Era tarde o temprano, noche o mañana. No importaba. En RomerÃas el dÃa comenzaba a cualquier hora. HolguÃn era alegrÃa y miles de personas en las calles, creadores cubanos y visitantes de 26 naciones confluÃan en parques, exposiciones, presentaciones de libros, conciertos…, cautivados por los encantos de este festival gigante.
Muchos almorzaban a las seis de la tarde y comÃan durante la madrugada, tal como hicieran los personajes Esteban, SofÃa y Carlos en la novela El siglo de las luces, de Alejo Carpentier, aunque no creo que algún reloj de sol se convierta en lunar. Otros se conformaban con pizzas, refrescos, panes con algo dentro y desandaban las calles, bailaban, reÃan, aprendÃan y disfrutaban sin preocupaciones, en la Fiesta Internacional de Juventudes ArtÃsticas.
Olores agrios, andares agitados, rostros sonrientes o extenuados y la confluencia de personas crearon un ambiente inusitado. Las calles holguineras conducÃan a la creación, nunca a Roma, les brotaba de sus entrañas un sabor a savia joven con sorbos de tradición, por aquello de « no hay hoy sin ayer», lema y certeza del evento.
Cada esquina constituÃa un encuentro con el baile, la pintura, el teatro o agrupaciones musicales, cada puerta escondÃa una cita con la creación y el intercambio fructÃfero. Blogueros, twitteros y facebookeros también confluyeron en esta Capital del Arte Joven…, y conviertieron parte de Internet en voz de hermandad.
La diversión se trasladaba a guaguas, pasillos, parques…, y muy dentro habÃa una suerte de amistad, donde todo se volvÃa entusiasmo y nada imposible, donde quedó claro que el quehacer creativo es un vendaval de pasiones: lúdico, ennoblecedor, espontáneo… Además de los artistas, habÃa personas pintorescas: poetas sin versos, cantantes improvisados…, pues en RomerÃas todos son «creadores».
Algunos autores envÃaron sus obras ante la imposibilidad de asistir, porque querÃan que parte de ellos estuviese allÃ. Luego siguieron los acontecimientos mediante las redes sociales; asà son los «romeros»: viven por el arte.
A inicios del evento, holguineros e invitados subieron el Hacha, sÃmbolo de la ciudad, hasta la cima de la Loma de la Cruz. Tal vez allÃ, en el punto más alto de la urbe, algunos recordaron al fraile franciscano Antonio de AlegrÃa, y pidieron un deseo, asà lo hacÃan los antiguos pobladores, asà lo hacen modernos amantes de sus raÃces.
Las RomerÃas contagiaron y apasionaron, buscaron las esencias y no se conformaron con el horizonte, su interior no tuvo dimensiones, es infinito, absoluto. Se entra despojado de brevedad para cultivar el deslumbramiento; la antorcha del arte iluminó HolguÃn y más allá.
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