Uno de los lugares comunes más socorridos sobre Santiago de Cuba es su condición de ciudad musical. Tal estereotipo parece un acto de justicia, hablamos de la cuna del bolero y el son y un espacio donde se privilegia la trova, incluso de una ciudad por donde se presume arribaron a la Isla los primeros temas del llamado ragamurffi, género musical que luego derivarÃa en lo que es hoy el –sin adjetivos– reguetón. Sin embargo, en lo que músicos, entendidos y diletantes parecÃan coincidir es en la certeza de que Santiago de Cuba y jazz no son sinónimos. Pero parece que tal certeza, fiel a la idea posmoderna de la solidez endeble de muchas concepciones, comienza a desvanecerse en el aire.
No es solo el hecho de que en Santiago de Cuba se inaugurara un lugar con mucho swing –palabra asociada al género musical– como es el Iris Jazz Club, sino cierto empecinamiento por convertirla en una plaza fuerte para los cultores y amantes de los ritmos sincopados. La Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) de la provincia organiza hace ya cinco años el Encuentro Amigos del Jazz, el comité organizador del Festival Jazz Plaza nos hizo el honor de convertir a Santiago de Cuba en subsede del evento y, por si fuera poco, la Asociación Hermanos SaÃz (AHS) ha retomado un viejo evento dedicado al jazz, nada más.
Estamos hablando de un evento que ha tenido sus altas y bajas, pero que regresa para posicionarse como el encuentro de jazz más antiguo de la ciudad. Este año tuvo la particularidad de que fue solamente con talento santiaguero, y ha tenido éxito. A la manera en que el jazz tiene éxito, esto es, se convierte en la ocasión para los amantes del género de degustar a sus exponentes más jóvenes y regresar a los sospechosos habituales. Incluso, nuevos públicos se suman al disfrute o descubren un nuevo espacio para escuchar jazz.
Tal vez sea un poco prematuro hablar de Santiago como una «plaza fuerte para el jazz en Cuba», tal vez no, aunque me inclino por la primera idea. Pero, y creo que podrÃa ser lo más importante, demuestra que existe talento suficiente para tener jazz para rato, que además precisa de espacios habituales que los conviertan en un consumo cultural común y no en un acto de esnobismo cultural.
Jazz namá no solo fue un encuentro para escuchar jazz sino también para pensarlo y para verlo. Los organizadores, jugando con la idea de públicos, consumidores del arte, capaces o deseosos de consumir manifestaciones artÃsticas de manera no excluyente, tuvieron a bien sumar la proyección de audiovisuales asociados al jazz (Chico y Rita eran la producción más obvia y a la vez atractiva y Nina un camino cinematográfico hacia una de las voces imprescindibles del género, por cuyo «redescubrimiento» ¿habrá que agradecer? a Hollywood).
No fue el evento perfecto, tampoco tenÃa que serlo. Próximas ediciones deberán apostar por una proyección más mediática que no se circunscriba a los nuevos medios sociales, a las redes sociales no digitales y a las tÃpicas noticias —perdón— informaciones, sobre la inauguración y la clausura. Antes, mucho antes, habrá que hacer una promoción de los jóvenes jazzistas. Contar entre los ejecutantes con OkkánJazz entre los premiados en el JoJazz del 2016, era un gancho mediático que no debió dejarse pasar. Deberá pensarse en un spot radial, porque ya se sabe que la televisión es cara, veleidosa y escurridiza; además las relaciones radio-AHS en Santiago de Cuba viven un muy buen momento.
A su favor los jóvenes jazzistas de Santiago de Cuba tienen el contar con el apoyo institucional, al menos de la AHS Provincial y la posibilidad de grabar un disco, lo que serÃa la concreción del sueño de todo músico, al menos de los primeros sueños. Pero más allá de Jazz namá a los chicos del jazz en Santiago de Cuba, les hace falta un espacio habitual, crear la costumbre de escuchar esta música más allá de las puertas del Iris Jazz Club y de las eventualidades. Y sobre todo, que Jazz namá se convierta en un evento sólido, constante, capaz de dialogar con los otros grandes momentos para el jazz en la ciudad por la que se presume llegaron los ritmos de Nueva Orleans traÃdos por los chicos rudos de Teddy Roosevelt.
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