Te sorprenderás

El programa invitaba a un concierto clásico que debió iniciar con La Tumba de Caturla, pieza de Shelly Hanson, la compositora norteamericana que se enamoró para siempre del genio de ese creador. La noche —en efecto— prometía aplausos en derroche, pero el público no imaginaba que con los primeros acordes de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Minnesota ya se pondrían de pie.

El slogan de la Sinfónica lo advertía: You´ll be amazed, y sorprendido quedó el Teatro Avellaneda de Camagüey en pleno cuando los muchach@s abrieron regalándonos las notas del Himno Nacional de Cuba. Desde ese momento la empatía entre esos músicos y su audiencia no hizo más que crecer.

La Orquesta compone, junto a otras tres, la organización Sinfónicas Juveniles de Minnesota, la cual se dedica a la formación orquestal a nivel de conservatorio y es considerada por los entendidos como una de las mejores de Estados Unidos. Por primera vez viene a Cuba gracias a la colaboración del ClassicalMovements, el Instituto Cubano de la Música y el Centro Nacional de Música de Conciertos. Su gira por nuestro país solo incluyó tres presentaciones: una ocurrida en la capital el 25 de junio, la siguiente el día 28 en Camagüey y la última el 29 en Santiago de Cuba, para abarcar así las regiones Occidental, Central y Oriental de la Isla.

Sobre los conciertos en La Habana y la Ciudad Heroína nada puedo decir, pero de la experiencia en la tierra de Agramonte tengo mucho para contar. Los músicos de Minnesota (adolescentes, casi niños) llegaron aquí a proponer un concierto clásico en medio de las festividades del San Juan camagüeyano, que aunque a los principeños no les guste llamarlo así, son lo más parecido a los populares carnavales que se celebran por todo el país bajo diferentes nombres.

Competir con unas parrandas no resulta sencillo, a los cubanos nos encanta la pachanga, pero aquí probamos disfrutar con el mismo deleite de un programa que incluyó el concierto para piano y orquesta en fa mayor del compositor George Gershwing y la segunda sinfonía en mi menor  Op. 27 de Sergei Rachmaninoff. El Teatro Avellaneda tuvo ocupadas casi el 100 por ciento de sus butacas.

Un momento particularmente emotivo vino de las manos diestras del pianista invitado, Nachito Herrera, quien junto a Chucho Valdés y Gonzalo Rubalcaba pertenece, según el reconocido crítico de jazz Neil Tesser:«a un nivel muy selecto de talentos». El pianista cubano amó el reencuentro con su público tras varios años de vivir en los Estados Unidos e hizo brotar patriotismo a las teclas blancas y negras al ritmo de un popurrí criollo que los presentes reconocieron enseguida y secundaron al coro de «Cuba, qué linda es Cuba». El maestro Adalberto Álvarez, ubicado entre los espectadores esa noche, agradeció las palabras de Nachito quien elogió su trabajo en la defensa del auténtico son.

Las palmas y vítores incesantes conmocionaron a los músicos y a su director Manny Laureano al punto de que no encontraban cómo despedirse del escenario. De tal suerte,que interpretaron dos temas más de lo previsto, entre ellos, música de Puerto Rico, «la otra ala», como le llamó en un español bastante decente el señor Laureano, hijo de boricuas.

Cuando al principio de la velada, al Himno Nacional de Cuba le continuó el norteamericano, los públicos volvieron a ponerse de pie, ese momento de respeto solemne significó un abrazo simbólico entre las dos naciones justo en el espíritu que este intercambio cultural pretende perpetuar.

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