Jorge Fornet desnuda El 71 (II)

El martes de la segunda semana de cada mes, el patio de la sede de la AHS de Villa Clara acoge el espacio de debate La Caldera. Recientemente fue invitado Jorge Fornet, investigador y crítico literario, miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua y autor de El 71, anatomía de una crisis. En nuestro sitio reproducimos, en dos partes, una entrevista que allí le fuera realizada.

Ambrosio Fornet en El Quinquenio Gris: revisitando el término escribe que en el pavonato «los nexos de continuidad habían sido cuidadosamente rotos o reducidos al mínimo», y que fue «un intento de (…) despojar del poder a aquellos grupos que hasta entonces habían impuesto su predominio en el campo de la cultura». Sobre esto te hago dos preguntas: ¿Cómo podemos entender este hecho de subordinar la vanguardia artística de la Revolución a una burocracia política que nada sabía y, en muchos casos, nada tenía en común con el arte? ¿Precipitaba la Revolución, sobre la base de la lógica de fortaleza sitiada, la ruptura definitiva entre la vanguardia intelectual y la vanguardia política?

Empiezo por el final. Yo creo, y lo han dicho también varios especialistas, que la ruptura se iba a producir de todos modos. Es decir, desde antes había síntomas de un distanciamiento cada vez mayor que tuvo que ver por una parte con la radicalización de la Revolución.

En este sentido, hay un fenómeno que yo creo que contribuyó a acelerar el proceso. Muchos de los intérpretes de las Revolución cubana en los 60, los que escribieron los libros importantes sobre ella, eran extranjeros que la propia Cuba había invitado. Tengo la impresión de que es esta una de las limitaciones del proceso cubano. Las críticas debieron salir de la propia Cuba y de su propia intelectualidad.

Aquí hay una especie de relación interesada entre los intelectuales extranjeros y la Revolución. A muchos se les dio una visibilidad que no tenían, y luego la aprovecharon para oponerse a la Revolución. O sea, fue un vínculo extraño que creo que ayudó a provocar la ruptura. El mismo Vargas Llosa decía que tarde o temprano habría ocurrido. Padilla no fue quién determinó lo que iba a ocurrir, pero fue un catalizador, y sin duda le dio un giro particular a los hechos.

Si se busca antes de la realización del Congreso quién dirigía las editoriales, galerías, las instituciones culturales, se notará que eran creadores o funcionarios, pero funcionarios valiosos. La cultura no tiene que dirigirla, necesariamente, esos que llamamos creadores, intelectuales, sino personas con una sensibilidad particular, con un apoyo a la creación, a la libertad de pensamiento. Pero ocurrió que luego de la fecha, esta función comenzó a desempeñarla otro tipo de personajes, normalmente más mediocres, la mayor parte de ellos ni se recuerda.

Creo que es Pierre Bourdieu quien dice que en el campo cultural hay una regla inviolable: mientras más bajo está alguien en el reconocimiento de los colegas, mientras menos capital simbólico tiene, más frágil es y, por tanto, más subordinado a ciertos mecanismos de control que están fuera del campo cultural. Entonces, los que pasan a ocupar las posiciones de más poder en ese momento son personas con poco capital simbólico. No quiere decir que no lo tuvieran —algunos de ellos tenían incluso libros publicados, creo que Pavón había ganado un premio de poesía y siguió escribiendo después—, sino que les venía por otro lado.

Cuando uno mira los 60 nota cómo los intelectuales estaban inmersos en el proceso de pensar el país que querían, de teorizar, de debatir, de negociar. Sin embargo, en los 70 todo esto desaparece. Es algo que viene desde el 68, una bola de nieve que estalló en el 71 y llevó a que el dinamismo que los intelectuales habían desplegado, se apagara. ¿Crees que las autoridades, a raíz de todo este proceso, hayan comenzado a recelar de los intelectuales, y que sea esto lo que vemos en el Congreso de Educación y Cultura?

Una vez le escuché a Fernando Martínez Heredia y a Aurelio Alonso que cada vez que aparecía un número de la revista Pensamiento Crítico se recibía en alguna oficina una llamada de la embajada soviética quejándose por las cosas que publicaba, que no tenían nada que ver con la ortodoxia soviética, la cual tenía en Cuba algunos defensores. El hecho de que aquí hayamos vivido bajo el paraguas de la unidad, el hecho de que haya habido una figura tan omnipresente como Fidel, nos hizo perder de vista los miles de matices que habían en medio del camino.

Siempre han existido, me parece, en la Revolución, todas las tendencias, con más poder unas que otras. En los 60 eran muy claramente ubicables: «estos son de Lunes de Revolución, estos son del PSP»; era mucho más visible de dónde venía cada quién y qué postura defendía. A partir del año 71, creo, es que adquiere fuerza y mayor influencia una de ellas, la más ligada al PSP, a la Unión Soviética, a las posturas más ortodoxas.

Padilla fue a los 70 lo que PM a los años 60: la punta de lanza de un proceso mucho más grande, en el que se determinaba, entre otras cuestiones, quiénes detentarían el poder cultural y qué noción de cultura sería la predominante. ¿Qué intereses movían las cuerdas detrás del proceso de Padilla? ¿Qué juicio le merece este poeta?

Me parece interesante la lectura de que Padilla sea a los 70 lo que Lunes de Revolución y PM fueron a los 60 porque, efectivamente, podría pensarse «si no meten preso a Padilla nada habría pasado»; pero no, hubiera pasado de todos modos. Es decir, el arresto de Padilla reveló varias cuestiones que ya existían; fue, por tanto, el detonante efectivo para luchas, disputas y enfrentamientos que se venían produciendo ya en la sociedad cubana.

En el caso de PM estaba claro lo que era Lunes de Revolución y lo que era el ICAIC, había una lucha de poderes por quién iba a hacer el cine en Cuba, quién a dominar las pantallas cubanas. En el caso de Padilla me parece mucho más difícil detectar. Te digo: con el paso de los años, la propia Revolución, la unidad a la que se apela, desdibuja un poco las tendencias que están ahí y que no solemos ver. Uno caricaturiza un poco diciendo «los más dogmáticos», «los más liberales», pero no te sabría decir exactamente quiénes estaban detrás de eso.

Sí es sintomático el hecho de que la revista que era el órgano oficial de las fuerzas armadas, Verde Olivo, se metiera en esa discusión. Recuerdo que Alfredo Guevara dijo que esto le parecía bien, porque los que debieron haber cumplido ese papel no lo estaban cumpliendo. Alfredo, una figura a favor de las posiciones menos dogmáticas, reconocía que los intelectuales cubanos tenían el deber de enfrentarse a ciertas posiciones, como las de Dumont, Karol, la de Padilla y no lo hicieron. De todos modos, habría que pensar: ¿por qué los intelectuales revolucionarios cubanos, que habían dicho «dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada» no se sentían en el deber, en la obligación, de cuestionar estas posiciones y por qué entonces la revista de las fuerzas armadas sí lo hizo?

Hay mucha tela por donde cortar. Yo traté de no trabajar demasiado con especulaciones sino con los materiales publicados. No hay nada en mi libro que alguien me dijo, alguien me reveló, en tal archivo encontré tal papel, no. Todo se puede encontrar en bibliotecas. El trabajo era darle una interpretación, pero hay preguntas interesantes para las cuales no tengo respuesta.

En un momento del libro tratas de establecer una similitud entre la actitud de Padilla y una declaración que hizo Sartre en que le parecía que estaba por encima, dijera lo que dijera o hiciese lo que hiciese, sentía que el gobierno francés nunca lo iba a afectar de ninguna manera…

Esta es una anécdota de Sartre, de cuando escribió su famosa carta a favor de la independencia de Argelia, un tema muy caliente en la Francia en aquella época. Algún ministro le dijo a De Gaulle: «Hay que meter preso a Sartre», y su respuesta se hizo célebre: «No se encarcela a Voltaire». Luego yo escribía: «pero Padilla no era Sartre, mucho menos Voltaire, ni Fidel era De Gaulle ni Cuba era Francia».

Sí, Padilla coqueteó con el hecho de que era impune. Incluso decía que la poesía que hacía era lo que más le gustaba de lo que se escribía entonces en los países socialistas, una poesía muy confrontacional y él tenía antecedentes de montones de escritores. O sea, escritores que chocaban abiertamente con el poder, por llamarlo de una manera abstracta. Su pensamiento iba por la línea de «no puedo ser apresado porque será peor, puedo decir lo que quiera». Pero lo detuvieron. Creo que un intelectual tiene derecho a cuestionar ciertas cosas y pagar un precio determinado.

Padilla, no lo que se desató en torno a él, sino la persona de carne y hueso, deja un mal sabor en la boca. Primero porque hubo cierta irresponsabilidad en el hecho de hacer estas cosas y no llegar hasta el final. La misma autocrítica, no importa con qué intención fuera hecha, es terrible, triste. Pese a que fuera sugerida, con ese doble discurso con el que la hizo, queda muy mal parado él y la gente que le era cercana. Prestarse a denunciar a su mujer, a Lezama, a sus amigos, es tan abyecto que no puede producir admiración.

En tu libro dices que, sin lugar dudas, la figura que atraviesa todo este año 71 es Fidel Castro. ¿Qué valoración te merece la actuación y la figura de Fidel en el particular contexto del 71?

Cuando Vargas Llosa le hizo una reseña al libro de Jorge Edwards hablaba de eso. Decía: «Padilla salió muy deslucido, el verdadero héroe de esta historia es, sin dudas, Fidel». Efectivamente, Fidel llenó toda la época. Todo lo que se discutió en ese momento tuvo que ver con la manera en que Fidel supo, de un lado, precipitar las rupturas que eran inevitables y, por otro, ganarse el respeto y el apoyo de múltiples aliados. Tuvo esa habilidad política.

La pregunta es complicada en el sentido de que la época es complicada. ¿Qué decisión debe tomar un político en cada momento? Habría que plantearlo así. No es lo mismo tomar una decisión hoy, que hace cinco años, o dentro de ese mismo lapso, en el futuro. Lo que hoy nos parece una decisión atinada nos puede parecer después enloquecida. En el 71 Fidel decidió dar la batalla. Se dio cuenta de que había un sector amplio de la intelectualidad que ya le estaba dando la espalda a Cuba y decidió ir más allá, en una postura típicamente suya. Yo estoy siendo ambiguo ahora, pero él no lo fue. Fidel sabía que se iba a dar una ruptura y decidió catalizar lo que de todos modos era inevitable.

En todas las cartas y las polémicas que aparecieron entonces, uno se da cuenta de que no había mucho espacio para el debate, donde, tradicionalmente, lo más importante son las ideas. En ese momento, por el contrario, lo que se buscaba era firmas, saber de qué lado estaba cada quién (dónde cayó Cortázar, dónde cayó Vargas Llosa), porque ya las ideas mismas habían perdido su atractivo en medio de una confrontación tan fuerte. O se estaba a favor o se estaba en contra.

En suma, 1971 fue un año de rupturas. Me parece que la gran derrotada en ese momento fue la cultura nacional.

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  • Sin que se trate de una defensa, o una crítica, a las posturas de uno u otro personaje de ese escenario, me parece que el análisis de que la gran Figura de la época fue Fidel y la peor figura fue Padilla, sin ver la relatividad que le otorgaba a cada cual el poder que ocupaba y el liderazgo que podían tener, me parece que descuida un elemento básico a la hora de analizar el lugar que ocupan los sujetos en la historia. Personalmente creo que la época necesitaba un Padilla, el de sus inicios, como punta de lanza y el de los finales como chivo expiatorio y abyecto. También necesitaba un Fidel que asumiera un liderazgo en función de la unidad, aunque de cualquier modo hubiese sido deseable ensayar otra opción, más plural. Pero ambos son roles que el momento pedía y ellos lo hicieron, son responsables de asumirlos, no tanto de generarlos: los roles son generados por la historia, por la sociedad en un momento histórico determinado; los sujetos son responsables de encarnarlos.

    1. Es una idea interesante la que propones. Mira, no creo que el sentido de la entrevista sea presentar a Padilla como la peor figura de la época. Padilla fue, más bien, un sujeto que actuó en sus circunstancias como pudo; la época acabó determinando que se convirtiera en lo que se convirtió. También creo que el explotó bastante esa condición de ser el enfant terrible de la Revolución, la explotó incluso en el exilio. Fidel es otra cosa. Es el líder de la Revolución y la Revolución está al centro de todo el proceso. Creo que ambas figuras merecen ser analizadas críticamente, como lo que son: hombres en circunstancias específicas. Un poco eso es lo que se buscaba con esta entrevista, proponer una lectura de Padilla como hombre, más allá del Padilla construido en las polémicas de aquellos años; y una lectura de Fidel como líder y como hombre.

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