A pesar de sus casi 130 años de vida, La Edad de Oro mantiene su frescura, belleza y vigencia, pues habla a los niños en el lenguaje universal que no conoce tiempos ni distancias. Sigue cumpliendo con ese propósito por la cual fue concebida “una revista de literatura infantil amena y educativa, con lenguaje poético que despertara el interés y la imaginación de un lector tan especialâ€.
Fue en julio de 1889 que salió por vez primera la publicación escrita en Nueva York para los niños y niñas de América Latina, y desde entonces, estuvo caracterizada por su excelencia y delicadeza. Aun cuando ha trascendido más de un siglo sigue teniendo una utilidad impecable y duradera, esa que emerge de la virtud de su autor: José MartÃ.
Al inicio de la revista, que tenÃa 32 páginas con impresionantes grabados e ilustraciones, el Maestro decÃa: “…Este periódico se publica para conversar una vez al mes, como buenos amigos…â€. Durante los meses de agosto, septiembre y octubre de ese año continúo la divulgación, apenas cuatro números, pues el editor, es decir, quien pagaba los gastos, querÃa que Martà les hablara a los niños sobre el temor a Dios, y este se negó.
La Edad de Oro es una nueva forma de instruir a los niños. Su objetivo era sin dudas mostrarle de forma clara y precisa el mundo en que vivÃan. Fue escrita como “para que la leyesen los colibrÃes si supiesen leerâ€, y toda la revista es una aplicación del concepto martiano de que el niño no debe aprender de memoria sin preguntar porqué, sino que ha de razonar y comprar en la práctica lo que se le dice.
Entonces esos textos —entre los que se encuentran cuentos, ensayos y poesÃas— muestran el humanismo e idealismo martianos. La universalidad de los valores humanos nos llega mediante el amplio espectro de temas y épocas tratadas. En La Edad de Oro escribÃa con palabras claras acerca del mundo que rodea a los pequeños y supieran cómo se vivÃa antes y hoy en América y las demás tierras.
Orientaba por el camino de la sabidurÃa en cada página y manifestaba la voluntad por el sentimiento de pertenencia hacia la tierra donde se nace y está presente el deseo de inculcar valores morales, amor y ansias de justicia en las nuevas generaciones. Y lo hace porque Martà quiere crear hombres de criterio, independientes, con firmeza, que conozcan la fuerza del mundo y hagan por su patria y la humanidad entera.
Esos valores se apreciaban en los gestos de Pilar de regalar a la niña enferma los zapaticos de rosa y de Bebé de obsequiar a su primo Raúl, la espada nueva del señor Don Pomposo; se alegraba con la victoria de Meñique sobre contrincantes más fuertes, y acompañaban a la inquieta Ardilla que ponÃa en su justo lugar a la vanidosa montaña; también viajaron al paÃs de los anamitas.
Está la sorprendente historia de BolÃvar, de Venezuela; San MartÃn, del RÃo de la Plata; e Hidalgo, de México en Los tres héroes, donde resaltaban los valores de la triada de héroes latinoamericanos y sus ansias de luchar por la libertad. Pero también describe de forma inigualable las ciudades desaparecidas de América indÃgena en Las ruinas indias.
En 1905, La Edad de Oro aparece en forma de libro; y a partir de ese momento muchas han sido las ediciones realizadas. Se trata de una obra que es parte fundamental del caudal pedagógico martiano. Sus avanzadas concepciones sobre la educación cientÃfica, la escuela, el maestro y la combinación del estudio y el trabajo son complementados con el aporte educacional que presenta la obra sin perder las caracterÃsticas que la ubican dentro de la literatura infantil.
No debe existir un niño cubano y también de América que no haya leÃdo La Edad de Oro. Quienes la lean debe grabar en su memoria el último párrafo de ella: “…lo que queremos es que los niños sean felices, como los hermanitos de nuestro grabado, y que alguna vez nos encuentra un niño de América por el mundo nos apriete mucho la mano, como un amigo viejo, y diga donde todo el mundo lo oiga: ¡Este hombre de La Edad de Oro fue mi amigo…!â€.
Cuando apareció por vez primera La Edad de Oro, Enrique José Varona —uno de los intelectuales de la Isla más influyentes en los finales del siglo XIX: “Es un periódico para los pequeños, que merece toda la atención de los grandesâ€. Ese mismo precepto nos sigue acompañando hoy.
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