La Cruzada: impulso para la creación

Durante 34 días, entre el 28 de enero y el 3 de marzo, y luego de haber hecho una travesía de casi dos mil kilómetros, la Cruzada Teatral Guantánamo- Baracoa llegó al término de su edición veintisiete.

Artistas nacionales de las tablas, exponentes internacionales y, por supuesto, los anfitriones del teatro guantanamero, plantaron su escenario improvisado e itinerante en más de doscientas comunidades de la serranía, acompañados por proyectos comunitarios locales, promotores culturales y otros especialistas del ámbito escénico, entre los que estuvo –por primera vez y durante la segunda mitad de la trayectoria– la joven crítico de teatro, Isabel Cristina López.

Horas después del recibimiento de la tropa en el mismo punto de partida –el parque José Martí, de la ciudad de Guantánamo- converso con la joven teatróloga para obtener las  impresiones de su participación en el evento.

Es una experiencia muy impresionante en todos los sentidos, desde el punto de vista artístico, de la relación del público con los espectáculos y sobre todo desde la perspectiva humana —comienza a decirme en cuanto me ve frente a ella, celular en mano.

Creo que un trabajo como el que hacen los fundadores de la Cruzada y los jóvenes que participan, tiene mucho que ver con su calidad humana, sobre todo porque se hace para gente que no está acostumbrada a ver teatro. Este tipo de experiencia tiene la particularidad de que no son las personas las que van al teatro, sino es el teatro quien va a públicos muy diferentes, muy diversos —asegura sin apartar de mí la mirada.

Mientras la escucho con atención, continúa: En cada una de esas comunidades hay una cultura específica, y los actores que intercambian conocimientos y culturas con esas comunidades, tienen que adherirse a ellas de alguna manera para retroalimentarse. Por eso es un trabajo muy rico, para los actores y también para los públicos. El artista está llevando el arte, pero está recogiendo también la cultura de gente que quizás no ha ido mucho al teatro, ni ha participado en exposiciones de artes plásticas, pero que sí tienen otros saberes, otra cultura que es importante conocer.

Algo significativo que tiene la Cruzada —responde después de tomarse un respiro— es que no solamente se va allí a presentar algo, sino que sirve como impulso para crear obras. Es un estímulo desde la creación, pero también desde la investigación, para esos grupos y creadores que deben crear un producto pensando en un público determinado, que no tiene mucho que ver con el de la ciudad.

Desde el punto de vista artístico, una de las cosas que más me interesa es que en las agrupaciones de Guantánamo hay muchos jóvenes que están creando. Ahora mismo, a pesar de sus grupos antológicos, que tienen ya un prestigio, en el teatro guantanamero hay jóvenes directores que están haciendo sus obras. Además, son generalmente los actores jóvenes los que están sosteniendo ese teatro que se lleva a la Cruzada.

Le pregunto acerca de la convivencia intergeneracional.

Esa es otra cosa interesante que pude percibir —me confiesa—. Cómo se relacionan los fundadores, los que llevan más años, como Ury Rodríguez, Emilio Vizcaíno o Rafael Rodríguez, quienes en los primeros años tenían que ir a pie a las comunidades y pasarse horas caminando con la mochila al hombro, con los jóvenes que ya vivimos otra Cruzada, donde hay más condiciones que, por cierto, considero que se pueden seguir mejorando. Lo interesante es cómo a veces, cuando los jóvenes se quejan de las condiciones, del camión, entonces esos veteranos les hablan de aquellas experiencias. Se detiene un segundo y continúa: Creo que mirar a esos inicios y escuchar esas historias es importante; algo que hace crecerse a los jóvenes.

¿Consideras que la Cruzada es sostenible en el tiempo con los jóvenes?

Yo creo que sí se puede sostener en el tiempo —afirma asintiendo con la cabeza y dejando ver una expresión de seguridad en el rostro—. Lo que no se puede es olvidar la historia de la Cruzada. No se puede perder el anclaje, los orígenes del proyecto. Que la Cruzada se sostenga en el tiempo depende tanto de no cambiar los objetivos ni la función primigenia, como de mirar hacia adelante y ver a los públicos de manera diferente. Cada comunidad tiene un público distinto.

Pero eso es algo más complejo de lo que parece —me explica—, porque hace veintisiete años los pobladores de esas comunidades no tenían las mismas necesidades ni las aspiraciones que tienen ahora. Hace veintisiete años, en Punta de Maisí la gente no era igual que ahora. Veintisiete años atrás no tenían celulares, ni acceso a más tecnología o más información. Ahora la gente recibe a la Cruzada de otra forma y creo que también hay que tener eso en cuenta.

La interrumpo para pedirle que me hable de esas diferencias.

Hay lugares más intrincados, con públicos más vírgenes que agradecen el trabajo de un actor que viene como un juglar a brindarle un espectáculo. Sin embargo, hay otros donde se tiene un nivel de desarrollo y los niños, por ejemplo, graban en un tablet la función. Eso no es malo, al contrario, es admirable, porque esos niños quieren recoger ese momento para volverlo a ver una y otra vez.

Vuelve a detenerse y sonríe, esperando por mí. ¿Y entonces que te ha parecido la experiencia que viviste en la Cruzada?, le pregunto para terminar.

Es una de las cosas más maravillosas que me ha pasado en la vida, como especialista de teatro, como crítico, como espectadora y como ser humano. Lo más bonito es que uno vuelve a ver cosas del teatro que siente perdidas, como por ejemplo la función social del teatro y la magia del teatro, que a veces resulta un lugar común, pero no lo es. Es una verdad, que ha perdido sustancia en estos tiempos de tecnología y desarrollo. Aquí se puede apreciar la magia del teatro, la función social del teatro, y el teatro puede ser algo altruista, que induzca y provoque cambios verdaderos en la gente. Eso es algo muy reconfortante, muy gratificante. Es más lo que uno se lleva de esos lugares y de ese público, que lo que uno entrega.

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