Los náufragos de Escambray

En tiempos que la vida a veces parece que va mucho más aprisa que los seres humanos y que las pequeñas cosas ya pasan de moda y que –atendiendo a lo anterior– lo válido en los predios del arte, particularmente en el cine o en el teatro, son las grandes producciones las que más público atraen, en su primera noche el Festival de Teatro Joven descalificó esta tesis con una obra sencilla y humilde, pero muy bien concebida y lograda por Grupo Teatro Escambray.

Naufragios, fruto de la creación colectiva de los jóvenes actores Arlettis González Cazorla y Roberto Águila Ortega, y de Rafael González, director del colectivo, es una propuesta que patentiza el quehacer de esta prestigiosa agrupación del centro del país. Una obra de fácil lectura pero de acentuado rigor dramatúrgico en la que se hilvanan de manera armónica fragmentos de textos de escritores como Ana Lidia Vega Serova, Laidi Fernández de Juan, Guillermo Vidal, Alexis Díaz Pimienta y del villaclareño Amador Hernández.

El bolero Niebla del riachuelo da inicio a la pieza, en franca competencia con la voz grave de Arletti, de timbre especial para el teatro. Discursa del país, del mapa que en forma de caimán supone esta Isla-Patria que nos arropa, que unas veces nos acaricia y otras nos pone al borde del límite.

No hay una sola palabra en Naufragios que no haya sido pensada para que cale en lo más hondo del que la escucha. Veía a los diestros actores dialogar entre sí y pensaba en ese hombre de campo que le llega esta propuesta y la puede decodificar a la par del hombre de ciudad, sin problema alguno porque es su país, el que le están poniendo en sus oídos, quizás con una frase más o menos dura que ejemplifica sus alegrías o pesares.

Bastan dos sillas de madera, una pequeña mesa, una guitarra, un cuchillo y una bola de plastilina y un celular –casi imprescindible por estos tiempos tecnológicos– para junto al excelente desempeño actoral, configurar una puesta en escena, si bien sencilla, de un acabado y fuerza capaz de atrapar al espectador desde el primer momento.

Sin muchas pretensiones y medias tintas, en pocas palabras, los protagonistas exponen sus utopías, nostalgias, penas, hablan del hombre nuevo. ¿Será ese hombre nuevo que allá por los 60 se veía alcanzable?

Lo cierto y positivo es que el teatro sigue siendo cuestionador, y este «naufragio» sabe muy bien emerger de las aguas, poner el dedo en la llaga y llegar a la orilla, incluso, como buenos cubanos, burlarse hasta de las desgracias, de las penurias del día que, a veces, nos ponen en medio de un laberinto y nos vemos obligados a buscar la luz al final del túnel, o en medio del océano y como náufragos vamos sin que nos quede de otra, a conquistar tierra firme.

El estilo narrativo de esta propuesta, a mi juicio, bastante lineal, la hace atractiva, sin muchos artilugios o sofisticaciones –muchas veces banales y sin sentido– nos hace vivir esa antigua tradición religiosa de reverenciar la Ceiba de Shangó hacer culto de los sencillo pero amado, una obra en la que se puede palpar la fuerza de los textos entrecruzados, para conformar una puesta de excelente factura y alto vuelo estético desde lo sencillo.

El teatro, que a veces nos llega con disfraz jactancioso y complicado, con mucha pompa y palabra hueca que no dice nada, en Naufragios aparece con las vestiduras de lo campechano pero grande y hermoso. Quizás sea este uno de los grandes méritos de estos náufragos que la marea por suerte trajo hasta Holguín.

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