¿aTRAPados en la modernidad?

«¿Trap?». ¿Así le dicen al trapeador ahora, a la trapishopping? Justo eso parece preguntarse, por la expresión de extrañeza que adquiere su arrugado rostro, el chofer que se muestra incapaz de nombrar lo que su almendrón va «vociferando» a «todo volumen» por las calles de La Habana. ¿Qué edad tendrá? ¿60, 70? Por ahí debe andar quien transporta a los pasajeros que con tal de llegar a algún lejano lugar han decidido «autoprovocarse» una migraña o adelantar desde bien temprano en la mañana el momento de discoteca, y quienes miramos con asombro al improvisado musicalizador, porque al menos en apariencia la lista (es decir, la música que se escucha) no va con el billete. De cualquier modo, no son bolerones lo que se apodera del éter, sino un estilo que, según afirman los que saben, surgió en Estados Unidos desde el pasado siglo, aunque es justo ahora cuando se ha hecho sentir en Iberoamérica y otras partes del mundo.

Difícil es para muchos descubrir que lo que acompaña a esa especie de «canto» sexual o de incitación a la delincuencia, es el resultado de la mezcla del rap, del hip hop, con house, dancehall jamaicano, dubstep (música electrónica y reggae), pues para la mayoría se trata de un reguetón, «pero bien obsceno», como asegura a JR una de nuestras compañeras de asiento, quien no puede creer la descripción del coito que está ofendiendo sus oídos. Sin embargo, el del timón no se entera. Es muy posible que ni siquiera sepa que las letras que promociona gratis hablan sin pelos en la lengua, y sin un mínimo recato, de droga y adicciones, violencia de género, sexo, prostitución, manejo de armas, crimen… Y que, a decir del músico español Mateo Montaño «Granuja», «son sonidos hechos para gente que consume ciertas sustancias y se estimulan con ciertos tipos de sonido». 

«Pero, dígame de verdad, ¿a usted le gusta eso?», queremos saber qué piensa Juan, el conductor, al respecto. «¿A mí? Me da igual. Ahora que tú lo dices es que le he prestado más atención… ¡Ño, qué pena! Es que a la mayoría de la gente le gusta… Los muchachos se montan aquí y hasta las van cantando… Y a uno no le da chance ni de dar un pestañazo, aunque esté cansado me mantiene activo».

¿Será por esas mismas razones que el trap se ha convertido en la «banda sonora» que anima la vida de las nuevas —y de las  no tanto— generaciones? Por lo que pudimos comprobar, el criterio del chofer del almendrón, al parecer halla un respaldo enorme entre los entrevistados que se buscaron en la terminal de ómnibus nacionales para ver cómo se refleja este fenómeno más allá de la capital.

Definitivamente, en Cuba el interés mayor se concentra entre los llamados millennials, es decir, los nacidos a finales del siglo XX y que no rebasan los 25 años. Idéntico sucede en el resto del mundo, justo por estar ellos tan concentrados con internet, donde se puede disfrutar a las anchas de esa «alteración» que hoy signa la música popular contemporánea en general. Aunque sea portadora de mensajes negativos o de dudoso gusto, plataformas digitales como YouTube y Soundcloud, por solo mencionar dos de las más conocidas, han hecho lo suyo para ubicarlos en lugares inverosímiles.

Aquí mismo en la Isla, encantan, por ejemplo, representantes puertorriqueños del trap como Bad Bunny y Ozuna, así como otros exponentes del reguetón que en la actualidad se le han acercado con insistencia a dicho estilo como Arcángel, Farruko, J Balvin y Maluma. Para la población joven, lo más atractivo sigue siendo el ritmo, el background, porque es pegajoso, se baila y suena bien, dicen en sus argumentos.

Llama la atención que casi la totalidad de los entrevistados coincidió en que la letra es grosera, denigra la integridad física y moral de la mujer e incita a lo mal hecho… Uno de ellos lo consideró «pornografía comentada».

El tunero Alberto Mayo se halla en el grupo de los que no esconden su preferencia. «Escucho este tipo de música, me atraen sus ritmos y estilos modernos; la letra puede llegar a ser indecente, pero los cantantes son internacionales. Cuando asisto a centros nocturnos casi un 90% de lo que se baila es trap, y la gente se siente muy a gusto».

De una provincia vecina, Holguín, es Adrián Parra Sánchez, quien puede mencionar a defensores del que aún algunos no se atreven a catalogar como género, sobre todo provenientes de Puerto Rico y República Dominicana, «pero en Cuba lo cultivan Yomil y el Dany, ellos le añadieron un poco de cubanía y reguetón, y lo denominaron traptón. Y me gusta, porque es original, eleva la música a un nivel más abierto, más allá de lo que nuestra sociedad está acostumbrada. Su ritmo atrapa, aunque la letra sigue solamente la rima. Hasta no hace mucho esto no se reconocía, pero actualmente creo que es lo más consumido por la juventud en el país».

Con ciertas reservas, porque «se pasa» en eso de ser tan explícito en sus letras, Yaidelín Pérez Mena, de la Isla de la Juventud, también se ha dejado seducir. «Lo escucho y sigo porque es el ritmo del momento, además, lo disfruta mi grupo de amigos en las fiestas a las que vamos. Creo que quizá por la manera en que el público joven lo ha acogido pueda trascender, como ha sucedido con el reguetón».

Ofensa para los oídos

Los adolescentes se muestran fascinados por el trap, pero no ofrecen argumentos sólidos que defiendan su preferencia, solo dicen escucharlo porque les gusta y se usa, y en cuanto a lo que expresan sus temas, todo les parece normal. Lo alarmante es que algunos admiten identificarse con ese mundo marginal que inspira a sus creadores.

Por supuesto que no escasean los  que reconocen que funciona para bailar (cada vez son más los DJs que lo incorporan), pero su discurso marginal es una ofensa total para sus oídos.

No le es desconocido el trap a Leydi Claudia Bravet Ramírez, estudiante de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. No existe manera humana de que se pueda «librar» de escucharlo y lo peor es que se le hace insoportable, porque «los fondos musicales son exactamente iguales en todos sus temas; no presentan novedad u originalidad, las letras de las canciones son pésimas, incitan a que hagamos cosas que a mí no me interesan».

Y hablando de este último aspecto al que se refiere Leydi Claudia, ese es uno de los motivos por los cuales a la socióloga Liudmila Pérez le preocupa cómo «han sucumbido» no solo los adolescentes y jóvenes, sino también sus contemporáneos (35 años). «Ya sabemos que esa música no busca más que el baile desfachatado, que la letra llega a ser en extremo agresiva, pero igual no me toca a mí decirle a cada cuál qué debe o no escuchar. Es su decisión. El quid de la cuestión radica en que no tienen que obligarme a mí a hacerlo.

«¿Por qué tengo que soportar que alguien, en un espacio público, me castigue con estos temas desde un celular a todo lo que da. Y eso ocurre lo mismo en una guagua, que en tu propia casa, porque el de al lado ha decidido enfocar sus potentes bocinas hacia el vecindario. He visto incluso a jóvenes que se adueñan de un parque con esos aparatos que plantan allí con total impunidad… ¿Quién controla esas indisciplinas?», pregunta.

Al santiaguero Eduardo Cedeño Milán, vicepresidente nacional de la Asociación Hermanos Saíz, no le asombra  que con el trap esté pasando lo mismo que con el reguetón. «Es el género de moda, por tanto, ha sido adoptado por cantantes cubanos que ven una oportunidad para intentar conectarse con el público joven, aunque no siempre cumpla con sus expectativas como músico.

«Es cierto que nuestro país defiende la cultura identitaria de lo popular y tradicional, pero ha sido inevitable la entrada de exponentes extranjeros. Lo mismo sucedió cuando se introdujeron el jazz, el pop, el rock… Todos llegaron para quedarse, y el trap parece que no será la excepción. Ocurre por una cuestión estética y conceptual de la modernidad, en la que la comercialización y promoción de géneros frescos contienen más peso que los valores morales de la sociedad mundial. Este ritmo viene marcando pautas en generaciones de músicos y consumidores, se evidencia en programas radiales, en negocios particulares y estatales, en centros de recreación, etc. Se multiplicará ante el descontrol».

Señales para el futuro

Es común que en el mundo festivales destinados a sonidos underground tengan  en sus carteles a traperos. El catalán Enric Palau, uno de los directores del nombrado Sónar, apuesta por ello, pero no porque piense que el trap se acomode a lo que históricamente se ha considerado como underground, sino porque identifica en el género «el potencial para dar voz al vértigo posconsumista de las hordas de adolescentes, más o menos marginales pero permanentemente conectados». Por eso el español vaticina que el trap «acabará convirtiéndose en un nuevo pop en el sentido de música realmente popular».

Mientras tanto, algunos estudiosos  opinan que en el caso de este estilo, internet representa el ecosistema que lo determina, pues es, al mismo tiempo, fuente de información y herramienta de trabajo; plataforma de distribución y espacio de negocio.

Los artistas del trap, con esa necesidad que tienen de actuar de acuerdo con la inmediatez digital (logran un enorme impacto en las redes sociales), producen contenidos constantemente sin noción de tempos y sin tomar en cuenta calendarios promocionales, y es que ahora mismo están más concentrados en enfrentarse a la cuestión de cómo transformar en dinero esos millones de clics que generan. Desplegando un ambicioso plan de merchandising (conjunto de productos publicitarios como promoción), para ellos vender camisetas, sin dudas, es más importante que comercializar música.

Los móviles constituyen la principal vía de sus seguidores para su consumo     —la mayoría de las veces sin acudir a los audífonos—, por lo que estos dispositivos se transforman en una especie de boombox (equipo portátil de audio estéreo que reproduce música con  relativa potencia de sonido).

Expresión también de la cada vez más creciente democratización de la tecnología, el universo del trap le sugiere constantemente a su multitud de fans que soñar no cuesta nada y quién sabe si poniendo en práctica el modo «hazlo-tú-mismo» se les da el «estrellato». Después de todo no parece muy difícil el oficio: aprender a producir con software pirateado, explotar el crowdsourcing (pedir la opinión de terceros —comunidad— para resolver algún problema o desarrollar un tema en particular), recurrir a tutoriales y foros desde donde se bajen bases instrumentales sobre las que rapear, etc., puede ayudar.

Cierto que este «nuevo» estilo musical ha generado controversia por doquier, sobre todo por el contenido de sus letras, lo cual no ha impedido que invada en los últimos años los reproductores de los jóvenes y adolescentes. Y si nos guiamos por su popularidad, los preocupantes pronósticos indican que este termómetro musical con que ahora algunos miden la modernidad, no desaparecerá en los próximos años, con esa capacidad que posee de adherirse a otros fácilmente y de «contagiar».

Cuestión de probabilidades

Muchos raperos ven esta cultura como una especie de usurpación, ya que toma una gran cantidad de influencias de esa vertiente de la música que ellos cultivan. Ante sus ojos se trata de una variación de pobre calidad y no de un género          independiente.

En nuestro país, los musicólogos se muestran más reservados a la hora de dar definiciones. Carla Mesa Rojas, del Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana (Cidmuc) del Ministerio de Cultura, enfatiza en que emitir un criterio sobre el trap, desde pautas musicales, se hace muy difícil por ser una expresión muy reciente. Ni siquiera lo cataloga a priori como un género, pues esa categoría se le concede a «una célula rítmica novedosa y reconocible, como es el caso del chachachá, el mambo… Por el escaso tiempo en que ha alcanzado la popularidad en la Isla (alrededor de un año) no se ha realizado aún una investigación musical del fenómeno.

«Cuando esto ocurra habrá que determinar sus influencias y cómo se deriva en esta nueva escucha, si definitivamente constituye un género nuevo o no, si cuenta con un baile específico, como lo tiene el casino o el merengue…, de lo contrario, cualquier juicio de valor que se dé será muy subjetivo».

Su colega Yamilka Cabrera Pozo considera que no es responsable dejarse llevar por una simple percepción, «a los musicólogos nos corresponde realizar un análisis más profundo». A la interrogante de a qué se debe que ande de boca en boca, respondió que «es una cuestión de mercado. Lo mismo que sucedió con el reguetón: lo nuevo, lo novedoso, siempre llama la atención, al tiempo que genera importantes ingresos para las personas y agencias involucradas».

Para la también musicóloga del       Cidmuc, Leannelis Cárdenas Díaz, la atracción que ejerce el trap se debe al «proceso de mediatización muy fuerte que está teniendo a nivel de promoción en los medios de difusión masiva internacionales —en nuestro país dicho movimiento todavía es muy incipiente—, donde se han situado en una posición cimera. Afirmó que hay artistas del trap que te sorprende verlos con premios y nominaciones Billboard, como ha sucedido, por ejemplo, con Bad Bunny, que para convencer a los jurados cuida en algunos temas un poco más las temáticas, el lenguaje, aunque su verdadera cara es otra: mucho más agresiva, burda y grotesca. Lo alarmante es cómo quienes asumen esa línea dura se posicionan en la preferencia de la población.

«No obstante, lo mismo unos que otros son vendidos por la industria como productos; se les construye una imagen, una apariencia de gente triunfadora: conducen grandes y lujosos carros, andan acompañados de gente linda; con una imagen de hombre o mujer duros, con poder, porque es importante que se conviertan en patrón, en ídolos para los jóvenes y adolescentes, quienes suelen guiarse por ciertos cánones de comportamiento.

«Se trata de un fenómeno muy complejo, lo digo por mí, que, a pesar de la carrera que estudié, en ocasiones lo consumo».

«Es una moda, y lo que se pone de moda, porque perteneces a este tiempo, es algo con lo que juega el mercado. Los estudios de consumo lo dicen: quienes prefieren la música son los jóvenes, por tanto, si inviertes en ese negocio, casi seguro que el fenómeno se torne muy popular», añade Yamilka Cabrera.

Desde la Facultad de Sicología de la Universidad de La Habana, una de sus profesoras titulares, la Doctora en Ciencias Sicológicas Laura Domínguez García, explica las tres razones por las cuales puede llegar a resultar tan atractivo este tipo de música, con temas con un alto contenido sexual, entre adolescentes y jóvenes.

«La primera de ellas, señala, radica en las características acordes con la edad, pues en la adolescencia, sobre todo, se prioriza mucho la opinión del grupo por encima de lo que piensan y dicen los adultos. En esa etapa se desarrolla un interés muy grande por la relación sexual, están explorando su propio cuerpo, respondiéndose a la pregunta de quién soy, por tanto les interesa cualquier mensaje relacionado con la sexualidad.

«La segunda razón es que no existe una mediación suficiente o bien orientada de los adultos; y la tercera está implícita en la sociedad misma, que facilita el acceso a las nuevas tecnologías a través de las cuales están llegando muchos de esos mensajes. Acceso que, como decía anteriormente, no está mediado por un adulto preparado para hacerlo».

De la necesidad de fomentar valores habló también la Doctora Domínguez: «Muchas veces en la sociedad se manifiesta una doble moral. En ocasiones, los discursos no son coherentes con nuestra propia conducta, inclusive en nosotros los padres. Esa doble moral, la falta de ejemplo y la situación económica impactan en los valores y son condiciones objetivas que llevan a los jóvenes a cuestionárselos.

«Si desde edades tempranas no se potencian adecuadamente el respeto al otro, la responsabilidad, la dignidad, la solidaridad, la honestidad, el patriotismo… es muy probable que este tipo de música llame la atención. 

«Nuestra sociedad está mucho menos impactada que otras, pero es una tarea titánica que no podemos desatender. No estamos en una campana de cristal, sino sometidos también a lo que hoy está pasando en el mundo».

Estar expuestos a esa música urbana puede influir, de hecho, en la salud mental de las nuevas generaciones, alertó la Doctora. «La violencia engendra violencia y la curiosidad por conocer la droga puede invitar a experimentarla. Además, promover el sexo por el sexo puede traer grandes males propios de estas edades, como embarazos no deseados e infecciones de transmisión sexual.

«Todo ello incide en el desarrollo personal de adolescentes y jóvenes, en su salud mental y es parte de esa filosofía de vivir el aquí y el ahora. Es el resultado del impacto del neoliberalismo en la filosofía y la conciencia social. De esa filosofía posmoderna que nos invoca a olvidar el pasado y que convoca a la juventud a drogarse, a hacer sexo sin afectos, a cometer violencia y hasta a delinquir, y que tiene en su base el propósito de enajenarlos en lugar de prepararlos para llevar a la sociedad a planos superiores.

Un poco de historia

Muchos se asombran al comprobar cómo el trap ha subsistido a partir de lo dañado del marco en el que vio la luz en los años 90, empezando por la cuestión fundamental que le otorga su nombre, al tratarse de una palabra devenida del  inglés que hace referencia a los lugares donde se vende droga ilegalmente. Asimismo, dicho término se utiliza para designar el acto de traficar en sí.

Esta subcorriente, que se coloca dentro de las músicas urbanas, se mantuvo «oculta» por mucho tiempo, pero fue mutando por el camino hasta que su forma actual alcanzó el mainstream (tendencia o moda dominante), siempre dispuesto a absorberlos. A base de videos y visitas en YouTube unos cuantos traperos consiguieron que finalmente las multinacionales se fijaran en ellos, y la entrada de dinero subió notablemente el nivel de algunas producciones a medida que ha ido entrando a los podios comerciales. Así han asaltado un mercado, el de la música, que se niegan a abandonar, y un territorio común a una generación (millennials).

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