Corría el año 2007 y el Consejo Nacional de Casas de Cultura me había invitado como jurado al Encuentro Nacional de Talleres Literarios. Allí estábamos los tres, la editora Jacqueline Teillagorry, la narradora y poeta María Elvira Fernández Sa y yo, rompiéndonos la cabeza porque no encontrábamos, después de un día entero de lecturas y debate, un texto que premiar. Entonces llegó él, un joven villaclareño que a pesar de estar más cerca de la capital que casi todos nosotros, fue el último en aparecerse. Al principio no queríamos que leyera, ya casi se había terminado el evento, pero después de ver su expresión de muchacho desvalido, con las ojeras típicas de varias horas de lectura, lo dejamos.
Más tarde supimos que no nos habíamos equivocado, Idiel García era, sin dudas, nuestro premio. A pesar de que era igual de joven que yo, demostraba tener un dominio acertado de la narrativa y los caminos por los que conduce. Esa tarde, además, descubrimos que las ojeras eran, definitivamente, por la lectura. Detrás de cada línea se descubrían referentes tanto de la literatura (no solo infanto-juvenil, sino de la llamada literatura para adultos) como de la filosofía, el cine, y el resto de las artes. Estábamos frente a un autor joven, pero con las herramientas necesarias para comunicar y emocionar a los niños y al resto de la familia.
Aunque ese día intercambiamos teléfonos, nunca más supe de él, pero en cada recorrido por las provincias buscaba algún libro de aquel joven que tanto nos había impresionado; sin embargo, en ninguno de los anaqueles de las librerías encontraba cuaderno alguno firmado por él. Casi diez años después, nos unió un motivo tan noble como la literatura, la promoción del arte, el interés de visibilizar a los jóvenes escritores y artistas. Entonces lo supe, en esos diez años, a pesar de las bondades de nuestro sistema editorial, Idiel casi no había publicado porque es de los autores que prefiere no apurarse, dejar en reposo la obra, añejar las palabras.
Sin dudas, en Débora y las abejas, publicado por Ediciones Capiro en el año 2006, uno descubre eso mismo, un texto que deja entrever a un autor lleno de referentes, que borda cada frase como si en ella le fuera la vida y que después guarda el bordado en una cesta de cara a la luna, esperando que de tanto reflejarse, la luna le regale su brillo.
¿Estamos frente a una novela, frente a un largo poema, una obra de teatro, un diario o una trama policial? El autor nunca nos deja eso claro, elimina las fronteras entre los géneros y se pasea entre uno y otros, en dependencia de las necesidades de la propia historia, sin crear saltos dramáticos, ni rupturas violentas.
Un narrador ambiguo, que la mayoría de las veces se comporta como omnisciente y otras, por la cercanía con la protagonista, simula una primera persona, guía los pasajes de la vida de Déborah, una peculiar niña cubana, rodeada de las no tan peculiares conflictos de la sociedad cubana actual: los conflictos entre sus padres, la presencia de la crisis económica hogareña que, lamentablemente, rige la convivencia, los problemas sociales que también la contaminan, la escuela que muchas veces dista de ser un mundo color de rosas y, para colmo, la muerte de un ser querido, atormentan la existencia de esta niña. Sin embargo, en medio de todo este mundo convulso ella conserva su inocencia y no deja de ser esencialmente buena.
Todo esto pudiese resultar tremendista o lacrimógeno para los lectores; sin embargo, Idiel logra matizar esa realidad con las ocurrencias nacidas de la imaginación de una niña que va regando miel por la casa para que todo se vuelva más alegre, o que el día de su cumpleaños se pincha el rostro con aguijones de abejas para no ir a la escuela.
Por momentos, Déborah se siente incomprendida y al mismo tiempo no comprende mucho de lo que sucede a su alrededor, por eso apunta en su libreta todas las palabras que desconoce y que los adultos se empeñan en decir frente a ella. Al mismo tiempo se refugia en el mundo de las abejas y establece comparaciones desiguales para los humanos o extrapola su realidad a la de una película: «Si en el futuro alguien le preguntara por los sucesos de la película, ella no sabría decir con seguridad si la había vivido o soñado», y cuando se lee este parlamento el lector padece la misma angustia que la niña y se siente desprotegido, indefenso en la oscuridad de la sala de cine.
Sin embargo, todo el terror se disipa cuando nos percatamos de que junto a Déborah está Sebastián, el niño que en secreto la ama con un amor inocente, tierno, desinteresado, como sólo pueden amar los niños. El mismo Sebastián que le escribe cartas llenas de faltas de ortografía y espera que ella le conteste, rectificándoselas, o le diga que anda por Babilonia, y que es un zocotroco. Sebastián es el personaje que ayuda a sostener el equilibrio en la historia y arrastra a Déborah lejos de la tristeza que a veces la abriga.
Como dije desde el comienzo, este es un autor que apela a los referentes y sirve como puente para que niños y adultos husmeen en otras obras de la literatura cubana y universal. Dentro de las páginas de esta novela podemos encontrar alusiones a la vida y obra de Pablo Neruda, Lewis Carroll, Leonardo Padura, Rabindranath Tagore y Dashiell Hammett.
Este es, además, un libro cubano hasta la médula, en cada una de las páginas se respira el olor del campo, el zumbido de las abejas, el sabor de la miel, los mismos nombres de los padres de la protagonista Juan y Luz Marina rezuman cubanidad, incluso la madre, en ocasiones, se acerca bastante a aquella Luz Marina protagonista del teatro cubano.
Heredero de las mejores historias de la literatura infanto-juvenil universal, Idiel termina su novela con un rayo de esperanza para los personajes y los lectores, el nacimiento de un niño como punto de partida para un nuevo comienzo.
Por mi parte, al leer Déborah y las abejas confirmo que aquella tarde del año 2007, cuando premiamos a aquel muchacho desvalido, con las ojeras típicas de varias horas de lectura, no nos equivocamos, estábamos en presencia de un autor lleno de sensibilidad e historias interesantes para contar a la familia cubana.
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