Apostar por el teatro cubano es una inversión urgente, de esas que requieran, tal vez, el salto de fe… pero la fe crece al ver obras imperfectamente maravillosas como la que está poniendo Ludi Teatro desde el pasado 21 de octubre (estrenada en el marco de la semana de teatro alemán): Aprender a nadar..
Desde el tÃtulo quizás se pueda pensar en el demasiado evidente propósito de diversionar la obra, aunque el texto de la alemana Sasha Marianna Salzmann, adaptado por Miguel Abreu, se hace camino a través de la música —paródica en ocasiones, otras, sencilla herramienta ambiental, pero la mayor parte del tiempo cuerpo vivo que soporta el drama, si bien aparente ser un popurrà de descarga— hacia la angosta ladera de los sentimientos y decisiones humanas respecto a ellos. Hablar de temas como la heterogeneidad sexual de nuestra era no es lo auténtico: la disyuntiva de una joven enamorada de un hombre y de otra mujer al mismo tiempo, es hecho recurrente hasta en las telenovelas brasileñas; presentar el trÃo como final feliz, mucho menos… y se pudiera discursar largo sobre la escasez de unicidad en esos rumbos, pero cabe reconocer la forma de exponer estos conflictos comunes hoy dÃa: para los tres personajes, interpretados con acierto y versatilidad —sobre todo por Arianna Delgado (Lili) y Francisco López (Pep)—, el mar representa el misterio, lo profundo hacia las esencias del ser, y nadar aparece como la manera de entrar a él sin miedo, venciendo la impotencia derivada de vivir en el esquema de estructuras sociales aprendidas. Saber nadar es encontrar el modo de lidiar con una realidad diferente, correcta porque funciona, y ya, es todo, sin buscarle otra explicación; pero, ¿se puede uno zafar genuinamente de esas ataduras? Puede ser esa una de las reflexiones importantes de la obra, a parte de la más obvia que propone dejarse llevar hacia la verdad personal de cada quien, porque, y si Feli, Lili y Pep aprenden a nadar… ¿qué pasa entonces? ¿termina el problema?
 Con la música en vivo y un llamativo trabajo vocal, se establece un diálogo enriquecedor —que podrÃa ser aún más rico— entre los personajes, que rotan roles (en el afán, logrado, de recrear la fabulación de las posibles peripecias de Feli al enfrentar su bisexualidad ante el mundo, de Lili al regresar frustrada de su aventura en el extranjero con una amante, de Pep al aceptar a su mujer tal como es —el conflicto del hombre está insuficientemente desarrollado, se centra, tal vez con todo propósito en los de las muchachas, y a él se lo muestra un tanto ideal: macho proveedor, enamorado y comprensivo—) y el público; diálogo que lo involucra directamente, incluso lo sube al escenario, le da la palabra, improvisa según sus reacciones. En este sentido, resulta interesante el modo en que se plantean los diferentes espacios afectivos y fÃsicos mediante el uso de una escenografÃa ligera, lúdica (fondo negro, luces coloridas a manera de club nocturno, una barra imagen de fondo a imitación del mar, salvavidas y balsas ensamblables para armar otras estructuras como muebles etc.), que rodea al espectador en el aprovechamiento de todo el espacio posible para dar dinamismo a la historia. Huelga resaltar especialmente el diseño de vestuario, imaginativo, sensual, unisex —ojo, no hay desnudos, y ya sabemos que este recurso, útil en su justa medida, se ha hecho práctica uniforme en la mayorÃa de las puestas más recientes.
Un sótano pequeño de lo que antes fuera una empresa puede convertirse en la plataforma oportuna para hacer un buen espectáculo: Aprender a nadar es prueba en cartelera de ello. Frente a esta aparente quemadera, al decir más coloquial, se aprecia que, si bien el teatro cubano joven demuestra una voluntad creadora aún reticente, no se debe generalizar ese criterio, hay evidencias de un trabajo sostenido, coherente, que va ganando espacios en la preferencia del público. Claro que pudiera hacerse más desde una dramaturgia nuestra, con tanto autor escribiendo buenos textos quizás las adaptaciones no debiesen predominar en nuestras tablas. Los nuevos dramaturgos, actores y directores habrán de reconocer que dar el salto de fe no es sencillo, porque la fe no es congénita, pero el género y sus seguidores lo merecen.
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