Comentario de una súper banda

Siempre quise escribir algo con la frase the show must go on, hasta hoy. Como escritor, como periodista, como crítico, uno tiene muchas fantasías que se van sedimentando para crear un galpón de ideas desde las que beber en los momentos especiales, esos en los que no quieres ser aristotélico, en los que se impone rehuir de la estructura para alimentar la felicidad de escribir, sin más fin que saldar una deuda con el action writing.

Ayer vi Superbandaclown, en el Café Teatro Bertolt Brecht, como parte de la muestra del Traspasos Escénicos, evento organizado por el Instituto Superior de Arte (ISA), en la piel del doctor Eberto García Abreu. Otra vez, un espectáculo para deslumbrar a los primerizos; otra vez, una experiencia que me deja sin ánimos de otra cosa que no sea fluir con los ritmos de la vida, la tierra, la energía toda, en palabras de mi psicoterapeuta. Porque el espectáculo que dirige Ernesto Parra, de Teatro Tuyo, es siempre una sorpresa aunque lo hayas visto, aunque te lo esperes, aunque te lo contasen con pelos y señales.

Los jóvenes actores del grupo tunero han cosechado la mar de premios con este show, que siempre comienza cual si fuera el fin del mundo, cual si no hubiera otra mañana en la que explotar indios. Pero cada vez que llega el fin, y vienen de la nada los payasos y la conga, el arcoíris regresa, y la Oda a la Alegría, leitmotiv continuo del espectáculo, se convierte en el extracto nacional nunca pensado por Beethoven.

La obra trata sobre una banda que debe interpretar la Oda a la Alegría, del compositor alemán, y en la espera de su director reciben la noticia de una enfermedad que le impide llegar; entonces, deben sustituirlo y nadie se atreve a tomar la batuta. Sólo hasta que descubren el verdadero papel del asistente, figura de apoyo durante toda la pieza, es que éste encuentra la armonía perfecta para aunar a todos, interpretando finalmente la pieza coral.

Pero la historia que subyuga, que seduce y se impone desde su belleza y humanidad, no es la fría narración del argumento, sino la mirada que hacen a los valores perdidos en la premura de nuestra vida actual. La puesta, ganadora del premio de la crítica Villanueva, de la UNEAC, y de los premios de actuación Adolfo Llauradó de la  Asociación Hermanos Saíz (AHS), asume desde su interpretación musical el reto de conmover a partir del reciclaje de ritmos nacionales y temas antológicos como El manisero, El Chan Chan y Lágrimas negras. Tal estrategia no viene de gratis, pues funciona para convertir nuestra lectura de la pieza sentimental en algo aterrizado en lo nacional y no en préstamo de otra cultura europea, aunque su continuum rítmico sea éste.      

Hoy se encuentran muy pocos dramaturgos que se desnudan ante la belleza de un texto sobre los sentimientos, hoy nadie habla de lo que nos conmueve por miedo a ser cursi; sin embargo, las estratagemas de los circunloquios de cada una de las puestas renovadoras y experimentales, llega a la personalidad como algo para analizar. Entonces, el placer de encontrar una voz limpia, transparente, que vocalice sus textos sin penas impostadas, ni miedos grupies, tiene sólo el nombre de eso que te remueve cuando los clowns de Teatro Tuyo forman su banda, y merece comentarse, aunque sea para crear más expectativa que para de-construir su cuerpo. Pero de eso trata la puesta, del placer de encontrar una salida cuando todo se tiñe de blanco y negro.

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