Rafael González Muñoz, vicepresidente nacional de la Asociación Hermanos Saíz, adoró primero actuar; luego se encantó con la dirección, hasta que se transformó en pasión enorme ver sus obras representadas en la escena.
Por razones de la vida, siendo un «vejigo», Rafael González Muñoz fue a parar a esa parte de la ciudad de Cienfuegos que hoy todos llaman la CEN, porque allí iba a estar enclavada la ansiada Central Electronuclear. Como trabajadora de Salud Pública, mi mamá llegó a trabajar en el policlínico de la zona, mientras mi papá se dedicó a construir la gran quimera que alumbraría el país. Tenía entonces siete años.
«Un lustro después me acerqué al mundo del teatro a través de un proyecto de la Casa de Cultura nombrado Baúl del Trasgo, que dirigía Freddy Emir Tejeda, quien curiosamente había sido maestro también de mi mamá cuando en su juventud formaba parte del movimiento de artistas aficionados. Fue ella quien le dijo: “Aquí te lo entrego, para ver si este muchacho consigue lo que yo no pude”. Este proyecto con el tiempo devino el grupo Teatro de la Fortaleza, que encabeza el dramaturgo Atilio Caballero».
Quiso el destino que el hoy vicepresidente de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y graduado del Instituto Superior de Arte no pudiera presentarse a las pruebas de ingreso de la Escuela Nacional de Arte (ENA). Hubo que operarlo de urgencia, mas ello no enterró su principal anhelo. Por eso en el curso 1999-2000 matriculó en la Escuela de Instructores de Arte donde creó, con la complicidad de sus amigos, Pharos Teatro, al tiempo que encontró en My Clown, dedicado al teatro para niños, una posibilidad de superación.
«My Clown apareció para asegurarme que ese era el mundo que quería para mí. En su seno no solo actué, sino que comencé a escribir mis primeros versos de la mano de un gran amigo, Miguel Pérez Valdés (instructor de arte, teatrista y ya con una obra literaria dirigida a los más pequeños), lo cual me dio más herramientas para aprovechar los diferentes talleres literarios que por aquella época se impartían en Cienfuegos.
«Todo lo anterior fue ocurriendo sin que dejara de realizar mi labor como instructor de teatro. En la primaria Carlos Manuel de Céspedes, en la Casa de Cultura Benjamín Duarte, luego como metodólogo provincial en el Centro Provincial de Casas de Cultura… En 2011, año en que entré al Instituto Superior de Arte (ISA) a estudiar Teatrología y Dramaturgia, empecé como especialista en el Centro Provincial de Artes Escénicas. Realmente no permanecí en esa actividad por mucho tiempo, porque poco después vino el proceso asambleario del 2do. Congreso de la AHS, en el cual salí electo como presidente provincial de la organización».
—¿Es evidente que para esa fecha ya habías descubierto la Asociación?
—Sí, por supuesto. Empecé a relacionarme con ella, si no me equivoco, en 2006 y me hice miembro en 2009. Me acerqué en un momento en que se estaban gestando muchos proyectos que marcaron la labor de la organización en el territorio. Recuerdo la peña Con jugo de tamarindo, centrada por Pharos Teatro, nacida en el barrio de Reina, en las afueras de la ciudad, la cual compartíamos, entre otros amigos, Frank Armando Pérez Aguado, actual presidente de la AHS; Niurbis Santomé Cudeiro, actriz que ahora cursa el 5to. año del ISA, y yo.
«En esa zona, donde ya existía un proyecto de la Uneac con el Centro de Intercambio y Referencia de Iniciativas Comunitarias nombrado Palo y piedra, nosotros también comenzamos a ofrecer nuestras funciones. Es un lugar con mucha magia, colmado de matas de tamarindo, cuyos frutos aprovechábamos para brindarle una bebida refrescante al púbico mientras disfrutaba de las obras que protagonizábamos Frank (Colorete), Niurbis (Chispita) y yo (Pito Pito)… En esa etapa no parábamos ni un segundo; teníamos también, por ejemplo, otra peña (esta de narración oral escénica, idea de Yulki María Mirne) en la sede del Guiñol de Cienfuegos, en el Prado.
«Llevábamos una vida muy activa con My Clown y con Pharos Teatro, participando en los más disímiles eventos, entre estos los muy significativos festivales de Teatro de Camagüey y de La Habana, gracias al empuje de la AHS, que nos facilitaba poder asistir a los diferentes talleres, lo cual era esencial para nuestro crecimiento. Viví experiencias inolvidables y muy fructíferas que se sumaron a las enseñanzas de un maestro como Atilio Caballero, y por haber sido parte del Primer Taller de novísimos directores, que organizaron en Manzanillo el Consejo Nacional de la Artes Escénicas y la Editorial Tablas-Alarcos. Justo después entendí que era esencial entrar en la Universidad de las Artes para poder llenar esos vacíos, resultado de no haberme formado dentro del sistema de enseñanza artística».
—Poco tiempo estuviste conduciendo a los asociados de Cienfuegos, porque del 2do. Congreso saliste como vicepresidente nacional…
—Efectivamente, en ese tiempo me tocó continuar el serio trabajo que venía haciendo la AHS en Cienfuegos, con Antonio Enrique González Rojas al frente, cuyos frutos todavía se recogen, como lo demuestra la Cruzada Artístico-Literaria, que ya cumplió diez años, la obra de un trovador como Nelson Valdés y las fabulosas publicaciones de Reina del Mar Editores, por solo mencionar algunos ejemplos.
«Fue una etapa que me ayudó a crecer, de modo que cuando llegué al Pabellón Cuba, sede nacional de la AHS, traía el conocimiento de cómo funciona la organización en una provincia, lo cual constituye una ayuda enorme a la hora de llevar adelante esta nueva responsabilidad. No ha sido fácil, porque no por ello disminuyó la exigencia del ISA, lo cual agradezco tremendamente. Y eso sin dejar de “obligarme” a escribir.
«Te juro que en ese primer año, que fue de 2013 a 2014, apenas dormí entre mis tareas en la Asociación, los estudios y la creación. Pero valió la pena la felicidad de ver publicados otros títulos además de Por el terraplén, que había sido el primero. Así vieron la luz Federico y María, Un reino medio(ocre) y la antología Las sobras de la Buena Pipa, y otros tres libros de poesía.
«Lo que sí no pude evitar dejar a un lado fue la dirección teatral, porque se me hacía imposible por el mucho tiempo que exige. Ahora la estoy retomando, pero concentrándome solo en monólogos, para lo cual solo necesito ponerme de acuerdo con una actriz o un actor. De hecho, hace poco estrené con Niurbis un texto mío, La cocinerita adorada. Breve historia de Clarita Mazorca, una obra que escribí a partir del clásico La gallinita dorada, y que estará entre las piezas presentes en el Festival de Teatro de Camagüey. Como ves, el reto es trabajar y trabajar en el teatro, la AHS e intentar llevarlo todo a la par».
—Entre la actuación, la dirección y la escritura, ¿qué prefieres?
—Mira, es por etapas… En un momento determinado adoré actuar, sobre todo en los inicios. Luego, cuando entré al ISA a estudiar Teatrología, me encantó la labor de dirección. Estaba convencido de que esta me aportaría herramientas de investigación que serían muy útiles a la hora de enfrentar procesos de montaje. Sin embargo, quedé fascinado cuando descubrí la dramaturgia y la maravilla de la escritura, especialmente cuando ves las obras materializadas en la escena.
«He tenido la suerte de que de las tres piezas que he publicado, dos ya se han representado, en este caso por el grupo Cañasanta, que eligió Federico y María y Un reino medio(ocre). En estos momentos Teatro de la Proa trabaja en el montaje de Medea en el jardín, mi tesis de graduación, que se hizo posible en buena medida por la confianza que depositó en mí la maestra Raquel Carrió. Medea en el jardín ganó el Premio José Jacinto Milanés (2016), un reconocimiento que me ha hecho muy feliz. Todo parece indicar que son la dramaturgia y la escritura mis mayores pasiones».
—¿Y en qué lugar de tu vida queda la Asociación?
—En uno muy especial, siempre bien cerca del corazón. Esta es de esas organizaciones en las que estás no por el simple hecho de pertenecer, sino de las que te marcan y te señalan un antes y un después. En ella he encontrado esa verdadera vanguardia a la que hacía referencia Alfredo Guevara, lo cual, que conste, no lo digo como eslogan: esa es la purísima verdad: jóvenes que nacen con el arte en vena.
«Para mí, más allá de mi obra personal, ha significado asumir un enorme compromiso con la obra colectiva de muchos. Es una organización que encontró en “Hermanos Saíz” su denominación ideal. Nosotros todos constituimos una gran hermandad de arte, acción y amor, que ha tomado como símbolo, como paradigma, el legado que nos entregaron Sergio y Luis. Una hermandad que intentamos que esté integrada por artistas de corazón que a su vez sean buenos seres humanos, quienes hacen de los eventos y jornadas de programación de la AHS una intensa forma de vida».
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