Por: José Aurelio Paz
Primero quiero agradecer la idea de que este coloquio pueda convertirse, y de hecho ya lo hace, en antesala al reconocimiento de una labor difÃcil y casi inexistente en el paÃs, a mi modo de ver, como es el ejercicio de la crÃtica cultural, muchas veces ninguneado en nuestros medios de prensa e, incluso, subvalorado por nosotros mismos, entre otros géneros, en concursos y certámenes.Â
Con el respeto de sus organizadores, dada la premura con que fui avisado del tema, voy a hacer algunas variaciones sobre un fenómeno contemporáneo que puede arrojar, también, luces en cuanto a qué debe y qué no ser la crÃtica cultural, qué tenemos y de qué se carece, sin entrar en el tema de la memoria, el cual, desmemoriado como soy, entraña una seria y larga investigación que venga desde nuestros orÃgenes como Nación hasta nuestros dÃas.
Sin embargo, sà quisiera reseñar algunos momentos del fenómeno apreciativo de las artes y las letras que pienso, no debemos obviar.
Considero que, en tal sentido, no podemos dejar de señalar Lunes de Revolución, un tabloide surgido juntamente con nuestro proceso social, donde se manifestaron las contradicciones propias de un momento de definiciones de todo tipo en medio de un clima de acoso, interno y externo, sobre el papel del artista o el escritor y su obra, lo cual desembocara en las llamadas “Palabras a los intelectuales†que vinieron a establecer pautas definitorias en la ética más que en la estética.
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Foto: CortesÃa del autor
Después, en un segundo momento, la creación en el año 1966, del tabloide El Caimán Barbudo, que en sus inicios perteneció al diario Juventud Rebelde, vino a suplir las carencias de una crÃtica cultural especializada, aunque luego obtuvo su independencia como publicación en la búsqueda de un público más sectorial.
No debemos soslayar tampoco algunas influencias negativas en algunos de nuestros crÃticos, como el llamado “Realismo socialistaâ€, y también de lo que se conoce como “Quinquenio gris†de la cultura cubana, que tanto daño hizo a la unidad y cohesión de nuestros intelectuales y cuyas consecuencias ya han sido ampliamente debatidas en foros como el de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.
Años después, cabe hacer justicia al mencionar nombres como Rolando Pérez Betancourt, quien ayudó a sensibilizar a los lectores con su análisis de la cinematografÃa mundial desde el periódico Granma y a Soledad Cruz Guerra, quien con su sección “Por el ojo de la agujaâ€, desde el Juventud Rebelde, también como plataforma, vino a conseguir, por primera vez, un debate público capaz de involucrar a artistas y público, a protagonistas y destinatarios, en un amplio ejercicio de opinión penosamente perdido años después en nuestros medios. O el caso aislado de nombres como Joel del RÃo o Rufo Caballero con sus largos y controvertidos comentarios sobre el devenir cultural del paÃs.
En el caso del periódico Invasor, donde crecà como periodista cultural, creamos una sección, “Mirarse al Espejoâ€, donde no pocas controversias tuvieron lugar entre defensores y detractores del fenómeno artÃstico y que también, penosamente, ha quedado extraviada en el olvido.
Bueno, seguramente ustedes me ayudarán a completar la nómina durante el debate.
Sin embargo, ahora quiero darle un giro a la conversación y hablar un poco de las tendencias contemporáneas del periodismo de opinión cultural, en este sentido, a nivel mundial, cuando se observa una tendencia globalizadora, de la cual creo que formamos parte, más dada a la reseña promocional sobre el arte y la literatura que al ejercicio valorativo.
Salvo grandes medios como el New York Times y algunos otros diarios, con sus propias visiones ideológicas del fenómeno cultural, muchos medios promueven espectáculos y eventos, desde una postura de mercado, pero no hacen valoraciones finales de los mismos. Si usted se fija, por ejemplo, en el Nuevo Herald, se promocionan eventos que, rara vez, se complementan, posteriormente, con el ejercicio de la crÃtica.
Y es que el fenómeno de la globalización ha venido a reducir la cultura a lo que se ha dado en llamar “la industria del entretenimientoâ€, como si la cultura tuviera solo la función de entretener y no de educar, obviando, en la mayorÃa de los casos, los valores del arte para reducirlos a la fatua espectacularidad del chisme sobre el artista, cosa que vende, ante un espectador que cada dÃa quiere pensar menos, con toda esa fauna de realitys-show, convertidos en modernos circos romanos; fenómeno del cual no escapamos en Cuba, y que se consume a través del llamado “Paquete semanal†(donde no todo es malo y donde hay para escoger a diferencia de nuestra televisión), lo cual hoy constituye un reto serio para nuestros espacios culturales, desde las salas cinematográficas a la cuales ya casi nadie acude y hasta la propia programación televisiva o el consumo musical. De modo que también somos vÃctimas no de la “industria del entretenimientoâ€, sino de la que yo llamarÃa también “la industria del embobecimientoâ€.
La sociedad editorial que edita anualmente el afamado Diccionario de Oxford acaba de seleccionar, como la palabra del año: postverdad, término que alude al discurso emotivo, ya sea polÃtico o cultural, que provoca la noticia; el viejo axioma de una mentira largamente repetida puede convertirse, para las audiencias, en una verdad que las someta.
Quiero que veamos ahora una muestra, dentro de la televisión española tan dada a lo que llaman ellos “el cotilleoâ€, de cómo se manifiesta, en el caso de la subcultura, el fenómeno de la Postverdad, y que un interesante programa, que viene precisamente en el paquete semanal trata de explicar. El programa se llama “Chester in loveâ€, donde un comunicador de moda en España, Risto Mejide, entrevistador agudo y punzante, interpela a la periodista y escritora Mila Ximénez, quien ha sido capaz de construir sentimientos falsos en torno a noticias, a fin de ganar dinero y audiencias al costo que sea. Estemos atentos, en el diálogo, al momento en que ella confiesa que cuando en el programa no tenÃan nada importante que comentar, los productores y directores le echaban mano a sus propias situaciones, con el propósito de que despedazaran su moral públicamente.
Veamos, y luego podemos reaccionar a este material que, desde el punto de realización televisiva resulta atractivo, incluso al utilizar una cámara en travelling dentro del enmarque visual, que pudiera parecer un defecto televisivo y, sin embargo, está ratificando, de una manera muda, la permanencia, o la prepotencia dirÃa yo, del medio.
Finalmente, quiero decir algunas cosas, todas discutibles, con las que más que pretender marcar pautas, lo que pretendo es inquietarlos y proponerles un ejercicio personal de introspección desde la responsabilidad propia del periodista que se dedica o quiere dedicarse a la crÃtica cultural. Les dejo esta especie de decálogo:
1.- Mi percepción del fenómeno de la crÃtica cultural en nuestros medios masivos es que es casi inexistente, comenzando porque no se prestigian espacios para su desarrollo por parte de los decisores (propongo que para el segundo coloquio se invite a directores de medios, de lo contrario seguimos en la epidemia de la catarsis), y también porque para hacer periodismo cultural, en un escenario tan difÃcil como el actual, en que conviven una cultura oficial con otra a veces más fuerte (no dirÃa subterránea porque está a la vista de todos), me refiero a la llamada cultura de la memory flash, para no aludir, además, a la homogeneizadora de las redes sociales, hay que tener un espÃritu casi de kamikaze y la voluntad, no de buscarse problemas con los escritores y los artistas, sino con la obra que emana de ellos, sin esperar necesariamente una especialización excelsa, sino que se construya sobre los propios andares, equivocándonos y sabiendo que, como bien decÃa Mario Benedetti que “la perfección es una pulida colección de erroresâ€.
2.- A muchas de nuestras instituciones culturales, por no ser absoluto y decir a todas, no les conviene que los periodistas culturales estén bien preparados, para que se limiten en su ejercicio crÃtico y no puedan poner en el punto de mira su ineficacia, marcada muchas veces por una visión burocrática y permisiva. Pareciera, por ejemplo, que la polÃtica cultural en cuanto a la música, uno de nuestros principales reservorios identitarios, la dictan los DJ y las instalaciones turÃsticas y gastronómicas en casi su totalidad, sin que nadie ponga coto.
3.- Volviendo al tema de la postverdad, ¿seremos capaces no de manipular las emociones, sino de provocarlas honestamente desde la sensibilidad y la creatividad, desde el lirismo de un lenguaje que no tiene por qué divorciarse de la literatura, el compromiso y la fidelidad a la vocación que escogimos?
4.- En cuanto al tema de las tecnologÃas, a veces se convierten en un sÃmbolo de pobreza material, pero sobre todo espiritual. En las favelas de Brasil no hay alcantarillas ni agua potable, pero usted las mira en las laderas de las montañas y lo que ve es una nube de antenas parabólicas. Mucha gente en nuestro paÃs prefiere tener un celular (porque ya no tener un móvil es sinónimo de descrédito social) que comer o vestirse. Y penosamente tenemos que decirlo, muchos de nuestros periodistas llegan a nuestras redacciones y corren a abrir su Facebook, sitio donde se cumple fácilmente y falsamente el sueño de Roberto Carlos cuando pedÃa querer tener un millón de “amigosâ€, y, sin embargo, no son capaces de leerse un libro al mes. De manera que, robándole la frase al doctor Luis Ãlvarez, “queridos amiguitosâ€, dominemos las tecnologÃas a nuestro favor, mas no nos dejemos dominar por las tecnologÃas.
5.- Nuestra prensa, a pesar de intentos, sigue siendo terriblemente aburrida. En nuestra vida diaria somos cumbancheros, dicharacheros, cargados de buen humor y fina ironÃa. Cuando escribimos en los medios somos más flemáticos y estirados que los mismÃsimos ingleses que tomaron La Habana hace ya varios siglos.
6.- Soy de los pocos que han defendido, y defienden, que a nuestra prensa cultural le falta un una pizca de farándula culta, que aproveche, a su favor, el morbo del cubano, descubriendo aristas interesantes de los personajes que entrevistamos, para que la gente no tenga que irse a los programas internacionales de peor factura, dentro de esa “industria del embobecimientoâ€, a saciar la sed de lo que le falta en casa, cuando todos queremos ser “educativos†a ultranza, mediante un maniqueÃsmo que ya traspasa los lÃmites permisibles hasta llegar a la saturación del lector, oyente y/o televidente.
7.- Hay que acabar de romper esos absurdos cánones de prÃncipes y plebeyos entre la crÃtica que se hace en medios especializados para un público especÃfico y la hecha desde el diarismo, con su premura y sus manquedades, y que lidia con todo tipo de público, lo cual logra dividirnos, al querer defender los mismos propósitos, convirtiéndonos, de manera voluntaria, en una “manada de tontosâ€.
8.- Se necesita usar, en el comentario cultural, con mayor frecuencia, el látigo al riesgo y el dolor que implica siempre otorgar un golpe, hoy que, con los cascabeles de la complacencia se andan tejiendo arneses.
9.- El periodismo cultural, como discurso crÃtico, está llamado a hacer estudios de consumo cultural, propiciando procesos de participación, construyéndose desde el escalpelo que corta, con exactitud, en un afán de validez intransferible e innegociable, frente a la parte perversa del fenómeno de la globalización, como el culto a la banalidad y a lo superfluo.
Y por último:
El tÃtulo de esta conversación tenÃa una segunda parte: el futuro. ¡Mira que venir a cogerme a mà de pitoniso o gurú! El futuro está sentado ahÃ. Mi mayor deseo es que la mayorÃa de ustedes, en el coloquio número diez, junto a otros jóvenes periodistas, estén en esas mismas lunetas, debatiendo lo ganado y recordando con cariño, este primer amor, este primer intento por rescatar de la abulia la crÃtica cultural cubana. También Benedetti sentenciaba: “Las modas pasan, los escombros quedanâ€. Ojalá que sobre las modas y los modos, o sobre las ruinas que hoy tenemos, logremos construir el edificio permanente del alma cubana. ¡Ojalá!
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Todo un privilegio compartir con José Aurelio Paz, cuyo espÃritu- entre desenfadado y sapiente- ya quisieran muchos poseer. Por aquello de abolir «las rutinas productivas» y convertirlas en procesos creativos, y otras interesantes anécdotas, valió la pena dialogar y nutrirnos de sus muchas experiencias durante Primer Coloquio de Periodismo Cultural en Camaguey.