Cuánta magia sobre tu voz. Se vierte cada nota en el escenario iluminado con los rayos que desprende tu garganta. Perfecta complicidad con un público que hasta allà llegó deseoso de conocer los misterios de una herencia que recorre los más insospechados deseos. Silencio en la sala. Una nota musical recorre el espacio.
Haydée, conjuras tus deseos de hacer realidad el sueño reencontrado de una vida entera dedicada al arte. No fue necesario invocar tus secretos, ellos solos se mostraron ante cada lirismo que se eleva sobre tu cabeza. La música es solo un pretexto para honrar esa ancestral herencia y a los buenos amigos que toman tu mano para danzar entre melodÃas. Las mismas melodÃas que penetran las almas de un público que se ha dado cita en el más intimista de los espacios.
La sobriedad caracteriza el concierto. Nadie opaca a nadie. Ni tan siquiera los más consagrados. Sobre las tablas todos son músicos excepcionales que saben usar sus habilidades para arrancarle al público una lágrima o un aplauso. ¿Confabulación acaso? Es este el momento en que siento cómo me elevo de la butaca mientras la voz, que nos recuerda a los ángeles, me lleva y trae a su antojo, provocando el deseo de estallar de felicidad. Es magia. Un aquelarre de éxtasis que recorre mis venas y desborda la mente.
Ni Omara, ni Kelvis, ni Guido saben que pasa por las cabezas de aquellos que hemos decidido ir al concierto. Pero sà son capaces de hacer con su público lo que se les antoje. El deseo de manipularnos a su antojo es evidente mientras nos llevan y traen en esas canciones que de siempre hemos deseado haber inspirado. Por eso el sudor de las manos ante tanta nostalgia o deseo contenido solo se justifica cuando en medio de los aplausos se desborda el beso perdido entre los labios que dejan fluir palabras hecha melodÃa.
Y te abrazas a la música Haydee, como único modo de flotar en medio de las frÃvolas maneras que más allá de las paredes del teatro vivimos. Y nosotros nos aferramos a tus sueños, porque también queremos salvar nuestras almas con tu mÃstica y la de quienes te antecedieron. Porque no hay nada más bello que darle de comer al espÃritu con la música de todos los tiempos que ve pasar la vida sin miedo a quedar en el olvido. Volvemos entonces a los orÃgenes, a aquellas tardes donde pensábamos que todo era perfecto y nadie podrÃa venir a romper nuestra espiritualidad. Son las canciones de tu papá, las melodÃas de Inti o Varela, la vieja trova, el movimiento de cadera o el rezo a Yemayá en el borde del malecón quienes nos rescatan de la profanación del alma, inundada de tanta brillantina y lentejuela.
Es entonces que retoña la semilla sembrada en cada acorde. Porque no importan los dolores que provocan sino los placeres que dejan. Es ese susurro que dialoga con el compás de los instrumentos musicales que a veces se callan para que tu voz salga directo al pecho de tu público, estos mortales que desde nuestro sitio olvidamos las penurias mientras nos hipnotizas con la voz.
Ahora inicia un nuevo ciclo. Nos volveremos a ver pronto. Quizás en este mismo escenario. Quizás en otro. Solo sé que no pasará mucho tiempo antes que vuelvas a recurrir a la magia de tu música para encantarnos y reunirnos a todos los que amamos lo bello, lo sutil, lo espléndido.
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