Me llamo Alejandro Martin Rojas Medina y soy escritor de ciencia ficción. En el 2015, fui mención en la categorÃa de novela en el premio David de la UNEAC y en el 2016, obtuve el premio Calendario de ciencia ficción. Aquà les traigo un relato titulado El sueño de Vero, espero que lo disfruten.
“EL SUEÑO DE VEROâ€
“Debemos declarar nuestros «yos» virtuales inmunes a vuestra soberanÃa,
aunque continuemos consintiendo vuestro poder sobre nuestros cuerpos.â€
Declaración de la Independencia del Ciberespacio,
John Perry Barlow
A Vero le costó trabajo abrir los ojos, pero el reloj biónico continuó estimulando su sistema auditivo hasta despertarla por completo. Al fin logró erguirse, y estiró su cuerpo para liberar sus músculos del dolor y el entumecimiento. Llevaba treinta y cinco horas seguidas trabajando en el software, solo pudo dormir unos veinte minutos y aún le faltaba bastante para terminar.
Tuvo que ponerse otro parche de cafeÃna, y además uno de los últimos que le quedaban de esencia de proteÃna sintética para acabar de despabilarse.
Sintió un gruñido debajo de ella, como si algo gigante estuviera masticando piedras. Era el lamento del Girón, el inmueble milenario que sostenÃa su improvisado penthouse. Su gemido se repetÃa varias veces en el dÃa: los culpables eran la falta tradicional de mantenimiento, el abandono de los buenos inquilinos ante la invasión de otros mucho peores, y el salitre que devoraba sus bases y el mar cubrÃa sus dos primeros pisos. Aun asà se mantenÃa erguido, resistiendo varias décadas de embates económicos y ambientales mientras resguardara algún habitante.
―Espera solo un poco más― pensó ella, al acercarse al ordenador.
Hizo un ademán y los hologramas iluminaron la habitación. Según éstos, la recuperación del software de su Vida Digital aún demoraba. Los daños que recibió por el Malware de moda fueron un estúpido descuido que ahora lamentaba.
A cualquiera podÃa haberle pasado… pero no a ella. Tuvo que instalarle una personalidad nueva, y la complejidad de su elección tampoco facilitaba el proceso.
No era solo el cansancio. Supuso que también eran los efectos secundarios de la falta de sexo. Una buena revolcada hubiera afilado sus instintos.
Desde pequeña siempre fue brillante y poco tradicional. En lugar de juegos infantiles preferÃa las matemáticas y las maravillas que se podÃan crear con sus algoritmos. Los humildes orÃgenes en el Barrio del Canal no limitaron su desarrollo personal: su fuerza de voluntad y sacrificio la hicieron una de las grandes promesas de la Universidad de Ciencias Informáticas.
Formó parte del grupo de Producción de Bioinformática y Realidad Virtual que desarrolló el primer prototipo EMBO1: un emulador que estimulaba el área del prosencéfalo basal del usuario en estado de reposo. Aunque su aplicación más significativa era la reducción importante del nivel de stress… y que manipulaba el estado cerebral MOR, con la simulación consolidada de los sueños más complejos del usuario de una manera económica y no dañina.
Por supuesto, al formar parte del Instituto, ninguno de sus creadores tuvo el derecho de patentar el software.
Con los años, el sistema se perfeccionó y se exportó. Más tarde se puso paulatinamente al alcance de la población del paÃs. El acceso estaba muy controlado, y dependÃa del lugar en el escalafón que obtenÃa cada ciudadano de acuerdo al cumplimiento de sus obligaciones laborales.
Todo individuo, aparte de su paga mensual, recibÃa una tarjeta de Puntos Hipnos que determinaba su capacidad de acceso al EMBO. Dicha tarjeta se insertaba en la Consola Domestica y activaba el casco sensorial empleado por el usuario al dormir.
El uso de la aplicación secundaria de Compatibilidad Internacional, con la que se podÃan compartir sueños sin importar la ubicación global de los usuarios, una especie de chat onÃrico—telepático, estaba terminantemente vedada para los naturales del paÃs.
Prohibición que, por supuesto, hizo pronto surgir un floreciente mercado negro de consolas con acceso a Compatibilidad.
Vero fue de las primeras en lograr desbloquear el acceso del EMBO, a las pocas semanas de que, como a muchos otros, la necesidad económica la forzara a abandonar la docencia.
Pronto se unió a un grupo de piratas digitales hasta llegar a ser su cabecilla. Logró instalar consolas crackeadas en varias zonas como Alamar, Centro Habana y La Lisa, pero nunca se aventuró en las zonas más pudientes del Vedado y Miramar. Asà pudo evitar las posibles delaciones, mantener a sus padres hasta el final de sus vidas y alcanzar un nivel económico bastante aceptable. Nunca se casó, aunque sà tuvo muchos amantes.
Es ley de oro de los traficantes que no deben consumir el producto que venden.
Pero, ¿quién puede no soñar?
Al menos, y a diferencia de sus clientes —que aliviaban sus frustraciones existenciales mediante simulaciones poco imaginativas de turismo lujurioso, banquetes de proteÃnas verdaderas y orgÃas desenfrenadas—, ella preferÃa interactuar o encarnar las vidas de personajes olvidados por la Historia.
Ayer, por ejemplo, se habÃa metido bajo la piel de la pirata Anne Boony(1702—1782). En una sola noche pudo experimentar toda una vida desenfrenada, colmada de rebeldÃa, aventura, fortuna, lujuria y violencia no censurada.
Todo serÃa perfecto, si no fuera porque las autoridades ya le seguÃan la pista de cerca. Y la pena por crackear la propiedad del estado era mucho peor que veinte años de trabajo forzado en los Campos de Moringa Transgénica.
Ya se lo habÃa advertido Yosmany, su antiguo vecino babalawo que vivÃa dos pisos más abajo. Piérdete, que tienes la sal encima; estás en candela. Y ella confiaba en su consejo ya que, gracias a sus servicios —gratuitos, por supuesto— Yosmany habÃa logrado mejor vinculación espiritual con Orúnmila, el más sabio de los Orishas.
Ya se sentÃa cansada de esa vida de constante y agotadora lucha, de interminable esconderse y huir.
Minutos más tarde, la alarma de los sensores del ordenador, acompañado por un brusco temblor del inmueble, le indicó que finalmente la habÃan localizado.
Y además, enviaban por ella a lo peor que tenÃan.
Se asomó con cuidado por la ventana. El Droide Anfibio de Refuerzo 902, Almendrón como se le decÃa, escalaba con mucha dificultad el Girón. Con inestabilidad, sus garras se hundÃan en la piedra vieja para sostener su pesado caparazón similar a la carrocerÃa del clásico Chevrolet del 52.
No era el último grito de la técnica y a menudo funcionaba mal… pero todo eso lo compensaba el que su programación no incluyera arrestos: siempre era letal.
Vero suspiró y se deslizó por la pared hasta sentarse en el suelo. Se sobresaltó cuando el chillido del ordenador le avisó del final de la recuperación del software.
Sonrió. Si se tenÃa que retirar, lo harÃa en grande.
Se preparó para un Sueño Profundo que nunca nadie perturbarÃa. Una locura nunca antes intentada con el EMBO. Por eso necesitaba la Vida Digital, para que la guiara en el difÃcil camino del no regreso. Antes de ponerse el casco sensorial lanzó su única granada de pulso electromagnético por la ventana.
Activó el EMBO y de repente se vio desbordada por un torbellino de luz. Segundos después, cuando su vista superó el encandilamiento inicial, se encontró rodeada por una blanca neblina que poco a poco se fue disipando.
Se percató de que el escenario pertenecÃa a un tiempo y a un mundo muy alejado del suyo. Caminaba por el Parque Central de una Habana de otro siglo.
De pronto la niebla comenzó a formar la silueta de un hombre frente a un enorme globo aerostático. Este, al ver que ella se acercaba, le sonrió y le hizo una reverencia extendiendo su mano.
¿Con que esa era la Vida Digital que la esperaba?
ParecÃa tranquila y sin peligro, al menos.
El hombre era de constitución alta y delgada y de agradable presencia, a pesar de sus engorrosas vestiduras de aeronauta. Fue entonces que ella misma se descubrió ataviada con el rústico uniforme de ayudante.
Vero siguió soñando.
Ni siquiera supo de la explosión de la granada de pulso. Tampoco de la torpe y aparatosa caÃda del Almendrón en las sucias aguas saladas. Y mucho menos se enteró de cómo el vetusto edificio, sacudido en las cimientes, se desplomó por completo, mató a todos sus insoportables inquilinos en el derrumbe.
El hombre sonrió de nuevo y Vero le tendió su mano sin vacilar.
—Hola, Verónica, me llamo MatÃas… Pero eso tú ya lo sabÃas, claro… entonces ¿qué?, ¿Volamos?
Y subieron al “Villa de ParÃsâ€, que minutos después se elevó y se fue volviendo solo un punto en el cielo, hasta desaparecer entre las nubes grises.
3 de Junio 2013
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