Tomado de Cuba Literaria
El Premio Nacional de Literatura 2017 acaba de ser anunciado en la mañana de este miércoles, en el Centro Cultural Dulce María Loynaz, y traslada toda su atención y honores a una casa en Camagüey: la del distinguido pedagogo, escritor e intelectual camagüeyano Luis Álvarez Álvarez.
Al conocer el veredicto del jurado que presidió la Premio Nacional de Literatura 2016 Margarita Mateo, Cubaliteraria entrevistó de inmediato a Luis, vía telefónica, en busca —más que de la primicia de una declaración— de la exclusividad del sentimiento, de ilustrar lo que no se alcanza a decir en el acta de ningún jurado.
Y Luis, “el profe”, accedió a responder incluso el clásico interés periodístico que bulle tras la noticia de un lauro, con un prefacio que agradeció esta reportera: “tu edad me confirma que eres una idealista y, tu condición de camagüeyana, que no tienes remedio”.
Me limité entonces a evitar la pregunta necesaria, conociendo de antemano que “en realidad hablar sobre qué significa para alguien un premio es algo que cualquier escritor detesta”. Sobre todo si se conoce la impronta de “el profe”, más allá de los adoquines y la historia maravillosa de su (nuestro) Camagüey.
Confesó entonces Luis a esta editorial, de la que es afortunadamente columnista para Conversar con el otro, que esa resistencia se debe “en mi caso, quizás, porque no soy exactamente un escritor y porque a diferencia de muchas personas, no tengo obra; pues cuando uno tiene obra se llama José Martí o Jorge Luis Borges. Lo que tengo son libros”.
“Un premio, aunque sea de un municipio, es algo agradable. El de Literatura, que es de gran relieve, es entonces muy agradable. Como tengo mis opiniones personales de los premios, te diría que un premio como este significa recordar una frase inolvidable de Luis XIV, «una verdad tan grande»: cada vez que otorgo un cargo (o un premio), creo cien descontentos y un malagradecido.
«En mi caso debo reconocer que la gratitud es uno de los pocos motores que impulsan la vida. No las artes, la vida. Los descontentos, por supuesto, son inevitables, pero la gratitud se puede rescatar, defender y ejercer”. Y puso “un punto y aparte para ser real”, con otra confidencia que lo dice todo: “la literatura, desde muy pequeño, fue para mí una dimensión especial de la existencia, es decir, de la felicidad y el sufrimiento. De modo que, agradeciendo mucho este premio, no dejo de pensar en cuán maravilloso puede ser que te den un premio, merecido o no, nada menos que por hacer lo que te gusta”.
“Pero por otra parte, también quisiera decir que, si la literatura de Latinoamérica siempre ha buscado y enaltecido sus vínculos con la realidad de este continente sangriento y maravilloso, en el caso de esta Isla pequeña y arrasada —se diría a veces por todos los ciclones— la literatura no es meramente (desde que la iniciara mi antepasado Silvestre de Balboa) una entidad que tenga vínculos con la vida. En Cuba, la literatura, como la historia que también es literatura, es exactamente la vida de esta Isla”.
Graduado en Lenguas y Literaturas Clásicas (1975) en la Universidad de La Habana, este investigador y profesor con pauta indeleble en el magisterio posee además dos doctorados: uno en Ciencias Filológicas (1989) y otro en Ciencias (2001), ambos conseguidos en esa misma casa de altos estudios.
Multinominado al principal lauro literario de Cuba, este 2017 se hace justicia a la honda contribución, a la literatura de la Mayor de las Antillas, de este Hijo Ilustre de la ciudad de Camagüey.
A la sagacidad e ingenio de Álvarez Álvarez se deben títulos como Martí, biógrafo. Facetas del discurso histórico martiano, que le valiera —en la piel de autor principal y con la colaboración de Matilde Varela y Carlos Palacio— el Premio de la Crítica en Ciencia y Técnica 2008. En tanto, el libro Nicolás Guillén: identidad, diálogo, verso le permitió llevarse a casa, mucho antes, el Premio de la Crítica Literaria en 1999.
También ostenta sendas distinciones de altísimo prestigio en el país: por la Educación Cubana (1989) y por la Cultura Nacional (1996). Ya en 1995 había añadido a su currículum vitae el galardón extraordinario de Casa de las Américas en Ensayo sobre José Martí.
De modo que para el Jurado del Premio Nacional de Literatura 2017 (el cual integraron asimismo Enrique Pérez Díaz, Arturo Arango, Marilyn Bobes y Marta Lesmes), sobraron razones para un fallo unánime.
En la hoja de vida de Álvarez Álvarez resaltan, entre una dilatada lista de virtudes, la Distinción Alejo Carpentier (2002), del Ministerio de Cultura; la Distinción al Mérito Pedagógico (2000), del Instituto Superior de Arte; así como los siguientes premios: el de la Unión Católica Latinoamericana de Periodismo en el año 1999, el Martiano de la Crítica “Medardo Vitier” —gracias a su Martí, biógrafo…— y el Nacional de Investigaciones Culturales que concede el instituto Juan Marinello, por la obra investigativa de toda una vida. Estos dos últimos reconocimientos se los agenció en el 2008.
Por ello, no es el principal cetro de la literatura cubana el que hace hoy al pedagogo infatigable y al escritor agudo ni más Luis, ni más Álvarez. Quienes ganamos —eso sí— somos los lectores, el libro cubano, la investigación nacional y la constancia del mérito. Y es que, definitivamente, si algo distingue a este intelectual que ha sido de toda Cuba desde una dirección en Camagüey, es precisamente eso: la constancia del mérito a prueba de balas y el no atar jamás su pluma al ego de un premio.
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