Para mi generación, Fito Páez es casi un dios tardÃo, no un dios impoluto, sino uno mucho más desconcertante, que escuchábamos alelados como si debajo de nuestros pies se abriera la tierra y al lado del camino una voz rÃspida, trashumante, con olor a cigarro y alcohol, nos dijera que sÃ, que a estas alturas del partido no todo estaba perdido.
Más afectiva que epocal, y a la deriva entre finales del siglo e inicios del nuevo milenio, mi generación confió en Fito Páez y su aliento sureño y descabezado, donde el folclore y la canción latinoamericana (Mercedes Sola, VÃctor Jara, Violeta Parra), de la que bebió como integrante de la llamada trova rosarina, se mezclaba con los sonidos rockeros del piano y la guitarra eléctrica que conocimos en otros importantes músicos argentinos como Juan Carlos Baglietto, Charly GarcÃa, Andrés Calamaro, Luis Alberto Spinetta, Gustavo Cerati, Litto Nebia, León Gieco, Gustavo Santaolalla y Pedro Aznar.
Nosotros, que escuchábamos a Silvio, Pablo y Noel, pero también a Sabina, el otro dios tutelar, Serrat, Aute, Ana Belén, Caetano Veloso…, percibimos que su música se esparcÃa y cobraba resonancias en la obra de muchos compositores cubanos, y principalmente, en la llamada generación de los topos: Santiago Feliú, Carlos Varela, Frank Delgado y Gerardo Alfonso.
Ahora que Fito cierra el Festival Internacional de Cine de Gibara, recuerdo como nos pasábamos sus discos, como si diéramos algo preciado, y además, como coreábamos en improvisadas reuniones de amigos, donde su música era la banda sonora perfecta, aquellos temas que ahora el argentino desgranó en el escenario: Un vestido y un amor, Giros, Mariposa Tecknicolor, 11 y 6, Al lado del camino, Ciudad de pobres corazones, Dar es dar, y claro, el insustituible himno Yo vengo a ofrecer mi corazón.
Pienso en los amigos esparcidos por varios paÃses que hubieran dado cualquier cosa por estar en la Plaza da Silva y corear los temas de un Fito enérgico, improvisador y vital. En aquel que me dice: acuérdate de mà cuando Fito cante Al lado del camino, y en aquellos que han venido de varias provincias solo por verlo cantar en vivo.
¿Cómo describir con inmediatez periodÃstica algo que parte de la emoción? Aquello que uno sabe, sino irrepetible, al menos sà único, pues en Gibara y en Festival nada es imposible.
Fito, el autor de 21 álbumes de estudio, cuatro en directo y 12 recopilatorios, el ganador de cinco Grammy Latinos, y uno de los más importantes y premiados exponentes del rock argentino, estaba allÃ, a unos metros de todos nosotros: subió al escenario, lo vimos pegarse al piano y destripar notas: “Esta canción es para el Santà Feliúâ€, y junto a Haydée Milanés tiramos el Cable a tierra en uno de los hitos de su música.
Luego vino un “tangazo†y después Desarma y sangra, “una de las canciones más bellas que se hayan escritoâ€, casualmente por otro argentino, Charly GarcÃa. Junto a Pancho Céspedes, Fito nos recordó que El breve espacio en que no estás, de Pablo Milanés, es la “canción de amor más hermosa que se ha escrito en la historiaâ€, y Sueño con serpientes, de Silvio RodrÃguez, “una manera de mirar la época y el tiempoâ€.
Después de Giros, Fito invitó a Cimafunk a que cantara Yo vengo a ofrecer mi corazón. Del público le pedÃan a gritos Al lado del camino… Los muchachos de Nube roja lo acompañaron en los temas Circo beat, Dar es dar, Ciudad de pobres corazones, y otro himno, Mariposa tecknicolor, ese que estaba dejando para un final que el público pedÃa distender.
Pero el final del concierto se acercaba y Fito pidió a Kelvis Ochoa, Haydée y Cimafunk cantar juntos Y dale alegrÃa, ese tema que pide: “Dale alegrÃa, alegrÃa a mi corazón, es lo único que te pido, al menos hoy. Dale alegrÃa, alegrÃa a mi corazón…â€. Del público seguÃan pidiéndole Al lado del camino…
Fito se despidió, dejándonos alelados, hipnotizados, sin haber comprendido bien lo que allà ocurrÃa, pero sabiendo que aquello fue real y palpable: Fito Páez cantó en Gibara para todos nosotros…
Pero el público le pedÃa otro tema: otra de sus canciones descabezadas y descorazonadas… Y el músico y director argentino, agradecido, volvió al escenario, se sentó al piano, desgranó unas notas, y el público supo: “Esta canción la escribà cuando creà en la palabra, pero cada vez creo menos en las palabras y más en el polvo, los abrazos, el amor…â€.
Entonces Al lado del camino se esparció por aquella noche gibareña con olor a mar y esperanza.
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