Inés María Prebal: La danza como una caricia al alma

Helado con flan, responde Inés María Prebal cuando preguntan por el pedido. Estamos en uno de los cafés que han abierto en las calles más céntricas de la ciudad de Holguín. Se llama El garaje. Lo mismo, añado. ¿Sabores? Mantecado, digo. Naranja, ella. “Ya no es como antes, lo de la dieta en las bailarinas”, me dice y sonríe. “No como mucho, pero los dulces, el helado y las pizzas me fascinan”. Y le creo, porque esta mujer conocida como Menina, trasmite una seguridad envidiable en el escenario, a fuerza de abnegación y perseverancia.

Fotos: Carlos Rafael y cortesía de la entrevistada

Ella no tiene formación académica, su talento es autodidacta; y la danza es una manera de asumir la vida. Al integrar la compañía Médula obtuvo importantes premios. Mientras en diferentes ediciones del Concurso de Danza del Atlántico Norte Codanza y Gran Prix Vladimir Malakhov interpretó y obtuvo premios por Metástasis, Carcinoma y Carmen 21, coreografías creadas para ella por el joven Yoel Rodríguez. Por la última pieza, integrando yo el jurado colateral de la AHS, decidimos otorgarle el premio de la Asociación por el histrionismo y la calidad de su interpretación.

En la reciente edición del Concurso y Gran Prix, Menina nos sorprendió gratamente como coreógrafa: En el jardín de Aranjuez, interpretada junto a Carlos Carbonell, y con la música del conocido Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo, obtuvo uno de los premios colaterales, mientras deja entrever las obsesiones y sueños de esta joven de apenas 24 años.

Su pelo, rizo y rojo, la hace distinguible a simple vista. “No me lo cambio, es mi manera de ser,” me dice. “Me enamoro de una mirada, un gesto y estoy enamorada de la danza. De la danza pero hasta allá…” y extiende la pronunciación de la palabra. “No tengo otra vida, solo esta y a través de la danza es como único siento que desaparezco”.

Fotos: Carlos Rafael y cortesía de la entrevistada

Eres de Caimanera, en Guantánamo. ¿Cómo nace tu interés en la danza?

Caimanera es un municipio donde se respira mucha danza. Quizá la gente, por el encierro que en alguna medida viven allí, tiene la danza como lo que es, un modo de expresión. De este sitio han salido buenos bailarines como Maricel Godoy. Nací así. En mi familia no hay artistas. En la escuela luego llegaron los instructores de arte, pero yo siempre estaba en mi paso de escalera, montando coreografías, haciendo ejercicios…

“Llegué a Guantánamo por el maestro Ladislao Navarro, director de Danza Fragmentada, quien me invitó a unos talleres en su compañía. Ahí comenzó todo. Viajaba diariamente de Caimanera a Guantánamo, unos 24 kilómetros… Hasta que me involucré en el mundo profesional, porque soy bailarina empírica, no tuve la suerte de estar en ninguna escuela de arte”.

Llega Médula y el trabajo con el joven coreógrafo Yoel Rodríguez…

Estoy en Danza Fragmentada, al año conozco a Yoel y me invita a fundar Médula, en 2012. Puedo decir que la compañía es lo que yo pude hacer con mis manos. Fue muy bonito el proceso, porque aprendí muchas cosas: Yoel es un súper maestro, me abrí más al mundo, conocí, porque de cierto modo una compañía de veinte años de fundada ya está, digamos, muy establecida, con cosas que tú no puedes romper, y Médula era muy rebelde, muy osada, y yo sentí, junto con Yoel, que paríamos esa compañía.

¿Fue integrando Médula que participas en el Concurso de Danza del Atlántico Norte y Gran Prix Vladimir Malakhov?

El primer Malakhov fue con Metástasis, un dúo de Yoel. No sé si recuerdas que vinieron dos ancianitos del changüí y participaron en la coreografía, fue muy bonito experimentar con ellos, con setenta años bailaban, tenían deseos. Ese tiempo con Médula creamos el método de entrenamiento de la compañía, experimentamos formas de mover el cuerpo… Esa es la estética de Yoel, la estética de lo no bello, prácticamente lo más real.

Luego te vimos subir varias veces al escenario y obtener premios…

Mi primer Gran Prix fue con Carcinoma, en el 2015. Fue un proceso larguísimo, una pieza que llevó nueve meses de preparación, investigando mucho, porque en la vida real quién sabe cómo es el cáncer. Uno ve como se manifiesta en las personas, pero cómo puedes interpretar el cáncer en la danza. Fue un trabajo larguísimo. Incluso tuve que reunirme con médicos, con personas que tuvieron la enfermedad, con sobrevivientes.

¿En el 2016 obtienes lauros con Carmen 21?

Carmen ha sido uno de los procesos más lindos de mi vida. De hecho yo le pedí a Yoel que me la montara; cuando él estaba preparando los clásicos al XXI yo le propuse Carmen. Mucha gente la puede ver como una mujer común, pero para mí Carmen es una mujer interesante. También quería que fuera algo que todo el mundo conociera, pero de una manera diferente.

“Por eso le pedí Carmen y me pasé un año en el proceso del personaje, hasta que un día en la casa me paré delante del espejo y empecé como a envejecer mi cuerpo, y entré en esa experimentación de cómo ponerme vieja y salió, me gustó mucho, mucho… Es una de las sensaciones más lindas. Con ella también gané el Solamente solos, el Ramiro Guerra, la Uneac de Guantánamo me dio el Premio Guamo”

De Médula pasas a Codanza, la compañía de la Maestra Maricel Godoy…

En la vida real me podía morir en Médula, pero los tiempos pasan, hay cosas que cambian, en fin… Entonces decidí irme y vine para Holguín con Maricel. Mi amor con Maricel es viejo, porque siempre he ido y venido, hasta que ya decidí quedarme aquí en su compañía. Luego en la gira europea me enamoré más de Codanza, una de las mejores compañías del país; me gustó la exigencia, su ambición de la mejor forma, el deseo de convertir a Holguín en la capital cubana de la danza, que es una buena ambición.

¿Es exigente Maricel?

Mucho, pero eso es muy bueno. Permite crecer, es lo que te permite levantarte todos los días y decir, tengo que mejorar mi movimiento, interpretar más… Es muy bonito trabajar con Maricel. A mí el clásico me falla mucho, el contemporáneo no tanto, porque va en base de la naturalidad y tus posibilidades, pero lo clásico no, el ballet hay que estudiarlo desde pequeño. Por eso le agradezco mucho a Rosy, la maestra de ballet, por su paciencia, y a Vianki González, que siempre está ahí, llevando la carreta también.

¿En esta edición del Gran Prix nos sorprendes con una coreografía creada e interpretada por ti?

Siempre he tenido ideas coreográficas. Yoel me decía, comienza, pero no me sentía madura como bailarina como para realizar un montaje. Y me quedaba con mis ideas, hasta que hablé con Maricel y me dijo que era una buena idea, que la desarrollara, me apoyó mucho. Así salió En el jardín de Aranjuez.

¿Por qué precisamente este tema: Aranjuez y el conocido concierto de Joaquín Rodrigo?

A mí me gusta más la belleza. Ahora me está gustando. No sé después, porque todo cambia, pero necesitaba la belleza. Es que estoy cansada de que cada vez que me siente en el teatro me llenen de agresividad. Entonces precisaba una caricia al alma, sentirme ligera, tranquila. El público me tiene como una intérprete más dramática, por todos los personajes que he hecho, entonces necesitaba cambiar, ser diferente, crear algo más lírico, más sencillo…

“Me gusta escuchar mucha música clásica, y el Concierto de Aranjuez. Hablando con Maricel me dijo, pero tú sabes de la obra. Supe que la luna de miel con su esposa fue en Aranjuez, después el hijo muere y él le hace el concierto. Por ahí empecé a soñar… y entré en un proceso de esos en los que no dormía, escuchando la música, leyendo…

¿Te sorprendió la aceptación y el premio?

Sí, no esperaba nada. Obtuve el colateral al Mejor diseño escenográfico. Claro que me sorprende, pues por vez primera me atrevo a montar una coreografía. Primeramente que haya pasado a la final y que tenga un premio, sea cual sea, es importante. Si me ha dado un buen resultado eso indica que voy por el buen camino, que puede ser.

¿Crees que un evento como el Malakhov estimula a los jóvenes bailarines y coreógrafos?

Es interesante siempre reunir el talento en un lugar porque te alimentas no solo de Malakhov, también del bailarín de Retazos, de Liliam Padrón… Tristemente no podemos ir a La Habana a ver todo lo que se mueve, entonces es bueno que algo venga aquí, que se reúna todo el mundo, se comparta y ver, nutrirse, en fin… El Malakhov me parece un concurso muy interesante, me duele que sea ahora cada dos años, porque siempre me han gustado esos días de danza, siempre son lindos.

¿Cuánto el cuerpo cambie, sufra, se modifique… en un bailarín?

Sufre mucho. Pero el bailarín tiene que demostrarle al público que lo que hace es fácil. Tienes que hacerlo con sutileza, delicadez o rapidez. El cuerpo del bailarín se transforma desde el entrenamiento y tiene que consagrarse a su cuerpo. Siempre lo digo: me cuido como un gallo fino, tanto como un futbolista. Mi cuerpo es mi instrumento, y entonces hay que entrenarlo, cuidarlo, alimentarlo, descansarlo bien. Pero de que se sufre se sufre.

La interpretación…

Eso es lo que más me gusta de la danza, que a través de un personaje puedo dejar de ser yo, me puedo extrapolar a otro cuerpo, a otro ser, a otro nivel. La interpretación es lo que más exploto porque, como empírica que soy, no me puedo dar muchos lujos técnicamente. Entonces trato de que mi interpretación sea un poco más profunda, por eso estudio mucho.

“En la coreografía El segundo sexo, de Vianki, el personaje me encantó; quizá muchas mujeres se sientan como esa mujer, pero yo no soy esa mujer, en lo particular no lo soy. Esos fueron momentos de encerrarme en mi cuarto, y de cantar, estudiar, ver películas y de hablar con ella y con la otra, con la vecina, ir alimentando el personaje, ir mirándole los rostros a las mujeres en la calle, no sé, ir yo misma dibujando esa agonía; pensé mucho en mi mamá, más que en todo…

¿Qué paradigmas sigues en la escena de la danza?

Mi favorita es la francesa Sylvie Guillem, que está declarada como la mejor bailarina en los últimos 20 años. Es además, intérprete.

¿Hasta dónde quisieras llegar?

Hasta donde me alcance la fuerza.

El Maestro Rubén Rodríguez me decía que el único obstáculo que limita a un bailarín es no ser perseverante, ¿Qué crees tú?

Claro. Es consagrarte a eso, no es llegar a la perfección sino al resultado que buscas. Digamos, tengo que ensayar este movimiento 20 veces porque necesito sentir esa sensación, que mi cuerpo consiguió algo más. Es exigirte cada día. No puedo pararme en un escenario sin saber quién soy, a dónde voy, sin sentirme yo.

“Tengo que estar enamorada, convencida, clara de eso, para que entonces tú como público sientas lo mismo, porque de lo contrario te estoy engañando. Muchas veces nos estamos parando en el escenario a decir cualquier cosa sin base, sin un respaldo atrás, sin ese corazón que es lo que la gente quiere ver, más allá del virtuosismo del bailarín”.

¿Cómo es la Inés María no bailarina?

Es ama de casa. A la no bailarina le gusta leer, escribir poesía, incluso ahora me publicarán tres poemas en una antología de jóvenes escritores guantanameros. Vivo soñando. Mi mamá me dice que me voy a volver loca. Me tomo una cerveza con los amigos, me río, hacemos cuentos y me gusta la piscina, me encanta.

¿Quién es Inés María Preval? ¿Qué es para ti la danza?

Inés María es la persona más simple del mundo. Me enamoro de todo, de una mirada, un gesto, me enamoro del bien y lo estoy de la danza. No tengo otra vida, solo esta y a través de la danza es como único siento que desaparezco. Esa soy yo, una guajira de Caimanera, como dice Maricel. Y la danza, la danza es todo.

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