiedades y escribir, porque eso es lo que verdaderamente importa.
En tu literatura existen diferentes manifestaciones de la violencia. A mi entender, son esos los rasgos soterrados y silenciosos del cotidiano, ¿cuánto te importa o interesa, como autor, el hecho de ser o no un “cronista de tu tiempo”? ¿Es esa la verdadera misión del artista?
Me interesa lo cotidiano y la violencia escondida tras el silencio que ofrecen las personas o determinada situación aparentemente tranquila. A veces pensamos que hacemos todos los días lo mismo y no es cierto; siempre hay algo, a veces muy mínimo, que nos hace desviarnos del camino, que podría cambiar o no nuestra vida. Eso me interesa para mis libros; intento captar esos detalles y así ellos contarán la historia. Sé que lo harán de la mejor forma posible.
¿Cronista de mi tiempo?, no he pensado en ello. Pero no está del todo mal ser un cronista del tiempo que transcurre… pero la verdad es que solo me interesa contar mis historias.
No sé cuál es la verdadera misión del artista. Siempre creí que era ofrecerles, a otros, arte. En mi caso se trata de la posibilidad de soñar y salvarme. “El arte salva”, decía Martí y me hice escritor tratando de escapar de mi entorno. Mientras escribo estoy en total paz y me olvido de todos los problemas que tengo.
Dentro del panorama literario de la Isla, donde tantas cosas se parecen, has intentado buscar una singularidad, ¿esto ha sucedido intencionalmente o ha sido un desprendimiento natural de lo que, de una manera u otra, tus historias han buscado contar?
La verdad es que no lo sé. He intentado contar mis historias de la manera más modesta posible, de acuerdo a cómo los personajes lo requieran… o también las situaciones que los involucran. No he buscado parecerme a nadie y mucho menos ser distinto. Si acaso lo he logrado, ha sido gracias a mis lecturas, a mi trabajo y a mis personajes y sus historias: ellos han tenido toda la culpa.
¿De qué carece, por ausencia o exceso, la creación joven de estos tiempos?
Desde mi modesta opinión creo que muchos de los escritores jóvenes buscan impresionar, quieren contar una historia donde al final el lector no se espere el desenlace. A veces, ese empeño desmedido hace que la historia falle. He leído autores que no necesitan de esta sorpresa, que sus historias son contadas de una manera muy modesta y honesta, que hace que los personajes casi puedan tocarse y la historia alrededor se sufra como si uno mismo la estuviera viviendo.
Entonces, ¿qué es lo que debe suscitar una buena obra en el lector?
Debe provocar algo, hacerte sentir, sea lo que sea: miedo, repulsión, alegría, paz, tristeza, desasosiego…Cuando una obra no provoca sentimiento alguno es porque no es buena.
¿Existe algún libro, aún en proyecto, en la tinta de la mente, que no has llevado a cabo porque sientes que no ha llegado el tiempo preciso para él?
Siempre estoy pensando en nuevas historias, aunque hace ya tiempo que no me siento a escribir nada. En la cabeza tengo las historias para un libro de cuentos y una noveleta para niños que no sé si algún día escriba. También otras cosas sueltas, muchas.
Te interesan diferentes géneros literarios, ¿por qué? Dentro de las particularidades propias de cada creación, ¿sientes que has conseguido adaptar o moldear el lenguaje para apropiarte de determinadas estéticas?
Desde el inicio supe que escribiría cuentos para adultos y no imaginé que podría escribir para niños…y menos poesía. En mi caso no lo decidí, llegó. Eso no significa que le cierre las puertas a lo demás, si llega el teatro o el ensayo, intentaré hacerlo lo mejor que pueda.
La estética se ha moldeado sola y poco a poco, viendo a otros autores y aprendiendo cómo mejor queda en un texto o escuchando a los personajes: ellos saben. Porque cada historia o poema requiere determinado discurso y como autor me corresponde descubrir eso.
¿Cuánta importancia le confieres al lector? ¿Eres de esos autores que escribe pensando siempre en un receptor?
El lector es lo más importante. Debo fiarte que no pienso en él a la hora de escribir. Escribo y punto. Eso sí, me gusta saber qué piensa una persona cuando me lee y me emociona cuando alguien se acerca para comentarme sobre un determinado relato o personaje, ya sea porque lo ha cautivado o siente repulsión.
Aunque Calderón de la Barca afirma que “los sueños, sueños son”, ¿adónde te llevan los tuyos, a qué regiones de la escritura, a qué deseos?
Sueño mucho, desde niño lo hacía. Ahora la mejor manera de ser un pirata o un príncipe o un gato es a través de mi literatura. Pero fuera de esto pido muy poco, solo continuar escribiendo todo lo que está en mi cabeza y mucho más. Que surjan nuevas ideas y pueda escribir ciencia ficción y fantasía heroica. Pero que, por favor, los lectores no dejen de acercarse…y si son niños, mejor.
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