La obra de los jóvenes creadores Annaliét Escalona Ezquivel, Alejandro Olano Carralero, José Carlos Soto González, Luis Miguel García Mari y Santiago Huerta Pérez componen la exposición colectiva Domesticando híbridos, expuesta en la holguinera Casa del Joven Creador de la AHS con el auspicio de su sección de Artes Visuales y el Centro Provincial de Arte.
Con una curaduría que no aporta demasiadas pistas en la comprensión de la exposición como conjunto –además de insinuarnos en el título que el arte contemporáneo es un ente híbrido, heterogéneo y atravesado por múltiples significado y significantes–, sino más bien como un muestrario ¿generacional? o al menos colectivo de una etapa del arte holguinero formado principalmente en la Academia Profesional de Artes Plásticas El Alba, Domesticando híbridos nos ofrece parte de la obra de cinco jóvenes creadores que han venido destacándose en diferentes muestras colectivas y espacios artísticos consolidados, entre ellos el Salón de la Ciudad y el Salón Provincial de Artes Plásticas.
Repasemos algunas de las obras y así el trabajo de sus autores en Domesticando híbridos.
La seducción y el erotismo –incluso cierta propensión hacia una “ternura parafílica y fetichista” sobre la condición del cuerpo femenino– son palpables en las obras de la serie Pink ladies (técnicas mixtas de dimensiones variables) de Annaliét Escalona Ezquivel.
Como en las piezas de la norteamericana Audrey Kawasaki (Los Ángeles, 1982) Annaliét explora temas como la sexualidad, el fetichismo, la feminidad y el erotismo. Sus personajes –parecidos a los que muestra Kawasaki en sus obras y también un poco a ciertos cuadros de la cubana Rocío García– muestran la fusión de art nouveau, el pop y el manga japonés: son mujeres semidesnudas ¿o desnudas? sin una edad específica y definida, pero visiblemente jóvenes y bellas. Muchachas hermosas: rubias o trigueñas, pero blancas y sensuales, acompañadas, además, de diversos elementos que realzan ciertos rasgos fetichistas y erotizantes en la feminidad adolescente: flores, entre ellas nenúfares, encajes, perlas de fantasía, anillos, calcomanías, máscaras de tela, aretes, frutas, juguetes… Lo mismo sucede en las instalaciones que componen Para conciliar el sueño, donde Annaliét utiliza almohadones intervenidos en rejuego con el kits, uno de ellos, incluso, con forma de corazón.
Las muchachas de Annaliét –tanto en los cuadros como en las instalaciones– poseen una ternura provocadora y mordaz que linda con ciertos terrenos propensos a las parafilias y otras obsesiones propias en la psicología humana: la posición de la boca y las manos invitan al deseo y al goce. El cuerpo mismo y el rostro funcionan de forma semejante en las obras. Una de las “ninfas” que seguramente hubiera obsesionado a Vladímir Nabokov, chupa su dedo pulgar provocativamente; otra acerca a la boca una fresa roja; con los labios entreabiertos y voluptuosos, una de ellas parece ser una tierna y al mismo tiempo perversa dominatriz…
Por su parte, Alejandro Olano Carralero nos ofrece en Inadvertidos y Firmeza al viento (óleo sobre lienzo) dos piezas en gran formato, sugestivas e interesantes en cuanto a la composición. Dos obras que interactúan con la mejor tradición del paisaje: ambas nos muestran –en diferentes contextos y situaciones– varias ramas y troncos sobrevivientes al viento y las inclemencias de un tiempo nada benéfico. Sin hojas ni nada que demuestre vida, aunque sabemos que siguen fuertemente enraizados y vivos: pura madera dura y moldeable que ha resistido a los embates de la naturaleza y metafóricamente sobreviven: erguidas, inhiestas…
De Santiago Huerta Pérez es S/T: obras en carboncillo sobre lienzo y unas de las piezas mejor logradas de la muestra en cuanto a técnica e intensidad visual y metafórica. Estas figuraciones de Huerta –que recuerdan los trazos del austriaco Egon Schiele, entre ellos el Retrato de Erwin Osen, de 1910– auguran un futuro prometedor al joven artista dentro de las artes visuales holguineras y claro, nacionales. Lo mismo que las obras de Olano.
Finalmente dos piezas (ambas impresiones digitales) y dos autores que se incluyen en Domesticando híbridos: Punto de soldadura, de José Carlos Soto González, y S/T, de Luis Miguel García Mari.
En la primera, obra ambigua y atractiva, como sacada de los terrenos de lo onírico y de los mundos posibles por concretables y al mismo tiempo, imaginarios y distópicos, de Aldous Huxley, Ray Bradbury o George Orwell, observamos a un obrero soldador –los guantes y careta protectora nos lo confirman– que toca desenfrenadamente una trompeta como si se tratara del mejor de los jazzistas clásicos. Mientras que en las fotos de García Mari, lo viable del detalle y las formas y figuraciones de los pequeños objetos, en ocasiones insignificantes a simple vista y la descomposición de estas formas elementales, son comunes en el discurso de un joven artista que busca, tantea y encuentra los senderos por los que camina.
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