“Usted está muerto, completamente muerto”. Jerusalén desaparece, como si nunca hubiera existido. Ellos, los otros, los poderosos, intentaron crear un mundo justo, pero fracasó, fracasó el experimento. “Todo acto de poder es un acto de violencia hacia los hombres”, grita Voland, espíritu del mal. La puerta del fondo, única salida, permanece cerrada. Un espacio lleno de dudas. Los límites se cruzan, se pierden, nadie los pone. El hombre se vuelve efímero. El tiempo se va agotando.
El Maestro quemó los manuscritos, los quemó por miedo, por cobarde, quizá por eso fue decapitado. “Mi cabeza, dónde está mi cabeza”. Todos tienen culpa y quieren escapar, escapar de su soledad, de ese infierno, de ese manicomio que los ha encarcelado. Testigos, cómplices, por eso están allí. Detrás de todo esto debe haber un demonio. La ciudad parece estar vacía. Pero el loco Desamparado insiste en que todas las mujeres se han ido a los mercados y comenzaron a desnudarse. Alucina.
Teatro Espacio viene desde La Habana con la propuesta Desamparado, dirigida por Alfredo Reyes. Una guerra entre la vida y la muerte, guerra de espíritus buenos y malos, una batalla constante; la pieza es eso: una fuerte lucha entre cuatro seres perturbados, que acaban por desesperarse, culparse, arriesgarse… pero que les queda la esperanza, la utopía de creer, creer en algo, aunque sea irracional. “Yo no estoy loco”.
La puesta, con texto original de Alberto Pedro y versión para la compañía del propio Alfredo Reyes, a lo que se le agrega, además, una reformulación de El Maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgakov, obra que está inspirada en el Fausto, de Johann Wolfgang von Goethe, intenta arrancarnos de la silla para abrir la dichosa puerta, cruzarla y conectar con el otro mundo, incierto.
Actuada de manera correcta y precisa, aunque no todos los actores estuvieron en un mismo nivel, claro está, ya sea por la naturaleza de su personaje y su carga interpretativa, a la obra le hace falta convencimiento, pero no convencimiento escenográfico, porque ese es un aspecto a destacar, sino más fuerza y seguridad en los actores; trabajar con su expresión corporal. El elenco puede hacerlo. Sobresale, en ese sentido, el personaje del Desamparado, por Raysman Leyet, a mi entender, el mejor concebido de todos.
Debo referirme, asimismo, al excelente diseño de luces: intrigan, desafían, aportan, comunican, nos trasladan de escena a escena; un gran acierto, sin duda. Es plausible, también, lo medido de su escenografía y su diseño de vestuario, que ambientan y reafirman: eso es un manicomio y allí todo el mundo cree en los espíritus.
Momentos de canto y rezo tuvo Desamparado, que van marcando un ritmo, canciones de esperanza, represión y soledad, deseos de libertad. La puesta acaba así. Entierran al Maestro, que nunca le gustaron las flores amarillas. Un mar de saliva sin sentido obliga a los hombres, sangre y saliva. Se abre la puerta. Están enfermos, algunos vivos, otros muertos. Pero Margarita dice que está viva y que quiere ser feliz. Por eso están allí, por los demonios.
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