Un arco hecho de palabras

Eduardo Herrera Baullosa es de esos poetas-amigos que se llevan el corazón de una, atado a las maletas de las despedidas, al dedo índice de la mano izquierda, como en cierta leyenda japonesa que habla del buen amor. Ese hilo —rojo— ha corrido entre nosotros a pesar de la separación. Admiro su escritura por honesta. No se carga de tules para contar. No recurre al facilismo poético ni busca el esplendor de los concursos o las publicaciones: solo florece a la sombra, en silencio, casi candorosamente. A pesar de todo, algunos reconocimientos —la flecha de los reconocimientos— apuntaron a la diana correcta y obtuvo, hace apenas unos meses, el Premio Internacional de Poesía El mundo lleva alas 2016, organizado por la Editorial Voces de Hoy, en los Estados Unidos; certamen en el que otros creadores cubanos también se ubicaron en el podio de los triunfadores. En fechas próximas, la Editorial Voces de Hoy dará a luz al primogénito poético de este autor: Despedida en la Habana como si fuera Ítaca, cuaderno que sin dudas hará las delicias de sus futuros lectores. 

Cubano de pura cepa, arquitecto de una dignidad poética por la que a veces ha pagado un alto precio, Eduardo Herrera Baullosa persiste en el oficio, resiste desde el verso. Contempla las orillas del mar en las costas de la Florida con la misma pasión con que observa las olas que baten contra el Malecón habanero, cerca de su casa en el céntrico Vedado. Para él, ambas ciudades tienen poesía. Lo llaman. Y Eduardo responde desde la palabra precisa. También ahora, desde esa palabra, accede a contestar algunas preguntas que ya me ha respondido otras veces, quizás de manera menos formal y más íntima. Pero, esta vez, ¿por qué no compartir algunos de esos secretos que guarda el poeta, el amigo? 

¿Entiendes la poesía como un largo camino —no siempre con frutos a corto plazo— que exige del poeta paciencia y persistencia?

Los caminos se vuelven únicos cuando lo transitan poetas diferentes. A algunos les toma mucho tiempo recorrerlo; otros, si tienen suerte, encuentran un atajo y llegan antes. Pero el carácter único acompaña a todos. En mi caso, ese atajo no existe, se hace infinito. Paciencia y persistencia no son conceptos suficientemente explícitos para definir el tiempo y la dedicación de mi trabajo creativo.

¿Qué opinión te merece la poesía cubana actual, de un lado y otro de las dos orillas? ¿Encuentras rasgos que distingan a los poetas de Cuba y de Estados Unidos?

Nuestro trabajo poético se desarrolla a las puertas de un nuevo siglo y tiene un poco del «caos» positivo de la transición: algunos encuentran esta circunstancia «decadente». Yo lo veo de otra manera, como algo necesario. Esa aparente fragilidad camina sobre el universo que aún no comprendemos, atraviesa un espejo para llegar al otro lado fortalecida con el máximo posible de fidelidad al género. ¿Estamos en crisis los poetas cubanos? Considero que la poesía vive un momento especial, capaz de trascender y dejar huella. Al decirte esto corro el riesgo que solo se corre por amor.

No dejamos de ser lo que somos por vivir en una u otra orilla: como cubanos hablamos, comemos, reímos, amamos y, por supuesto, escribimos. La lengua común y la fuerza de la cultura compartida facilitan ese decir casi idéntico. Algunos pueden argumentar que para las generaciones nacidas fuera de la isla, o de muy temprana emigración, estas influencias no son determinantes. Particularmente, no lo veo así. La lengua materna es aquella que escuchas de tus padres; a través de ella se constituye lo que llamamos idiosincrasia; si se mantiene, será determinante para el desarrollo y consolidación de la identidad poética.   Reflejamos realidades distintas —es cierto— pero es una forma de reescritura de nosotros mismos y nuestra identidad a través de un mismo vehículo. A veces tratamos de ofrecer resistencia como resumen de todas nuestras impotencias, pero es tan quebradiza la línea que terminamos siendo poetas cubanos allí donde estemos.

¿Cómo es que reconoces tu camino como poeta? ¿Cuándo llegó el llamado de la vocación? ¿O cuándo tomaste la decisión?

Es difícil encontrar el momento exacto. Pienso que ya existía esa necesidad de ser escritor en los primeros juegos conscientes de mi infancia, cuando inventaba un mundo al que solo yo tenía acceso; más tarde, en la necesidad de capturar con la palabra lo que estaba más allá, siempre al borde del abismo existencial.

Comencé a leer desde niño, crecí en una época y un hogar donde eran imprescindibles los libros. A los que teníamos en casa se sumaban otros casi mensualmente: no había cómo permanecer al margen de esa influencia. Salvo los diarios de mis abuelos y los montones de cartas que se guardan como fósiles de una era sin Internet, no creo que alguien más escribiera. Pero no me sorprendería si apareciera algún material del que no tenía noticia. El amor por las artes y la sensibilidad artística están escritos en el ADN familiar.  

No escuché ese llamado, nadie me incitó a escribir, fue una necesidad que hasta hoy me acompaña, que me permite articular el pensamiento en frases. Es este un raro matrimonio que se da bien y espero que dure para siempre. No sé si lo que hago es trascendente: simplemente no puedo evitar hacerlo.   

¿Cómo se inserta tu poética en el campo de autores cubanos? ¿Reconoces alguna particularidad? ¿Cuáles son los temas que te interesan?

Francamente, no sé cómo responderte, nunca me he detenido a buscar esa particularidad en mi obra. Escribir es una necesidad, la satisfaces de la misma forma que el hambre o el deseo sexual. Es un acto mínimo de supervivencia para el escritor. Pero es imposible inventar lo que no existe.

El hecho de que no me haya detenido a pensar en ello no significa que mi poética, como dices, no esté insertada en el campo de los autores cubanos de mi generación. Como te comenté antes, somos lo que somos y también aquello que nos trasciende. Pero prefiero que ocurra de la manera más orgánica y silenciosa posible. No me gusta forzar las cosas. Lo más importante es tratar de ser sincero en lo que se hace.  

Me interesan muchas cosas —unas más que otras, por supuesto—, pero no funciona como un plan premeditado. Nunca fuerzo lo que hago, dejo que me guíe. Las ideas llegan y me pongo a trabajar. La mayor parte de las veces no sirve para nada lo que escribo, pero no por eso dejo de hacerlo. Es un instrumento que me permite vivir.

Te pongo un ejemplo: soy un apasionado de la música sinfónica, la ópera, el ballet, el cine… alguna que otra vez puedes encontrar referencia o influencia de estos gustos adquiridos, pero nunca he escrito toda una obra sobre ninguno de ellos. Pensándolo mejor, creo que me interesan mucho más los seres humanos, todo el complejo universo de la existencia. Pero es peligroso escribir, solo cuentas con la intuición y el auxilio del ejercicio intelectual: no siempre una herramienta completamente desarrollada. Hay que poner mucho cuidado en lo que se escribe, somos comunicadores y la responsabilidad con el lector, el respeto a su inteligencia debe ser prioridad.  

¿Existe algún otro género que te influencie o te interese cultivar? ¿Cuál es tu relación, a través de la escritura, con el mundo de la música y específicamente la ópera?

Si te refieres a la influencia estrictamente formal, soy el resultado de la fusión del lector empedernido y el empirismo que nace de la vida. No tengo formación formal como escritor. Encontré en la lectura el medio para mirar y narrar desde mi lugar. Esas lecturas son las que me guían para viajar en el tiempo, crear personajes y llegar a lugares que nunca conocí.

Todo lo que disfruto y estimula mis sentidos sirve de influencia: sin ser completamente consciente de ello me renueva todo el tiempo, no me limito, tengo la necesidad de intentarlo con todo lo que llame mi atención.

La narrativa tiene un efecto poderoso en esa necesidad, también el cine. Escribo cuentos, novelas, y hasta algún que otro guión, como si fuera la primera vez que lo hago. Ese compromiso de renovarme a través de las influencias de otras manifestaciones artísticas es lo que me permite vivir y escribir.

La música y la ópera son imprescindibles, capaces de producir la tensión suficiente para influir cualquier cosa que hago, presente también en lo que escribo, pero de la manera más orgánica posible, nunca como leitmotiv. Ten en cuenta que no soy músico de formación, aunque me hubiera gustado serlo. Creo que el escritor debe poner cuidado en no forzar las cosas. Si algo te apasiona no tiene por qué estar presente en todo lo que escribes. Hay que tener mucha precaución con ciertas condescendencias. 

¿Qué futuro vislumbras a la poesía cubana? ¿Cuáles son, en la actualidad, retos y metas sin superar?

Vislumbrar el futuro es una profesión difícil. Tomemos como referente el presente: la altísima calidad de lo que se hace en estos momentos, el número de poetas jóvenes que producen esas obras, sumados a nuestro legado, hacen que la predicción sea positiva, esperanzadora.

Más que retos o metas sin vencer, veo dificultades objetivas que superan la voluntad del poeta: intolerancia, malas políticas editoriales y economía que lo complica o justifica todo, la casi inexistente presencia de nuestros trabajos en el soporte periodístico, espacio reducido de encuentro y divulgación del género, cansancio de las instituciones, dificultades para entrar en contacto con lo que acontece fuera de la Isla, la entronización y anquilosamiento de los nombres sagrados, la falta de lectores especializados… y así, una lista de imponderables que nos superan. Tengo que aclarar que esta no es una realidad exclusiva de Cuba, algunos de los problemas que te menciono son el día a día en la vida de cualquier poeta allí donde este.

Pero la poesía es la cuerda fantástica de un arco hecho de palabras que el poeta tensa hasta el límite para forzar el lenguaje y transformarlo en pensamiento materializado: la flecha. Mientras existan arco y arquero no habrá límites para ella.

¿Crees en los grupos literarios, en la confluencia de poetas que se brindan ayuda mutua?

Creo en las relaciones interpersonales, en el instinto colectivo inherente al ser humano, en la ventaja que eso significa para el desarrollo del pensamiento, algo que en psicología llaman inteligencia afectiva. Cuando tienes la posibilidad de enfrentar criterios, sensaciones, entrelazar tu ser espiritual y humano con otros, creces de manera ecuménica y auténtica.

Los grupos literarios o lo que llamas confluencia de poetas son un ejemplo de eso que expliqué: sirven de refugio cuando eres minoría y tu percepción no es la común. Pero no puede forzarse, debe ocurrir de manera espontánea: reunirse en un gremio para seguir las tendencias de la moda no es sano.      

Hay quienes prefieren el ostracismo creativo y logran verdaderas obras de arte desde su aislamiento. Es algo privativo de una minoría, están ahí para demostrar que nada es absoluto y que la diversidad es el mejor concepto para definirnos. 

Se impone una pregunta de rigor: ¿qué significó para ti obtener el Premio Internacional de Poesía El mundo lleva alas 2016, organizado por la Editorial Voces de Hoy, en los Estados Unidos?

Me siento feliz, agradecido. Un premio no siempre significa que tu obra sea la mejor, pero sería hipócrita el que no reconociera la satisfacción por obtenerlo. Es también un vehículo para la edición de uno de mis libros, una oportunidad que muy pocas editoriales y certámenes dan y que la Editorial Voces de Hoy permite.

Tú, que me conoces bien, sabes que me cuesta preparar materiales para los concursos, no soy muy organizado en ese sentido. Un amigo poeta me dijo a propósito de haber ganado: «premio llama premio»; algo así, como una reescritura del refrán: «dinero llama dinero». No es precisamente dinero lo que ganan los poetas, dista mucho de ser una profesión rentable. Así que, siguiendo la filosofía de mi amigo, uno de los grandes de su generación, continuaré intentándolo pero con un aforismo diferente: «publicación llama publicación».  

Háblame un poco del poemario ganador, y de sus expectativas de futuro, ¿qué esperas de él? ¿Confías que abrirá un nuevo camino a tu poesía?

Me cuesta entender lo que escribo, no porque sea complejo o filosófico, por el contrario, a veces creo que no merece demasiada atención. Siento la necesidad de decir y lo hago. Es un aprendizaje de vida, sale de mí y literalmente sigo la corriente. Me siento feliz cuando algo parece medianamente interesante.

Prefiero que sea otro más autorizado, de preferencia uno que lo haga por instinto. Para no dejar de contestar, te diré que es íntimo y sencillo.

Espero lo que esperaría cualquier padre de su hijo, que crezca sano y no sufra demasiado. El camino que abra: estoy preparado para recorrerlo.

Proyectos futuros que te esperan, libros por escribir o publicar…

Tengo varios trabajos por terminar: dos novelas que por ahora están en una suerte de pausa y un conjunto de cuentos que ya casi finalizo. También un poemario que ha comenzado siendo femenino, aunque ignoro si continuará con ese estilo. Me ha sido interesante la incursión reciente que he hecho en la crítica periodística.

También aguarda por mí la publicación del poemario premiado: «Despedida en la Habana como si fuera Ítaca», y preparar para futuras ediciones los cuadernos «Como un Guernica» y «Pequeñas estatuas transparentes».

¿Cuál es la mayor virtud y reto de ser (y permanecer) poeta en los tiempos que corren?

Transformar las sensaciones en palabras; entretejer forma y símbolo hasta denudar la rigurosa arquitectura de la existencia, materializar lo subjetivo y lograr que otros lo aprecien, es de las mayores locuras que pueden imaginarse. Cualquier persona, medianamente sensata, no debería ser poeta. Pero es en esa locura inevitable —la que hace de los instintos y el pensamiento una misma cosa— donde radica la virtud de serlo.

En el contexto de la posmodernidad (de la digitalización de la posmodernidad) nace este mundo nuevo y extraordinario, donde la exhibición de lo más íntimo es práctica cotidiana y la estulticia humana confunde las herramientas de la tecnología con sentimientos o relaciones cognitivas. Donde el libre albedrío se volatiliza. Un lugar donde el  conocimiento se reduce a la lectura de unos cuantos párrafos escritos por —Dios sabe quién—, y donde muy pocos encuentran tiempo para educar los sentidos y nutrir el espíritu. Es en esta realidad donde los poetas tienen una responsabilidad cada vez mayor para evitar la deshumanización del Yo… y cuando digo poetas me refiero a los creadores, a los artistas. Sin negar nuestro futuro debemos encontrar el equilibrio que nos permita valernos de las herramientas sin dejar de ser.

Si el fin de la Segunda Guerra Mundial supuso la necesidad de un lenguaje que reconociera al otro —lenguaje de la debilidad y no de la fuerza—, y la segunda mitad de siglo pasado irrumpió con la postmodernidad y la aparición de las teorías deconstructivas; entonces, nuestro tiempo transitivo necesita una relectura de los precedentes para apropiarnos del legado y de-construir nuestra realidad sin negarla.

¿Crees en el rigor del oficio o en la inspiración? ¿Tal vez en una mezcla de ambos registros, digamos una polifonía? ¿Qué prima en ti?

Creo en la diversidad. Sin diferencias no existe equilibrio. Como el sujeto heterogéneo que soy, encuentro en la mixtura la fórmula ideal del progreso.

Esta manera de pensar también es aplicable al trabajo creativo. En mí funciona la mezcla de todos los registros, esa polifonía de la que hablas.

No es una formula rígida ni creo que sea perfecta. Siempre habrá momentos en los que prime un elemento sobre el otro; yuxtaposición que surge de la necesidad más que de la premeditación. En mi caso la voz dominante es la inspiración.   

Cuando vivías en Cuba, ¿cómo veías a la poesía joven gestada en la Isla? ¿Y cómo la contemplas hoy desde la distancia?

Entre un tiempo y otro no existen cambios sustanciales. Persiste algún sentimiento de frustración, no por la calidad de la producción poética en sí misma, la cual se ha mantenido con un estándar muy alto, sino por la imposibilidad de acceder a ella sin limitantes. No poder llegar los unos a los otros, y continuar definiendo a los poetas cubanos por el lugar que ocupan en un mapa, no ayuda a derribar ese muro inexistente entre nosotros. Pero quizás sea un juego de mi mente y estemos más cerca de lo que realmente puedo ver.

¿Qué podrían aprender los poetas cubanos de los poetas norteamericanos? ¿Y viceversa?

Cualquiera que sea ese proceso de aprendizaje, tendrá que ser por fuerza de retroalimentación, aunque odie la insinuación antropofágica del término. 

Así, por ejemplo, puede que encontremos en poetas fuera de la Isla una mayor multiplicidad lingüística que fuerza el aprendizaje de otro idioma, facilidad de despliegue, de subir, de sumar experiencias culturalmente nuevas, muchas veces diametralmente opuestas a las vividas: eso podría crear cierta despreocupación verbal que revela lo auténtico.

Los poetas de la Isla aportan la esperanza del sujeto, la última ironía que nos permitirá regresar a reencontrarnos con nosotros mismos: un auténtico vivir surrealista con la pasión de las vanguardias que no dejan de decir como fin consciente del hombre. Estos poetas confían en que su presencia cambiará el lenguaje bajo la resistencia renovadora de su poesía.

¿Existe algún genio tutelar que acompañe tu escritura?

Martí, Juana Borrero, Carpentier, Lezama, Dulce María Loynaz, Eliseo Diego, Virginia Woolf, Fernando Pessoa, Homero, Lorca, Thomas Elliot, Jorge Luis Borges, Clarice Lispector, Kavafis, Ivo Andrić, Tolstói, Cervantes, Eurípides, Paul Celan. La lista se haría interminable y faltan muchos, muchos, muchos.

Si pudieras escoger una palabra que te definiera como poeta, ¿cuál sería?

Honestidad.

Si tuvieras el don de ver en el futuro —y así descubrieras que tu poesía ha sobrevivido al paso del tiempo y a la maldita circunstancia del olvido por todas partes—, ¿qué te gustaría que se dijera de tu poesía y el autor que eres/fuiste/serás?

Francamente, si eso acontece, espero se escriba muy poco: no quiero correr el riesgo de no haber sido comprendido. Prefería que se dijera solo lo justo.

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