Raymundo Fernández Moya no pensaba ser trovador, aunque llevaba la guitarra y la musicalidad impregnada en la sangre. Se graduó como chef de cocina en un curso auspiciado por la escuela de hotelería y turismo de La Habana.
Vestía como cocinero y en los entretiempos cogía una guitarra, se colocaba un sobretodo y cantaba con el conjunto de turno en el restaurant habanero El Patio. Así fue por tiempo hasta que modeló su nombre solo a Ray y apostó por la música con desenfado, obviando reglas o cánones, cantando más de lo que le sucede a la gente que a él mismo y burlándose de todo, pero diciéndolo todo muy en serio.
¿Cómo llega el chef a trovador?
Provengo de Villa Clara donde la guitarra y el punto guajiro son casi obligados. Sucede que un día mientras cocinaba dejé quemar más de 20 pollos porque me entretuve cantando y fui expulsado. Entonces mi nuevo teatro de operaciones fue el malecón donde comencé a gastarme la garganta por unos cuantos centavos.
Ahí conocí a Eduardo Sosa, Bladimir Zamora y el resto del colectivo de la revista el Caimán Barbudo, quienes me incitaron a integrarme a las filas de la Asociación Hermanos Saíz (AHS).
¿Cuándo llega el primer disco?
Primero vinieron eventos, festivales y concursos. Mi primer disco, grabado en vivo, fue Entre la piedra y el sueño. Más tarde en los estudios de la EGREM surgió Paciencia.
Tus canciones polémicas, una suerte de crónica del día a día ¿censura o desencuentros?
Nunca me he sentido censurado, aun cuando somos muy pacatos y sensibleros con la manera de enfocar las críticas o los fenómenos. Quizás por eso sé cuáles son las canciones válidas bajo las licencias del concierto y el cabaret, y las de la televisión o la radio.
Estoy acostumbrado a ser profundamente aplaudido o abucheado y es de los abucheos de donde salgo más edificado, e incluso, los comprendo porque cuando se hacen canciones con un criterio jocoso y crítico lo común es herir sensibilidades o causar desasosiego.
¿Cómo definiría su obra?
No soy un trovador, sino un repentista, a cuenta y riesgo de saber que este hilvanar de palabras puede gustar o no. También me gusta autodefinirme como un clown o un bufón, sin considerarlo peyorativo debido a que esta es la esencia de mi trabajo: el choteo a ultranza, sin ánimos de ser sacrílego.
Sin embargo existe poesía en sus letras…
Creo que la poesía existe en todo, con la salvedad de que lo lindo en lo bello es más fácil de apreciar que la belleza de lo feo. La cuestión está en poetizar sin aburrir y convertir esto en una práctica, a pesar de los yerros.
A veces pongo a la musa de castigo hasta lograr crear una nueva melodía que, a veces, tampoco es buena. Eso lo sé por el público que es el coautor de todas mis letras.
¿Comulga con la trova que se hace hoy en Cuba?
Creo que es muy buena y que es falso eso que se dice que anda de media capa, aunque siempre existirán canciones malas y otras muy buenas, atrapadas en el muro del malecón o en los bares por pertenecer a “bardos de arrabal”. También, discursos cómodos y laudatorios, y otros más incómodos y atrevidos.
Por segunda vez en Trovándote, ¿experiencias agradables?
La primera vez que participé estaba muy “verde” todavía. Ahora es diferente porque tengo otra madurez. Creo que es un evento importante que se disfruta por la hospitalidad y el sentido gremial de los trovadores, más cuando se encuentran en provincia. En La Habana no sucede así, con tanta naturalidad. Además confieso que estoy desesperado por oír tocar a amigos que hace rato no veía y confrontar.
Ray parodia, bebe un trago, improvisa, se quita la gorra, se frota la cabeza, brinca, corea junto al público, habla en diferentes idiomas, rectifica lo que no debió decir…todo sobre el escenario.
Va de los Pasteles Verdes a los Bukis para confirmarlas como sus influencias más “cheas”, pasa por el rock, el son, el tango, la trova tradicional y algunos de sus contemporáneos como Roly Berrio y Diego Gutiérrez.
Con pasmosa tranquilidad ha musicalizado poemas de Lezama Lima, Gastón Baquero, Eugenio Florit, busca motivos en los inconvenientes, las esperanzas, las carencias y las premuras de nuestra realidad, y sus letras aluden a obreros, gerentes, matarifes y vendedores de libros, en una suerte de crónica del día a día agridulce.
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