Margarita Borges lo entrega todo a manos llenas: la amistad, el corazón, la escritura. A pesar de la distancia, los hilos conectores que la unen a otros muchos escritores de toda la Isla se mantienen vivos. Algunos, quizás, no conozcan la polifonía de sus registros de creación. Algunos, quizás, prefieran encasillar su imagen en el volumen que perfectamente se amolda a ella: la dramaturgia.
Sin embargo, Margarita Borges cree en las múltiples caras del arte. Silenciosa y artesana, desde Santiago de Cuba cimienta su vida y obra. Ella escribe para sentirse viva y, de alguna manera, para permitir que nosotros, también, nos sintamos vivos al leerla.
¿Cuánto ha crecido la dramaturga que eres desde tu graduación en la Universidad de las Artes (ISA)? ¿Cuáles son las mejores experiencias de tu formación?
Bueno, en el ISA tenía un rigor de escritura: tú lo conoces, dos obras por semestre en 2do. y 3er. año, después una por semestre en 4to. y finalmente el Trabajo de diploma en 5to. del que siento añoranza de cierta forma pues estaba obligada a escribir y entregar la carpeta en tiempo… Increíble, pero aquello que temía mucho antes de entrar en el seminario de Dramaturgia y que me hizo optar por Teatrología primero, y me refiero a escribir teatro no por inspiración sino por disciplina, por encargo y por compromiso —en primer lugar conmigo misma— se convirtió en lo cotidiano, indispensable, en mi necesidad de vencer cada año con mejores resultados, de vivir y morir en la biblioteca que fue y sigue siendo mi lugar favorito en el Instituto, de crecer en cada obra, de superar el conflicto del display en blanco y el cursor intermitente.
“Todo eso hasta llegar a la meta de la graduación y del Título de Oro, que más allá de denotar ese punto de partida, para mí connotó las palabras, los secretos, los gritos y los silencios de las historias vividas o no que recreé en cada obra mía de esa etapa: Relationships, City life o Experiencias cercanas a la muerte, El infierno de las putas, Enfermos, K-lentamiento… Graduarme representó empezar de cero, salir de la deliciosa burbuja, del estrecho capullo en el que se convierte la estancia en cualquier lugar que sabes no va a pertenecerte por más tiempo pero que fue, sin duda, placenta y ombligo.
“Y después han pasado cosas. He escrito, he continuado publicando, finalmente encontré un grupo de teatro donde estar y trabajar. En Santiago de Cuba: mi primera casa. La experiencia como asesora dramática del grupo de teatro Macubá desde 2017 me ha permitido crecer mucho como dramaturga y como persona, intercambiar con actrices y actores, y ser parte de procesos de trabajo interesantes”.
En tu registro como creadora combinas el teatro, la promoción, la poesía. Podríamos denominarte una autora polifacética. ¿Crees que la creación tiene diferentes rostros y formas de manifestación o es al final una misma cara dividida en diferentes aristas?
Creo que cuando somos artistas tenemos la necesidad de explorarnos por dentro y por fuera lo que significa trabajar, trabajar mucho, pero desde el disfrute y la felicidad, porque para mí el arte se asocia al placer aunque soy consciente y he vivido muchas veces la angustia de producirlo, el proceso agónico de un verso que no sale, o de un personaje que no logro escuchar…
“Escribo poesía por puro placer desde que tenía ocho años. Sin embargo lo que más he publicado es teatro. Muchas personas no me asocian con la poesía porque solo de vez en cuando me atrevo a leer mis poemas en público, cuando un amigo me invita a su tertulia. En realidad no mando mis cuadernos a muchos concursos. Siempre he escrito una poesía íntima. Llegar a exponerla me cuesta bastante. La mayoría de mis poemas permanecerán inéditos. También, pero en menor medida, he escrito reseñas críticas de libros y puestas, pero sin considerarme una promotora: ha sido trabajo circunstancial.
¿Ha cambiado tu mirada a la escritura desde que eres mamá?
Totalmente. He editado y censurado todo lo que he mandado a editoriales después de tener a mi bebé sabiendo que no va a leerme hasta que crezca. Me siento responsable y comprometida con su formación literaria y cultural y con la imagen que tenga de mí.
Como creadores, todos tenemos temores y esperanzas, ¿cuáles son los tuyos?
Una vez escribí un poema que dice: Lo peor que le puede pasar a alguien que escribe es demorarse. Me da miedo no tener suficiente tiempo.
Para ti, ¿de qué no debe carecer un creador?
De humildad.
A lo largo de tu carrera, te has inclinado en ocasiones hacia la dirección de lecturas dramatizadas e, incluso has montado una de tus obras, ¿has pensado en concretar esa vocación con alguna puesta en escena de otros dramaturgos? Si fuese así, ¿qué obras de jóvenes dramaturgos contemporáneos te gustaría dirigir?
Es posible que en algún momento de mi vida emprenda ese proyecto, pero por ahora quiero dedicarle todo el tiempo que pueda a la escritura. Respeto mucho a los directores, sobre todo a los que consiguen mantener en pie un grupo por muchos años. Pero ya que lo preguntas, me gustaría montar algo de nuestro amigo Roberto Viña. (Risas)
¿Cuál es el mayor desafío para el dramaturgo joven en estos tiempos?
La originalidad, la autenticidad, la veracidad…
En el 2011, tu obra Comida para peces fue llevada al cine por el director chileno Antonio Caro, ¿cómo adaptar el lenguaje de una obra teatral a las dinámicas de la gran pantalla?
Fue un largo y duro proceso. Imagínate, llevar más de 30 páginas a nueve, porque lo que se hizo fue un cortometraje. Para mí fue un ejercicio dramatúrgico muy serio y un reto personal, ya que de un lenguaje a otro todo cambia, empezando por el formato en el que se escriben los guiones de cine. Descubrí aristas de mis personajes viendo el trabajo de los actores, sobre todo la construcción de personaje que hizo Mario Guerra. Terminé agradeciendo mucho ese trabajo en equipo. En él aprendí a moverme en otras aguas y he repetido la experiencia de desdoblarme en guionista, aunque no se hayan materializado mis guiones posteriores. (Risas)
En la actualidad, eres una de las máximas impulsoras de la Jornada de Teatro Joven Repique por Mafifa, ¿cómo nace la idea y cómo llega a concretarse? ¿Qué miradas hacia el futuro proyectas con estos encuentros anuales?
Llego al Macubá meses antes de celebrarse los 25 años del grupo y le propongo a la maestra Fátima Patterson realizar una jornada de lecturas dramatizadas a propósito de la fecha. Ella enseguida aceptó y así fue cómo nació. Con la organización creció el programa y de pronto teníamos en las manos un evento que ameritaba ser bautizado con nombre de mujer, y Mafifa no solo es un símbolo para el grupo, sino que viene a conceptualizar la intención del evento de no perder los vínculos con lo tradicional y lo popular de nuestro teatro, por más joven que sea.
“En la segunda edición trabajé con Frank Lahera, un joven diseñador de gran talento que produjo el logo y el cartel. Le dedicamos la segunda edición a la figura teatral de José Martí en el aniversario 165 de su natalicio y logramos aunar estéticas diversas de grupos como La guerrilla del Golem, Calibán Teatro, Gestus y Macubá en diálogo con proyectos de experimentación escénica de la Asociación Hermanos Saíz como Fractura”.
¿Qué te han ofrecido como creadora las dos ciudades donde has cimentado tu vida: Santiago y La Habana?
Relaciones, espacios, energías, vivencias, recuerdos…
El arte sana heridas y también abre otras, ¿cuál es el proceso que prima en ti?
Me sana. Mi arte me sana, siempre me salva al final. Convierte lo malo en bueno. Hace que mis errores hayan valido la pena.
Margarita, eres muy joven, aún te queda mucho por soñar pero, actualmente, ¿cuáles son esos sueños que te mueven?
Mi hijo, mi hogar, escribir y tener tiempo para vivir… y seguir escribiendo, para sentirme viva.
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