Buenas tardes:
Hoy nos convoca en esta sede de la Casa del Alba Cultural, la exposición personal Nueve días del artista visual Maikel Muiño.
No hablaré, no obstante, de los valores estéticos de esta muestra; de eso ya se encargará la crítica especializada y tendrán ustedes en sus manos una aproximación a la obra del artista en las palabras del catálogo hechas por el fotógrafo Omar Sanz.
A Maikel lo conocí hace tres años en los avatares propios del trabajo comunitario que él desarrolla desde la coordinación de la célula de la AHS en el Cotorro. Desde entonces creamos una complicidad artística que con el tiempo se ha ido convirtiendo en amistad. Dicha complicidad incluye, por supuesto, largas jornadas de discusiones e intercambios (a veces etílicos) sobre las realidades de los jóvenes de nuestra generación y los significados de construir un país común. De manera que cuando me llamó para decirme que había hecho una muestra completa dedicada a Fidel, corrí a verla más que por la emoción, por el tema algo “raro” que proponía (al menos en lo directo, conociendo su obra anterior).
Noten que remarco “dedicada a Fidel”, así, a secas, porque lo que vamos a ver hoy es un acercamiento muy íntimo, una interpretación muy personal, paradójicamente basada en la conmoción de un país. Nueve días es eso, la visión ungida del artista de interpretar la conmoción social; el poder de sintetizar en el lienzo las muy diversas y sentidas maneras en que se vivió el luto por la muerte de Fidel a lo largo y ancho de la Isla, algo a lo que ya se han acercado otros artistas desde la fotografía o el reportaje audiovisual. No encontrará aquí el espectador, por el contrario, un retrato fiel; ni siquiera el aura grandilocuente y bella de los grandes homenajes. Las figuras que propone Maikel, como su obra toda, se han despojado del trazo perfecto para dejarnos apenas unas líneas simbólicas neofigurativas, más cercanas a lo que se ha dado en llamar la corriente grotesco-expresiva, de la cual fueron cultores Raúl Milián, Antonia Eiriz o Manuel Vidal (de cuya fuente bebe Maikel como discípulo directo).
Muiño construye una simbología particular que es capaz de elevar el mito de Fidel y convertir al mismo tiempo también en símbolos los espacios, las situaciones y las consignas que se sucedieron durante esos nueve días. Asimismo la mano del artista adapta su técnica y rebaza el lienzo y el acrílico para dejarnos un simple collage en “El libro de los sentimientos”; o nos propone una especie de puntillismo para representar la multitud en la Plaza de la Revolución llorosa de “Un lucero para ti” o en la disposición figurada de las estrellas de “La nueva constelación”. En el pincel del artista todo símbolo se resemantiza como en el izaje masivo de banderas cubanas que reconfiguran el trazo del país en “Retorno” o en la cruz fusilera a manos alzadas de “Adoración”, pasando por esta especie de performance de compartir una piedra a sus espectadores.
Pero si me preguntaran cuál es mi obra favorita, sin dudas, ese traje de Comandante en Jefe, entallado a la medida de todo revolucionario cabal, une de manera armónica y sencilla, sin más pretensiones estéticas, el sentimiento de todo un pueblo. Nombrado como la consigna que movilizó al país y que como etiqueta se hizo viral en las redes sociales por esos días, “Yo soy Fidel” sintetiza el sentimiento común de todos y, a la vez, se convierte en una especie de toma de partido político y estético en que el artista nos enseña su credo.
Bienvenidos a Nueve días, nueve estampas visuales que nos hacen reflexionar sobre el sentido de la muerte y cuestionarnos su efectividad cuando la grandeza de lo que se representa, ya ha sido inmortalizada por la historia.
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