Hay libros que son mitos dentro de la literatura de un país, obras fundacionales en el corpus de una nación: Casa que no existía, poemario escrito por Lina de Feria (Santiago de Cuba, 1945) cuando apenas sobrepasaba los 22 años, es uno de esas obras parteaguas de un momento histórico y de una generación poética. Se trata de un cuaderno que irradia una multiplicidad de emanaciones y afluentes entre las más jóvenes generaciones de escritores cubanos a más de medio siglo de publicado.
Casa que no existía recibió el primer Premio David de Poesía, en 1967, compartido con otro poemario mítico: Cabeza de zanahoria, de Luis Rogelio Nogueras, con un jurado integrado por Luis Marré, Heberto Padilla y Manuel Díaz Martínez; celebrando el pasado 2017 sus primeros y atendibles 50 años en el panorama de las letras nacionales.
Al revisar buena parte de la crítica relacionada a la obra poética de Lina de Feria, vemos cómo se torna presente este poemario inaugural. Cuando se escribe, sobre todo el conjunto de su poesía —amplio, por cierto—, a pesar de los años en que su obra no apareció en los planes editoriales, o sobre un bloque menos amplio, incluso sobre un cuaderno breve, Casa que no existía sale a relucir como el punto de partida de una solidez poco frecuente en quien desanda sus primeros pasos en la creación poética, una solidez que identifica, actualmente, una de las voces más interesantes del panorama literario cubano.
Efraín Rodríguez Santana en el prólogo que acompaña País sin abedules (Ediciones Unión en 2003), asegura 35 años después de publicado el poemario, que Casa que no existía “es de una madurez tal que gravitará en toda su poesía y marcará desde el inicio sus derroteros temáticos y estilísticos”. En tanto para el reconocido crítico Enrique Saínz, en el propio año de publicación el poemario mostró la “diferencia de su palabra, una voz otra en el contexto literario de aquellos años, con preocupaciones y búsquedas distintas, aunque sin desentenderse de los aportes del conversacionalismo”.
Mientras César López, en las palabras que prologan Absolución del amor (Ediciones Unión, 2005) ofrece entre las posibles claves para la lectura del cuaderno atender cuidadosamente a elementos como “la pérdida” y “lo perdido”, aquello que estuvo y ahora irremediablemente ha desaparecido como recuerdos de otra época, en lo que se asemeja, por ejemplo, al movimiento del feeling, tan cercano a la joven creación entonces y relacionado a nombres imprescindibles como Marta Valdés, Ella O´Farril y Pablo Milanés, y a los jóvenes nucleados alrededor de Ediciones El Puente.
El autor de Quiebra de la perfección apunta, además, rasgos de importancia no solo para comprender a la autora sino para analizar los rumbos del panorama poético cubano, entre ellos la “proyección de lo femenino oprimido”, el uso de “precisos referentes urbanos”, y la atmósfera “discretamente surrealista” que refleja Lina de Feria en sus poemas. El texto con el cual abre el cuaderno iniciático es muestra palpable de lo que se refiere César López en sus palabras:
“han tomado mi casa/ uno tras otro llegan venciendo su eternidad/ que les parece un obstáculo cercano y fácil/ me faltan el respeto y entran/ tirando al suelo máquina libros cigarros/ cuadros que conservaba. Los afiches/ todo desaparece/ todo es mi madre y su tiza de la Superior/ maggie conrado Úrsula/ mi ejército de la infancia/ mi tropa para huir a la loma del burro/ la soldadesca pura/ ha entrado junto a mí/ y esta casa ya no es mía/ luego se van con sus trajes absurdos/ se va el flaco habitante de la memoria/ rompiendo el blanco perdurar de los papeles/ para dejarme tirado en mi actual tamaño/ sujeto a un tiempo que no existe”.
Esta preocupación, la angustia y la lucha, comunes en la obra de Lina, serán también identificadas por Enrique Saínz al revisar su obra poética, cuando advierte un “caos de imágenes, recuerdos y angustias” en sus textos. Vinculando la aprehensión poética de la angustia y la percepción surrealista de la vivencia y la cotidianidad apuntadas por César López, Saínz descubre en los versos de Lina una “experiencia de lo irrealizable”, en “gradual reelaboración de sus temas capitales, entre ellos, el de la soledad, acaso el más relevante de su poética”:
“cuando mi vejez detenga el tiempo cargado de una brisa/ que haya perdido el espíritu que conmueve las hojas/ que arrasa la sequedad de los depósitos vacíos/ todo será real para entonces/ no seré el pedazo húmedo que espera sin descanso la llegada del joven dominguero/ (ese que acude a la cita convencional/ con el traje lleno de flores silvestres)/ más bien seré como los cuerpos imprecisos/ con el amarillento significado de un libro cualquiera/ tal vez Alicia en el país de las ilusiones/ un buen hombre apegado al gentío/ que conoce el peligro de las calles/ cuando los automóviles destrozan el viento/ llevaré el pecho roído por tanto cadáveres y memorias/ mi cabeza en tus hombros imaginarios vestidos de milicia/ yo corriendo por una calle para encontrarse en la feria/ las tardes de las primeras audacias/ cuando mi vejez detenga el tiempo/ estas cosas serán como recuerdos o crímenes/ la gran puerta amor mío para la resignación”.
Al prologar A mansalva de los años, segundo poemario de Lina de Feria, aparecido más de veinte años después de Casa que no existía y merecedor del Premio de la Crítica en 1991, José Prats Sariol advierte también la soledad como sentido de búsqueda interior, de reconocimiento por las inciertas materias espirituales en busca de la autenticidad.
Mientras Arturo Arango, al reseñar A mansalva de los años, propone como una de las lecturas posibles la “dialéctica entre el individuo y la historia”, o sea, la forma agónica, vital, incluso natural, propia de los cubanos de hacer historia cada día como parte de una cotidianidad visceral. Todo dentro de una “ética humanista” que viene a abarcar su poética. La escritora, merecedora en varias ocasiones del Premio de la Crítica, escribe en uno de los poemas de Casa que no existía:
“ha vendido sus cartas. ha quemado/ sus naves menores/ la familia se largó de Cuba/ dejándolo con su cinto viejo/ y los libros más políticos/ el techo se mira y es un puntal tan alto/ la casa está tan justamente sola/ el desayuno tan contrario a toda maternidad/ la firmeza no se explica en una cuartilla/ y el arte poética/ quede en su mirada de búfalo”.
Más tarde, al introducir De los fuegos concéntricos, el propio Arango identifica tres perspectivas diferentes de escritura: el discurso conceptual, filosófico, desnudo de la misma; las visiones delirantes, surreales, de violentas rupturas lógicas o imágenes de visualidad enloquecida y la cotidianidad como definición de un ser humano concreto, dueño de un pasado y de una vida cuya dolorosa biografía trascurre a lo largo de los poemas.
Sirva el aniversario 50 de un libro medular, constantemente citado y reverenciado por los escritores jóvenes, para repasar y acercarnos a la obra de Lina de Feria y sirva la fecha, además, para movernos el pensamiento y la razón sobre su justo lugar, y el de su autora, en la literatura cubana de todos los tiempos.
¿Qué otros escritores suscitan semejante interés en nuestras letras? ¿Cuántos han sido capaces de sustentar “a mansalva de los años” y los vaivenes de la existencia, una obra sólida, original, imantadora, como la de Lina? Ella mismo lo aseguró en una entrevista a propósito de la entrega del Premio Maestro de Juventudes de la Asociación Hermanos Saíz:
“He ahí, creo, un logro amplio a destacar. Haber conseguido un estilo propio. Y una obra propia”. Pienso también en un Delfín Prats que desde Holguín aflora todavía, en una especie de ostracismo sincero y natural, semejantes iridiscencias en las nuevas generaciones de poetas, aunque muchos sigamos esperando nuevos versos del autor de Lenguaje de mudos, poemario que este año arriba a su cincuenta aniversario. Y además, en una hornada de importantes autores que hoy viven más allá de las aguas territoriales de esta isla”.
Con el cariño y la admiración que le profeso a Lina de Feria me hago la misma pregunta que Jorge Ángel Hernández en su artículo Casa que no existía y las aproximaciones críticas a la poética de Lina de Feria: “¿Cuándo insertaremos el nombre de su autora en la prestigiosa lista de los Premios Nacionales de Literatura?”.
El tiempo pasa inexorable y el silencio parece ser la única pero no válida respuesta: no debe serlo, Lina de Feria abre las puertas de aquella casa fundacional e inscribe su nombre en las letras cubanas con el mismo ímpetu y la misma fuerza centrífuga de su obra lírica.
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